Una cuestión de tiempo

Llevo toda la vida pensando que, si pudiera viajar en el tiempo, no le haría ni puñetero caso al Doctor Emmet Brown y me buscaría a mí mismo en otra época para entregarme una lista de ‘cosas que debes hacer’ y ‘cosas que no quieres hacer’. ¿Lo han pensado alguna vez? Eso, lo de qué harían si pudieran cambiar el rumbo de su vida. Así, de manera sencilla, cerrar los ojos y aparecer varios años atrás, en esos momentos a los que la almohada se empeña en devolvernos de vez en cuando. ¿Fue un café, un examen, una entrevista, una charla, una confesión, un viaje? Siempre hay algo.

Una cuestión de tiempo’, de Richard Curtis (‘Love Actually’, ‘Radio encubierta’), no ha recibido todas las mieles que merece. No solo es una película entretenida que concilia a espectadores de romance, comedia y ciencia-ficción, también es un relato francamente original que desborda imaginación –sin necesidad de flashes ni cromas–. Una cinta imprescindible que pasó sin pena ni gloria por la taquilla y que, estoy seguro, el tiempo, irónicamente el tiempo, terminará poniendo en su lugar.

Tim (Domhnall Gleeson, ‘Black Mirror’) pertenece a una familia en la que todos los varones reciben, en su 21 cumpleaños, un don secreto y hereditario: pueden viajar en el tiempo. Pero no a cualquier era, en plan trogloditas o Renacimiento; sólo a un momento y un lugar específico que el viajero pueda recordar. Si fueran un joven deseoso de ligar, enamorarse y tener novia, ¿qué harían? Efectivamente, eso es lo que hará Tim para conocer –y no perder– a Mary (Rachel McAdams, ‘Sherlock Holmes’).

En la historia de Richard Curtis juega un papel fundamental Bill Nighy (‘Piratas del Caribe’), padre de Tim y clave emocional de ‘Una cuestión de tiempo’. Un magnífico personaje sobre el que se construye una forma distinta de viajar en el tiempo y una idea que sobrepasa a la mismísima eternidad. Esta es una película que trata sobre el amor. Un amor que conquista al espectador, como lo hizo ‘Love Actually’, pero que da un paso más allá en busca de un sentimiento más humano y, pese al derroche de imaginación, más real.

Les advierto que, al final, puede que no les apetezca viajar en el tiempo y sí salir a bailar.

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Más allá del tiempo

Junto a la mesita de noche, como todos ustedes, tengo una de esas fotos que siempre se miran con nostalgia y se saborean con una ristra interminable de anécdotas. De pie, junto a mis compañeros de clase, somos los reyes del curso 1998-1999. Sé a ciencia cierta que yo soy el imberbe orejón de la última fila. Pero, por más que miro, no me reconozco. A veces imagino que vuelvo al pasado y entablo conversación conmigo mismo. No tengo muy claro qué me diría, pero creo que ambos nos daríamos la mano como dos ajenos que se acaban de conocer.

Clare (Rachel McAdams) ha estado enamorada de Henry (Eric Bana), un librero de Chicago, toda su vida. Ella cree que están destinados a estar juntos, a pesar de que no sabe cuándo tendrán que volver a separarse: Henry es un viajero en el tiempo, castigado con una rara anomalía genética que le hace vivir su vida en una escala de tiempo cambiante, saltando y retrocediendo a través de los años sin ningún control. A pesar de que los viajes de Henry obligan a la pareja a separarse sin ninguna advertencia, y sin saber cuándo volverán a reunirse, Clare intenta desesperadamente construirse una vida con su verdadero y único amor.

Para Henry, el mundo es una línea intermitente que va y viene, uniendo conjuntos matemáticos que, en teoría, eran incompatibles. Mientras que todo lo que gira a su alrededor cambia a un ritmo frenético, sólo una constante marca sentido a la rutina: ella. Rachel McAdams, preciosa, es la única que, sin alterar sus agujas, recibe y despide al viajero. ‘Más allá del tiempo’ es una de las películas más conciliadores de los últimos tiempos: les encantará a ellas y, ellos, no se quejarán mucho.

Bajo la estela de un género muy peculiar (Regreso al Futuro, El día de la marmota), Bana y McAdams, muy conectados, recuerdan a los ya míticos Desmond y Penny de Lost. Protagonistas de una historia de amor a través del espacio y el tiempo obcecados en demostrar que si cambias tú, cambia el mundo. Y que son los demás los referentes que dan sentido al mágico y caprichoso ‘tic, tac’ que a unos mata y, a otros, hace eternos.