Sherlock

Casi al mismo tiempo que Guy Ritchie estrenaba su renovada visión del mito de Sherlock Holmes -más visceral, más excéntrico, más violento-, la BBC apostaba por una actualización del personaje en el Londres actual con una serie de tres capítulos que, con todos los respetos, se meaba en Hollywood, en las estrellas del celuloide y en los guiones conservadores de intrigas prefabricadas. Desconozco si la televisión patria ha emitido la primera temporada de ‘Sherlock’, pero, sea como sea, sepan que es una gozada.

Benedict Cumberbatch y Martin Freeman son el detective asociado Sherlock Holmes y su inestimable colega, el doctor Watson. Al primero le tenemos ahora mismo en cartelera con la sensacional ‘El topo’ y le veremos en ‘War Horse’; al segundo le hemos visto en ‘Guía del Autoestopista Galáctico’ o ‘Love Actually’. Y ambos son, hoy por hoy, dos de los actores ingleses más prometedores del momento. ¿Por qué? Dos palabras: ‘El Hobbit’.

Efectivamente, Freeman es Bilbo Bolsón, protagonista de la precuela de ‘El Señor de los Anillos’. Eso es algo que más o menos se sabe. Lo que es menos conocido, quizás porque no da la cara, es que Cumberbatch interpretará al gran enemigo del libro de Tolkien: el dragón Smaug.

La semana pasada se estrenó en Reino Unido la segunda temporada de ‘Sherlock’ y, me comentan, arranca de manera espectacular. Como les digo, una posible razón para disfrutar de la serie es ver a los dos fenómenos protagonistas que, por sí solos, hacen brillar al producto. Pero, sobre todo, porque cada capítulo -de una hora- es una pequeña película tan divertida como talentosa. Si tuviera que elegir entre la segunda parte de la película de Ritchie y la serie de la BBC, no tendría duda.

La Sexta 3

Alguien tiene que decirlo. Con rotundidad, con cariño y con la crítica que eso supone para el resto de cadenas: La Sexta 3, gracias. Desconozco si su audiencia es un éxito o un fracaso. Supongo -por cómo somos- que un solo programa de Telecinco duplicará la audiencia de la emisión de todo un día de la emisora de marras. Pero, en serio, el esfuerzo es refrescante. Este fin de semana han organizado una maratón de cintas clave de los 80: ‘Los Goonies’, ‘Cuenta Conmigo’, ‘Bigfoot y los Henderson’, ‘Mira quién habla’, ‘Mad Max’… Y un glorioso etcétera.

Es posible que ninguna de esas películas le interese lo más mínimo. Lo siento. Lo grande del asunto es que, al día siguiente, te sorprenden con ‘Taxi Driver’, ‘El Golpe’, ‘Harry el Sucio’ o un ciclo de Woody Allen. Y, supongo, que alguna de esas le pueden entretener. Esta apuesta por el cine, como les digo, no sé si contentará a los empresarios concentrados en los números, los porcentajes y el share. Pero cada mañana, cuando refresco los temas del día en Twitter, siempre me encuentro con el título de alguna película que se emitió en La Sexta 3 la noche anterior.

Cierto gurú de las redes -uno de los de verdad, no otro de esos vendedores de humo empeñado en convertirnos a todos en comunity manager de la vida- me dijo, hablando de blogs: “Las visitas están bien. Pero lo que realmente define si tu contenido es de calidad, que interesa, son los comentarios. Que la gente que pase por ahí esté dispuesta a gastar su tiempo en criticar, alabar, agradecer…o lo que sea”.

Y aquí viene mi mensaje para los directivos de La Sexta: “Estimados señores, no cedan a las presiones del corazón y hagan caso a su corazón. Ya saben que, como en una de las películas que emiten, deben tener el valor de hacerle caso. Aguanten. Aguanten hasta que no puedan más. Y, si necesitan un hombro en el que apoyarse, búsquennos en twitter. Gracias”.

George R. R. Martin

Ayer volví a la librería donde le conocí. Voy a menudo para bichear entre sus estanterías y, de vez en cuando, llevarme una nueva historia a casa. Allí he descubierto grandes personajes: el inmortal Puño de Hierro, el habilidoso Usagi Yojimbo, el sagaz Corto Maltés, la socarronería de El Escorpión… Pero solo he podido estrecharle la mano a uno de ellos: George R. R. Martin, el autor de ‘Juego de Tronos’. Porque Martin, pese a su evidente relación con el mundo real, es, ante todo, un personaje de libro: es pequeño pero grande, orondo; sus grandes y rechonchos dedos se mueven con agilidad cuando empuña la pluma, la sonrisa, tan tierna como indagadora, se convierte en el centro de atención de un rostro blanco y barbudo. Sentado en el sillón parece que se haya olvidado el casco y el hacha en algún sitio: George R. R. Martin es un enano de Tolkien. O quizás un mago.

Fue el 25 de julio de 2008. Por aquel entonces, ‘Juego de Tronos’ era una saga literaria compartida en exclusiva por los feroces lectores de literatura fantástica y algún que otro despistado más. El boca a boca transmitido en las propias librerías, de unos a otros, había convertido a ‘Canción de Hielo y Fuego’ (la primera novela) en un mito exclusivo, un club de privilegiados en el que solo se exigía una condición para entrar: leer.

