El valor del suertudo

Se conoce que Napoleón, llegado el momento -un ataque imprevisto, una bomba lastimera-, se quedó sin oficiales al mando de sus principales batallones. Así que, ni corto ni perezoso -es una expresión; era corto-, organizó una reunión con sus encargados de recursos humanos para que le buscaran nuevos héroes. Un par de días más tarde, el gerifalte gabacho recibió las propuestas: hombres valerosos, fuertes, formados en las mejores universidades, con másters en estrategia militar y cursos especializados en Risk de más de 40 horas. Unos fenómenos. Los ases del Qzar (si no saben lo que es el Qzar… vuelvan al energizador).

Lo que no esperaba ningún coco franchute era que Napoleón, al ver a todos esos hijos de Ulises, dijera sin compasión: “Sí, sí. Son muy buenos, muy listos y más altos que si desayunaran con clembuterol. Pero, ¿tienen suerte?”

 

Amigos, suerte. Es posible que haya versionado la anécdota en algunos puntos del pasaje (obviamente, los franceses nunca jugarían al Risk; no pueden pronunciarlo), pero el meollo de la cuestión, la frase que Napoleón utilizaba para escoger a sus futuros líderes, es cierto: “¿Pero tienen suerte?”

En eso pensaba cuando veía a las miles de almas en vilo que protestaron por las calles de España contra la reforma laboral. Fíjense la tontería, imaginaba a todos esos jóvenes que ansían trabajar delante de Napoleón, convertidos en soldados, con unos currículos brillantes y unas cartas de recomendación portentosas. Imaginaba, sin remedio, la cara de impotencia que desfiguró sus rostros al escuchar la pregunta del capo francés. “¿Suerte? ¡¡Pero qué coj***s!!”

Lo tenemos todo. Y, sin embargo, nada.