La figura del rey

El Hermano Paulino empezó la clase de Historia preguntando, a mano alzada, quién creía que la figura del rey era importante para España. Teníamos 13 o 14 años, no más. Y algunos -apuesto por la mayoría- no teníamos formada ninguna idea sobre el asunto. Ni sobre nada que oliera a política. Otros, los menos, defendían a capa y espada argumentos rancios que habían escuchado en sus casas. Que si el rey era una figura vital de la Transición, que si para qué queríamos un rey si había elecciones… En fin, ya saben. Lo mismo que llevamos escuchando años y años.

Yo levanté la mano. No tenía duda alguna. ¡Por supuesto que hacía falta la figura del rey! Fue casi como una respuesta innata, como si pulsara el botón de uno de esos concursos de televisión en los que el más rápido se lleva el premio. En el microsegundo que tardé en alzar la palma, pensé en Los Mosqueteros defendiendo al Rey, en Robin Hood luchando por la justicia del León, en Arturo glorificando la mesa redonda…

Tras un debate sobre política -izquierdas, derechas, repúblicas, monarquías, democracia…- que no entendí, el Hermano Paulino me preguntó por qué había levantado la mano. Respondí algo así: “Porque hace falta una figura que inspire a los demás, que nos una”. Él, con toda la fina ironía que caracteriza a los Maristas, me cuestionó: “¿Y por qué no podemos elegir a esa persona en unas urnas? ¿Qué le hace a él mejor rey que a los demás?”

Me quedé en silencio. No encontré respuesta. Años más tarde, en la Facultad, pidieron un trabajo sobre la importancia de la monarquía y sobre la relevancia o no del papel del Rey en nuestra sociedad. Empecé contando la anécdota del hermano Paulino y terminé reflexionando sobre lo que realmente sabía desde pequeño, gracias a la historias: necesitamos líderes que inspiren grandes hazañas. Líderes en las empresas, en las administraciones, en las organizaciones, en las asociaciones de vecinos, en las películas… Líderes que merezcan su trono.