Yo mismo, que llegué a Westeros gracias a la recomendación de Damián y Rubén -dos de esos lectores feroces-, insistí a amigos y familiares a darle una oportunidad a la novela: “no os hacéis una idea de lo que os va a gustar”, les decía. Muy pocos me hicieron caso (mi madre, entre ellos, que ahora debe ser la mayor experta en emblemas, títulos y genealogía de todas las familias a este lado del muro), pero los que siguieron los pasos no se arrepintieron.

La HBO fue un eslabón más. Una voz con poder que decidió colocar a Martin en el trono que merecía. La primera temporada de la serie de televisión ya ha terminado en EE.UU tras un éxito arrollador. Millones de espectadores en todo el mundo lamentan ahora la terrible espera que sufrirán hasta que se estrene la segunda parte en televisión. Otros, los menos, los que ya hemos leído más de dos mil páginas sobre los Stark, los Lannister y otras familias que aún ni sospechan, llevamos así dos años: ¿Para cuándo la quinta novela?

George R. R. Martin es un tipo entrañable. La foto, del 25 de julio de 2008, en Granada.

Juego de Tronos

Mientras que los tronos de Semana Santa desfilan por las calles de su ciudad, los ‘clicks’ de los ratones de medio mundo apuntan a una de esas polémicas descargas que aceleran el cambio y revolucionan la emisión: ‘A Game of Thrones S01E01’. La HBO es una cadena que no hace series de televisión, hace películas a lo grande. Y ‘Juego de Tronos’ no es una excepción. Después de ver el primer capítulo, el miedo a que la versión desprestigiara los libros de George R. R. Martin se ha disipado por completo.

Los que hemos leído las novelas (seremos muchos más cuando termine la primera temporada de la serie, tiempo al tiempo. La televisión les hará leer, ya verán) estamos deseando que todos conozcan la grandeza del enano Tyrion Lannister, el arrojo de Arya Stark o la sutileza de Meñique. Son decenas de personajes que completan una de las historias más apasionantes de la fantasía moderna.

La factura final del producto es excelente. Para que se hagan una idea, nada más que el ‘opening’ de la serie ha cosechado un aluvión de piropos y fervientes declaraciones de amor. Les aviso con tiempo para que no les pille por sorpresa. Deben ser conscientes de que se acerca un nuevo ‘boom’ del que todos hablarán por la calle, en la cola del supermercado, en las tiendas de cómics, mientras devoran una tostada.

Y entonces, quizás se sorprendan confesándose fans absolutos de ‘Juego de Tronos’. Se arrepentirán de haber tardado tanto tiempo en descubrir lo que escondían tan fabulosas novelas. Y, más aún, se arrepentirán de no saber quién era George R. R. Martin, escritor y productor de la saga que confesó en su última visita a Granada que la Alhambra le había inspirado uno de los reinos protagonistas. Una visita que sólo unos pocos presenciamos. Los mismos que ahora presumimos, cada día más, con nuestro tomo dedicado: “Winter is Coming, George”. Pera esa historia se la cuento en otro momento.

Spartacus

De un tiempo a esta parte, ‘Spartacus’ se ha convertido en un tema de conversación recurrente en la pandilla. Sucede algo parecido como con los Simpsons (ya saben, según la estadística, en todas las charlas termina apareciendo un símil a los amigos de Springfield: “es como aquel capítulo en el que Homer engorda”, “es como cuando Maggie mata al señor Burns”, “es como cuando Bart monta una guerra contra Nelson y terminan comiendo magdalenas”). En fin. No creo que exista nadie sobre la faz de la tierra que se atreva a defender ‘Espartaco: Sangre y Arena’ bajo criterios objetivos. Es cierto: hay violencia desmesurada, sexo patológico y blasfemias cacofónicas. Pero por alguna extraña razón, la serie de marras apasiona a la mitad basta, simple y primitiva de la humanidad: los hombres. Y sí, soy un hombre.

En serio, es superior a mis fuerzas. He de confesar que el primer capítulo me resultó una chorrada considerable que buscaba la comparación rápida con ‘300’ y ‘Gladiador’ -el parecido es evidente-. Después de ver el episodio decidí no seguir ni un solo minuto más de tal bazofia. Pero entonces comenzó el efecto ‘Jupiter’. A saber: uno, que se mueve en distintos ámbitos, tiene comprobado que los gustos nunca coinciden en todos los ambientes. Siempre hay diferencias. Sin embargo, pasaban las semanas y más gente, sin nada en común, me hablaban de la serie. Y siempre terminaban su exposición con un exabrupto que, admito, me enamoró: “Por la polla de Jupiter”.

Esa gente, por supuesto, eran hombres -más o menos barbudos-. El granito de arena lo terminó de poner un compañero de la redacción que, cargado de adrenalina, me decía: “El episodio cuatro, tío, llega al episodio cuatro”.

Miren ustedes gentes de bien. No lo vamos a negar. Señoras y señoritas, sí: ‘Spartacus’ nos gusta porque es burra, visceral e incorrecta. Encima, tiene una historia divertida, repleta de traiciones y juramentos de honor que implican la muerte de sus protagonistas. Esas cosas nos encantan, entendedlo.