Nunca me abandones

Es fría, lejana y deprimente. Pero quizás ese sea el objetivo, desde el primer minuto. ‘Nunca me abandones’ es como una serpiente mimetizada en su entorno. Sus primeros movimientos, cuando empiezas a ser capaz de discernir qué es y qué no es, son hipnóticos; atractivos. Conforme se te acerca piensas en el peligro, en la posibilidad de que su veneno se hinque en tu piel. Sin embargo, el zigzagueo y la elegancia de su baile te vuelven desprevenido. Comienzas a creer que hay una opción, que puede que no todas las serpientes sean malas, que siempre hay una posibilidad, un tiesto de fe sobre el que plantar las esperanzas. Y, justo entonces, te muerde.

No hubo ni una sola alma que, al terminar la proyección, no buscara una mirada cómplice a la que decirle: “qué ganas de llorar”. La película de Mark Romanek (‘Retratos de una obsesión’) hará las delicias de los mártires de la filosofía y de los firmes defensores de que el pesimismo es la mejor forma de llenar un vaso medio lleno.

Cathy (Carey Mulligan), Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley) viven internos en un colegio inglés. Su experiencia del mundo real sólo les llega a través de los libros y de las enseñanzas de sus profesoras. Los tres nacieron, sin saberlo, con una misión por cumplir; algo que les marcaría el desarrollo de sus vidas y las de otros que ni siquiera conocen. Basado en el libro de Kazuo Ishiguro, ‘Nunca me abandones’ mezcla la ciencia ficción con el drama de época, las creencias religiosas con la ingeniería genética.

Las historias, por norma general, responden a una idea (la libertad, el bien, el amor, la pérdida…). En este caso, se trata de una sensación. Romarek se da el gusto de alejarnos de los protagonistas, de mantener las distancias para que podamos hacernos, con comodidad, la pregunta clave: ¿por qué aceptan una vida tan asquerosa? La trampa, claro, está en la reflexión interna a la que nos vemos abocados. En la poderosa y destructiva idea de que, por más que hagas por evitarlo, un día, tú y la gente que más quieres morirá, dejando atrás un legajo de recuerdos que poco pueden importar.

Es fría, lejana y deprimente. Y, aún habiéndoles avisado, la serpiente les morderá.