Skyline

La primera escena: una tía en bragas vomitando. Toda una declaración de intenciones. ‘Skyline’ es una tvmovie que no sé por qué infiernos ha terminado en el cine. Es un insulto incalculable al resto de filmes que han visto cómo ella se quedaba en cartelera mientras otras eran despreciadas por la taquilla. Es un despropósito de principio a fin. Una incesante concatenación de clichés, chorradas variopintas con una carencia absoluta de originalidad y una visible falta de intención.

Los hermanos Strause, cuya máxima aportación al cine había sido ‘Alien versus Predators 2’ -esa vomitiva joya-, dirigen un invento que parece la práctica de fin de curso de un grupo de estudiantes de efectos especiales enamorados de los alienígenas. Se ve que los hermanísimos, hartos de hacer efectos especiales para otros, decidieron que no necesitaban guionistas ni actores de verdad para hacer una película en condiciones. “Bichos, explosiones y tetas, ése es el secreto del buen cine”, debieron pensar.

Lo curioso del asunto es que ni siquiera se salvan los efectos especiales. Parecen la versión cutre, bizarra y malograda de ‘otros’: los pulpos tecnológicos de ‘Matrix’, la invasión de ‘Distrito 9’, la supuesta intrahistoria de ‘Cloverfield’, los aviones de ‘Independence Day’, los monstruos gigantescos de ‘La Niebla’…

‘Skyline’ es una película que ya han visto cientos de veces: unos jovenzuelos en edad de merecer amanecen una mañana con la clásica invasión extraterrestre. Unos dicen que hay que huir y otros que no. El presupuesto, que no daba para muchos trotes, opta por mantener a toda la tropa de protagonistas (una panda de desconocidos) en un piso de lujo, en Las Vegas. Y sí, poco a poco casi todos mueren con frases tan carismáticas como “Sayonara Baby, hijo de puta”.

Las escenas finales, al menos, consiguieron que la sala se desgañitara a carcajadas. Qué panzá de reír, qué mala es la jodía.