Enredados

Confieso que Rapunzel nunca fue uno de mis cuentos favoritos. Bueno, ni favorito ni leches: me parece horroroso. A ver qué niño disfruta con la historia de una niña que adora su pelo y que espera que un príncipe escale por sus rizos para liberarla de la tiranía de su madrastra con un beso furtivo. Buaj. De hecho, siempre creí que el cuento se lo inventó una madre para convencer a su hijo de que no tirara del pelo a sus compañeras de clase. O eso, o una peluquera fundamentalista. O Stephenie Meyer. En fin. El caso es que con tan mala predisposición hacia una película era difícil convencerme de que ‘Enredados’ no iba a ser un fiasco insoportable. Y, mira tú por dónde, la última de Disney es bien maja.

La cinta baila por un fino cordel de cursilería bien llevada, canciones pastelosas y una evocación contínua al mundo ideal de Disney. ‘Enredados’ entrelaza a la perfección el esquema clásico de grandes éxitos como ‘La Sirenita’, ‘La Bella y la Bestia’ o ‘Pocahontas’, con una depurada técnica de animación por ordenador, cumpliendo el objetivo que la compañía se propuso con ‘Tiana y el Sapo’: devolver a la gran pantalla la ‘magia Disney’, relegada a un segundo plano por un tipo de cine más ‘adulto’ (Wall-E, Up, Shrek).

‘Enredados’ tiene todos los elementos para hechizar a los peques de casa: un misterio escondido en lo alto de la torre, una aguerrida princesa con ansias de aventura, un ingenioso ladrón en busca del más grande de los tesoros, un simpático camaleón con aire de Pepito Grillo, un caballo justiciero y una banda de enormes rufianes cantarines que les harán botar en la butaca.

La llegada de Rapunzel al cine es una buena noticia. Porque, por mucho que nos gusten las películas de animación ‘modernas’, era injusto que los niños no tuvieran su ración de cursilería y canciones pastelosas con un mínimo de calidad. Que al final nos salen todos embrutecidos, y tampoco es plan. ‘Enredados’ es divertida, blanca y preciosista. Un hechizo místico que siempre consiguió hipnotizarnos delante de la pantalla. Y si no, que levante la mano el que no se sepa una canción de Disney. O dos.

Tiana y el Sapo

Hace unos años fisgoneé, en el MOMA de Nueva York, la conversación de dos modernos enfrascados en chalecos amarillos y zapatillas Converse doradas. Uno, el más finolis, le dijo al otro: “¡Qué belleza, qué fuerza!” Estaban postrados y babeantes frente a ‘Las señoritas de Avignon’. Tras unos segundo de éxtasis artístico, el otro subrayó: “Después de ver esto, ¿qué sentido tendría pintar como antes?” Por antes, entendí, se referían a pinceladas clásicas al óleo, tipo Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Botticceli y todos esos aprendices de artistas.

Ayer, precisamente, volví a pecar de cotilla metiéndome en las reflexiones de dos zagales de no más de 15 años, expertos de la vida, que discutían sobre la verdadera fotografía: “Claro que sí Obdulio -guardaremos su anonimato tras un nombre improbable-, es como si hoy quisieras hacer un retrato. ¡Nadie querría que viniera un pintor a su casa cuando puedes componer una imagen excelente con una Canon 350!”

Tiana y el Sapo es ése antes. Y suponer que la existencia de bellezas como ‘Up’ debería hacernos olvidar cualquier tiempo pasado es un error. El arte (cine, pintura, fotografía…) evoluciona y nadie está dispuesto a ponerle frenos. Pero nadie en su sano juicio le negaría a un genio que pintase la capilla sixtina. Ver Tiana y el Sapo es volver a la elástica del lápiz, a los personajes flexibles que adoptan posturas exageradas que despiertan la imaginación.

Si bien es cierto que el gran éxito de ‘Tiana y el Sapo’ está, curiosamente, en su forma. Lo artesanal destaca sobre una historia que es, por mucho que lo escondan, la misma historia de siempre. La misma Cenicienta que encuentra el amor de verdad en un Príncipe Azul que la encantará con un beso para obtener, al fin, el matrimonio perfecto. Sí, es cierto que se convierten en ranas y que el joven monarca está en bancarrota. Pero es lo mismo. La música, sin embargo, adopta un papel protagonista más allá de las canciones Disney: el jazz. Quizás el mejor ritmo desde los tiempos de Baloo y su fenomenal plátano.

Como película falla. Pero ver los dibujos es como reencontrarse con un viejo amigo o un profesor de la infancia. Ciertas tribus africanas dicen que tomar una fotografía roba el alma, mientras que pintar un retrato la ensancha.

Tarzán, Tiana y el Sapo

Tarzán fue la última de su especie. Pese a que después vinieron Atlantis: El imperio perdido -de la que pocos se acuerdan- y Lilo & Stich, la aventura del hombre mono supuso el final de una gran etapa para Disney: no más versiones de cuentos clásicos. Desde que se estrenara en el cine hasta hoy, que la podemos ver por primera vez en televisión abierta, han pasado diez años.

La magia de Tarzán no estaba en su historia o en sus personajes, bastante comedidos. El inmenso poder de la película rendía en una animación preciosista, con las técnicas más innovadoras hasta la fecha que consiguieron, a mano, dibujar un mundo vivo que se trazaba a velocidad de vértigo sobre las infinitas lianas que bailaban por la selva. Sin embargo, el mismo esfuerzo que consiguió un magnífico y artesanal acabado final fue el que sentenció a muerte el camino que abrieron Blancanieves, Cenicienta, Bambi y tantos otros reyes infantiles. Lo que tardaba una máquina en hacer un día, un hombre habilidoso empleaba una semana. Y el tiempo será siempre oro.

Pasan los años. Las mismas máquinas que relegaron al olvido la animación tradicional crean, para qué negarlo, productos maravillosos: Toy Story, Monstruos S.A., Los Increíbles, Wall-E, Up… Pero, curiosamente, es justo ahora, con las palabras crisis y esfuerzo subrayándolo todo, cuando Disney decide volver al inicio. A lo artesano. Tiana y el Sapo vuelve a poner un cuento clásico en la palestra, vuelve a las canciones que sustituyen a diálogos y a la consabida metáfora de la belleza interior.

Tiana y el Sapo será la primera película Disney protagonizada por una chica afroamericana. Algo que suena a marketing coyuntural, teniendo en cuenta el contraste de tonos que pone la familia presidencial… No, hombre, no. No me refiero a la Moncloa y a las hijas de Zapatero, hablaba de los Obama en la Casa Blanca. En fin, disfruten esta noche de Tarzán y de Phil Collins cantando en español.