Al borde del abismo

Desde que Michael Schodfield escapara de Fox River, las prisiones ya no son lo que eran. La sombra de Prison Break es alargada y es imposible no encontrar cientos de puntos en común con la película de Asger Leth, ‘Al borde del abismo’. Cinta que imita en tantos aspectos a la serie de televisión que, incluso, llega a ser divertida. No original, pero, qué demonios, son dos horas la mar de entretenidas.

Nick Cassidy (Sam Worthington) escapa de la cárcel, se cuela en la habitación más alta de un céntrico hotel de Nueva York y sale a la cornisa para ver cómo el mundo centra la atención en su posible suicidio. ¿El objetivo? Demostrar que es inocente de los delitos que se le imputan.

El gancho funciona y, al igual que los cientos de neoyorkinos que se pararán en mitad de la calle a seguir con devoción los posibles últimos segundos de Cassidy, nosotros, los espectadores, caeremos en el mismo hechizo. Un atractivo que pierde originalidad conforme pasan los minutos pero que se suple con suspense y acción a un bien llevado ritmo.

Worthington (‘Furia de Titantes’, ‘Avatar’), por su parte, sigue en su lucha personal por demostrar que es un gran actor. Seguimos esperando. Le acompañan en el cartel Jamie Bell (‘Tintín’, ‘Billy Elliot’), Elizabeth Banks (‘Los próximos tres días’) y, atención al dato, Génesis Rodríguez. ¿Quién? Génesis Rodríguez, típica sudamericana exótica que pone el punto sexual a la cinta. Pero, ¿cuál es la sorpresa? ¡¡Es la hija de José Luis Rodríguez ‘El Puma’!!

‘Al borde del abismo’ no será la peli que le haga maldecir la hora en que compró la entrada. Pero tampoco la que mantendrá en el recuerdo. Ya saben, la típica que, cuando la ves en el videoclub, meses más tarde, dices en voz alta a tu pareja: ¿Esta la hemos visto?

La Deuda

Unas vías de tren recorren el centro de Birkenau, el corazón putrefacto de Auschwitz. Una entrada y ninguna salida. Más allá del campo de concentración no hay nada. Nada terrenal. Es imposible no imaginar los vagones llegando y ver a miles de almas condenadas pisar la tierra baldía de Polonia. Los barracones compilan la respiración y las chimeneas queman la esperanza. Pero es la clínica, un lugar destinado a la sanación, el lugar más espeluznante. El rincón donde doctores repugnantes convertían a los judíos en cobayas de sus experimentos más salvajes. “Por la ciencia”, decían. Malditos asesinos. Imaginen ahora que usted es descendiente de alguna de esas víctimas, ¿pediría justicia o clamaría venganza?

Ese es el debate que John Madden (‘Shakespeare in love’) nos propone con su excelente filme, ‘La Deuda’. A través de dos líneas temporales y complementarias descubriremos lo que tres agentes del Mossad israelí vivieron en los 60 para capturar al Doctor Bernhardt, uno de los alemanes acusados de experimentar con humanos durante la Segunda Guerra Mundial, en Birkenau. La duda, que se reparte a lo largo de su metraje como un emocionante thriller de espías, es qué harían con él si lo tuvieran delante: llevarlo ante un juez o apretar el gatillo.

Los tres personajes protagonistas están interpretados, cada uno, por dos actores diferentes (jóvenes y ancianos). Pese a que Tom Wilkinson y Hellen Mirren marcan una sonora diferencia con el resto del plantel, los actores están, en general, muy acertados. La versión joven de Mirren, Jessica Chastain (futura estrella, la veremos en ‘El árbol de la vida’ de Mallick), les recordará inevitablemente a Julia Roberts, y, por seguir con los parecidos, Sam Worthington (sí, el de ‘Avatar’ y ‘Furia de Titanes’) a Chris O´donnell (que despuntó con ‘Batman y Robin’), tanto en su físico como en su prometedora carrera de interpretación -nótese la ironía, por favor-.

Pasadas las horas -días, incluso-, meditando el filme, puede que lleguen a la acertada conclusión de que ‘La Deuda’ podría haber sido algo muy grande y, sin saber por qué, no lo es. En cualquier caso, la cinta de Madden es un ejercicio extraordinario de suspense, acción -a veces contenida- y profundidad narrativa. Les aseguro que, hasta el último minuto, el puño permanecerá cerrado.

Furia de Titanes

La mitología es ése cofre en el que guardamos el germen de las historias. Un impecable lugar común al que siempre da gusto volver para reencontrarse con viejos conocidos. ‘Furia de titanes’, la original de 1981, consiguió que muchos niños viajáramos a las bibliotecas en busca de información. Necesitábamos saber más de Perseo, Andrómeda, Zeus y Hades. Y, lo más fascinante, fue descubrir que llevaban allí desde el principio de los tiempos. La mitología se trata más como Historia que como Literatura, un compendio de aventuras y milagros a los que les otorgamos fe y verdad porque, en el fondo de sus palabras, portan un aprendizaje siempre válido. Siglo tras siglo.

