Tan fuerte, tan cerca

Todavía no se ha escrito la última palabra del 11-S. Como les vengo diciendo, la desgracia es muy fotogénica y suele prestarse a la épica, a la emoción y al drama, por supuesto. Y no es menos cierto que la imagen de las torres cayendo, la voz de Matías Prats clamando al cielo y los ángeles que intentaron volar, pese a Ícaro, aún estremecen nuestro cuerpo. Esa línea trazada en los libros de historia constituye un principio y un final difícil de obviar para los que no pudimos separarnos de la televisión, un lazo inquebrantable que une a gente con otra gente en una extraordinaria cadena de favores.

Tan fuerte, tan cerca’ es un poderoso homenaje a las vidas que terminaron, empezaron y siguieron tras el once de septiembre de 2001. Stephen Daldry (‘Las horas’, ‘Billy Elliot’) ve en la maravillosa cohesión de un padre y su hijo (Tom Hanks y Thomas Horn) el motor perfecto para hablar de la inmortalidad humana: del amor. Un amor entendido como fuerza universal, presente en propios y ajenos.

Es cierto que la película tiene un serio problema: exceso de metraje. Varios tramos de la cinta se atragantan con facilidad y nos obligan a dudar de la lógica del relato. Sin embargo, hay dos partes que funcionan por sí solas con excelencia. Primero, la relación del niño protagonista con un entrañable y mudo anciano que interpreta con maestría Max Von Sydow. Y, segundo, el bien hilado desenlace que eriza, con facilidad –y alguna trampa-, el vello de todo cuerpo bajo la exquisita melodía de Alexandre Desplat.

Al final, de lo que se trata, es de creer. No importa en qué. Pero creer. Creer en una voz protegida en la memoria, en la magia de un papel y un rotulador, en la incomprensible pero posible confabulación del universo o, qué sé yo, en el amor de un padre y una madre a su hijo. Y viceversa.