Peter Graves y el pescado

No como pescado. Vaya, por norma general. Hay veces que no me puedo librar, claro -niños, no me hagáis caso, hay que comer de todo-. Y, obviando el atún en la pizza y cuatro chuminadas más, también le tengo miedo. Al pescado, digo. El trauma me llega de pequeño, sentado en el suelo del cuarto de estar, mientras veía ‘Aterriza como puedas’. La mitad de la tripulación que había cenado pescado había pillado un poderoso virus que Leslie Nielsen describía así: “Comer pescado es extremadamente grave. Empieza con algo de fiebre, sequedad en la garganta. Cuando el virus penetra en la sangre, la víctima se marea. Comienza a sentir picores y convulsiones. El veneno actúa en el sistema central nervioso y entonces causa espasmos pulmonares. Seguido de un asqueroso babeo. En ese momento se colapsa todo el sistema digestivo acompañado de algo de flatulencia y ventosidades incontrolables, hasta que al fin el pobre desgraciado queda reducido a un tembloroso pedazo de carne”. Mientras que el bueno de Leslie describía la situación, el piloto del vuelo, con la raspa aún en el plato, iba haciendo realidad tales síntomas. Aquel piloto era Peter Graves, un grande del cine y la televisión, que murió el pasado lunes. De viejo. De vivir. Nada de vicios, drogas o pecados capitales, que sepamos.

Pese a que el curriculum de Graves es enorme, he de admitir que, para mí, su obra cumbre es ‘Aterriza como puedas’ (título que abrió la veda de interpretaciones libres del inglés; la original era ‘Airplane!’). No me olvido de ‘Misión Imposible’, ‘Se ha escrito un crimen’ ni, incluso, su reciente participación en ‘House’. Pero es que la del avión es una película a reverenciar.

Su humor inteligente cumple una promesa que pocas pueden igualar: al menos, un gag por minuto. Y bueno. Se me viene a la memoria el principio de la cinta, el diálogo entre una anciana y el protagonista justo antes del despegue del avión; genial:

-¿Nervioso, hijo?

-Sí

-¿Es la primera vez?

-No, he estado nervioso otras veces.

Estimado señor Graves, esté donde esté, gracias. Cada vez que me pongan pescado para comer me acordaré, impepinablemente, de su vida.