Cualquier película que trate la mitología clásica tiene un alto porcentaje de encantar –en su expresión más mágica-. Pero, sepan, que un insulto a los primeros héroes es una bofetada que no se olvida. ‘Furia de Titanes’, la nueva, es lamentable. Un ‘remake’ innecesario porque consigue hacer de un guión que apasionaba, un tostón sin ritmo ni clase. Unos héroes aburridos, liderados por un siempre plano Sam Worthington, del que aún me pregunto qué trato habrá firmado con Satanás para estar en todos los taquillazos de los últimos meses (‘Avatar’, ‘Terminator Salvation’), porque mira que es malo el chaval. Carisma cero.

Además, en las historias de aventuras –clásicas o no- hacen falta unos secundarios que nos duela desprendernos de ellos. Personajes repletos de luces y sombras, que viven su propia película. Y no peleles esclavizados por bichos generados por ordenador. Porque, amigos, el gran timo de esta película está ahí. Justo en lo que más han utilizado para vender y hacer daño en la cartera: las tres dimensiones.

Si el guión es malo, es peor aún con las gafas 3D calzadas sobre la nariz. La cinta no tiene ni una sola imagen por la que merezca pagar un euro más. Nada de nada. De hecho, durante el 90% de la película me pasé con las gafas bajadas porque lo único que conseguían era oscurecer la imagen y estropear lo poco que da gusto ver: Gemma Arterton, guapísima actriz a la que habrá que seguir la pista.

Ningún fénix cultural resucitará en ningún niño con ganas de aprender gracias a la cinta de Louis Leterrier (‘El increíble Hulk’) ¿Un consejo? Disfruten del trailer con música de Muse. Es, sin duda, lo mejor de la película.

Drácula: Año Cero

Hace unos años, Arturo Pérez Reverte contaba en una de sus columnas del XL Semanal que cada vez que le preguntaban por un libro para enganchar a los jóvenes a la lectura, siempre decía el mismo título: “Hay una novela, sin embargo, con la que tengo la certeza de ir sobre seguro, pues no conozco a ninguno de sus lectores, jóvenes o adultos, que no hable de ella con entusiasmo (…) Ese libro extraordinario sigue ahí, en librerías y bibliotecas, en buen y sólido papel impreso, esperando que manos afortunadas lo abran y se estremezcan con su invención perfecta, su belleza y su trama sobrecogedora. La novela se llama Drácula y fue escrita por su autor, Bram Stoker, hace ciento diez años”.

Fiel a las enseñanzas del ilustrado, decidí hincar el diente -el colmillo, en este caso- en la aventura de Jonathan Harker, el doctor Van Hellsing y compañía, para descubrir por qué, siglo tras siglo, Drácula renace en todo tipo de formatos. Esa misma pregunta es la que origina el próximo trabajo del director Alex Proyas (la regulera ‘Señales del Futuro’ y la apasionante ‘Dark City’ son suyas), ‘Drácula: Año Cero’. Una película que contará cómo el joven Príncipe de Valaquia (Rumania), ‘Vlad’ -más tarde conocido como ‘El empalador’, el personaje histórico que inspiró a Stoker- termina aceptando el lado oscuro (“más rápido, más fácil, más cómodo”) para convertirse en el vampiro de Transylvania.

De la película, aún en fase de preproducción, sólo sabemos una cosa: Sam Worthington será Vlad. O, lo que es lo mismo, el protagonista de ‘Terminator Salvation’, la inminente ‘Furia de Titanes’ y, como no, la joya de la corona, ‘Avatar’. Si a eso le sumamos que Vlad fue “un gran luchador en contra del expansionismo otomano que amenazaba a su país y al resto de Europa”, “un heroico defensor de los intereses e independencia de su país, un justiciero” (wikipedia dixit), podemos llegar a una conclusión: William Wallace con colmillos, batallas épicas con arenga introductoria y, posiblemente, un ansia de conseguir que la Historia haga eterno a Vlad y sus valientes.

“No era muy alto, pero sí corpulento y musculoso. Su apariencia era fría e inspiraba cierto espanto. Tenía la nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro rojizo y delgado y unas pestañas muy largas que daban sombra a unos grandes ojos grises y bien abiertos; las cejas negras y tupidas le daban aspecto amenazador. Llevaba bigote, y sus pómulos sobresalientes hacían que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz de toro le ceñía la cabeza, de la que colgaba sobre unas anchas espaldas una ensortijada melena negra”.