Frozen, el Reino de Hielo

Frozen, el Reino de Hielo‘ trata de lo que sucede alrededor de Olaf, un carismático y divertidísimo muñeco de nieve nacido de la magia, que sueña con disfrutar del verano. Un pequeño dilema filosófico que tiene más encanto, chispa, humor, cariño, trascendencia, ternura y genialidad que el resto de la película de Disney. Olaf se merece un film para él solito. Se merece que el resto de príncipes, princesas y demás tópicos deseosos del amor verdadero ocupen el papel de secundarios y él, rey entre reyes, lidere la que debería haber sido su película: ‘Frozen, el Reino de Olaf’.

Alabo el intento de Disney por recuperar el espíritu clásico de las películas de animación. No me importa que sea musical, ni que haya princesas y castillos (‘Enredados’ los tenía y es fantástica). Sin embargo, sí que tengo problemas con tres puntos clave:

Uno. Las canciones son muy malas. O sus traducciones, no lo sé. En cualquier caso, musicalmente son una basura comparadas con cualquier clásico (‘El Rey León’, ‘Aladín’, ‘La Bella y la Bestia’). Digo más: ¡es que no entiendo lo que dicen! Se esfuerzan tanto por encontrar la rima que la letra termina con un retorcimiento imposible. Con la honrosa excepción, por supuesto, de la canción de Olaf.

Dos. ¿No habíamos superado ya lo de las princesas que necesitan un gesto de verdadero amor, como un beso de su amado, para vencer al mal? Las dos protagonistas, las princesas Anna y Elsa, son la reencarnación dibujada de Selena Gómez y Miley Cyrus (probablemente de esta inspiración venga el problema número uno). Dos delicadas heroínas de cintura de avispa que cantan y bailan.

Tres. Es excesivamente ñoña. Pero ñoña, ñoña. Quiero decir: Aladín se enamoraba de Jasmine y cantaban sobre una alfombra voladora y se besaban y vivían un amor imposible, y tal. Aquí es que todo es demasiado cargante.

Dicho lo cual, si es por los zagales, no me hagan ni puñetero caso. La sala estaba llena de niños que se lo pasaron pipa. Rieron, aplaudieron y cantaron con las nuevas princesas de Mickey. Lo que no quita que a mí me parezca un paso atrás de Disney y de la animación. Todo excepto Olaf, claro. Olaf tiene mi más puro y sincero amor. Por Olaf pagaría la entrada.

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