Al filo del mañana

Lee como si fuera la primera vez y, sin embargo, usted y yo ya nos conocemos. Deje que se lo demuestre, esto es lo que va a pasar: tras abrir esta página mis palabras se colarán en su cabeza, como un rayo de sol al amanecer. Tanteará los párrafos con la ingenuidad del niño que inicia su primer día de clase, buscando la trampa, la doble lectura, el truco. Pero no hallará nada. Entonces decidirá volver a leer la primera frase y, por fin, escuchará atentamente lo que nos espera:

La taquillera le sonreirá en cuanto pague la entrada de ‘Al filo del mañana‘, el último trabajo de Doug Liman (‘El caso Bourne’) protagonizado por Tom Cruise (‘Oblivion’) y Emily Blunt (‘Looper’). Se sentará en una butaca que le resultará más cómoda de lo habitual. El olor a palomitas se disipará en un momento, en cuanto terminen los tráilers y descubra que una guerra se avecina. Puede que le parezca que todo sucede en un abrir y cerrar de ojos, pero pasará más de dos horas sentado en esa cómoda butaca, vibrando con una dosis pura de la mejor ciencia ficción.

Una película que abruma al espectador tanto como a su protagonista para, llegado el momento exacto, el instante atemporal, dejarle libre y que sienta el miedo. El miedo que nos hace temer la pérdida, nos vuelve inseguros, destroza los pilares y abofetea lo establecido. El mismo miedo que invita a arriesgar para ganar, a abandonar la rutina y la apariencia. El miedo sin el que no podríamos hallar el valor.

¿Cuántas veces deseó una nueva oportunidad? ¿Cuántas veces recreó el ridículo que hizo pidiendo una cita de esa manera tan pobre, cuántas buscó el ‘control z’ para aprovechar el último tren, cuántos errores le hicieron aprender a golpes? Y cuántas veces deseamos ser un Bill Murray que despierta en la misma cama, el héroe de una guerra en ciernes, la pastilla azul de un Morfeo impaciente.

Entonces abrirá los ojos, volverá a este texto y entenderá de lo que estamos hablando. Descubrirá que tenía razón, que ‘Al filo del mañana’ es una gozada que no debería terminar nunca y que está dispuesto a olvidar todo lo que sabía sobre la película. Que quiere leer, otra vez, como si usted y yo no nos conociéramos. Pero no será la primera vez. Ni la última.

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Oblivion

Hay algo en el futuro imaginado desde el pasado que tiene un encanto eterno. Los ruiditos ‘bips’, las mesas redondeadas, las pantallas con gráficos y señales de audio, la simpleza absoluta en el trazo y las líneas de Le Corbusier: el vacío llenando los huecos. Joseph Kosinski (‘Tron 2’) prosigue en su ambicioso romance con el retrofuturismo en ‘Oblivion’, atractiva fábula que interpreta al ‘Hollywood-way-of-life’ una de las películas de ciencia-ficción más arrebatadoras de los últimos años. ¿Cuál? Mejor que no lo sepan.

Jack (Tom Cruise, ‘Misión Imposible’) y Victoria (Andrea Riseborough, ‘Disconnect’) son un eficiente equipo técnico que trabaja en un desolado planeta Tierra, a la espera de cumplir su objetivo para viajar a Titán, el nuevo hogar de los humanos. En una de sus expediciones diarias, Jack sufre un ataque de los ‘Scavs’, último reducto de la raza alienígena que intentó invadir el planeta. Lo que no podía imaginar era que su gran enemigo viajaba en su mente.

El guión de Kosinski no es muy limpio. En algunos tramos resulta enrevesado y poco afinado, dejando a los personajes secundarios (Nikolaj Coster-Waldau, ‘Juego de Tronos’; Olga Kurylenko, ‘Quantum of Solace’; y Morgan Freeman, ‘Invictus’) en un injusto limbo. Lo que contrasta con la pulcritud de lo que vemos en la pantalla. De hecho, los amantes de la tecnología verán muy saciada su necesidad del ‘cacharreo’ innovador (para los amantes del píxel, mi aparato favorito es un bazuca con aires de ‘Nintendo Scope’). La mezcla, sin embargo, funciona. Y el producto final es un digno entretenimiento con visos de -la taquilla dirá- una nueva saga.

La música de M83 y la visión de Kosinski consiguen que ‘Oblivion’ merezca un hueco en la lista de aciertos del año. Este director, a poco que le dejen espacio, conseguirá una película redonda. Lo que está claro es que ha sabido crear un lenguaje visual fácilmente reconocible, un acierto que, seguro, traerá buenas consecuencias para su cartera. Y para nuestros ojos.

Misión Imposible 4: Protocolo Fantasma

Brad Bird es un regalo para el cine. El director dejaba el mundo de la animación, donde despuntó con las geniales ‘Los Increíbles’ y ‘El gigante de hierro’, para infiltrarse en el celuloide de carne y hueso con una saga que era difícil reinventar: ‘Misión Imposible’. Dudo que alguien vea una revolución en el mundo del agente secreto Ethan Hawke (Tom Cruise). Como les decía, era difícil. Y, sin embargo, lo que parecía imposible, conseguir que el público saliera del cine entusiasmado con la película, es una misión muy satisfactoria. Porque ‘Misión Imposible 4: Protocolo Fantasma’ es, por encima de todo, un enorme entretenimiento y, probablemente, la mejor cinta de acción del año. Todo un regalo de Navidad.

Los agentes Jane (Paula Patton) y Benji (Simon Pegg) parten a una prisión para rescatar a Hawke, encerrado por razones desconocidas. Un terrible atentado en Rusia provoca que el Secretario de Defensa active el Protocolo Fantasma, una orden por la que todos los miembros de la organización secreta pierden sus privilegios. ¿La razón? Hay pruebas que inculpan a Hawke como el principal culpable del magnicidio.

Los primeros diez minutos enganchan como una tableta de chocolate: cuando empiezas ya no puedes parar. La famosa melodía de Lalo Schifrin versionada por Michael Giacchino promete dos horas de diversión sin freno. El constante goteo de adrenalina les obligará a agarrar la butacas del cine sin un solo segundo para que se relajen con una estupenda combinación de suspense y humor.

Tom Cruise lo da todo en las escenas de acción. Paula Patton pone estilo y belleza. Simon Pegg dignifica al secundario gracioso. Y Jeremy Renner, llamado a heredar el reino del taquillazo, despliega el carisma. Un grupo sensacional que tiene su eco detrás de las cámaras con J.J. Abrams y Bryan Burke, el marchamo de calidad.

Por si no les ha quedado claro, ‘Misión Imposible: Protocolo Fantasma’ es la elección palomitera por excelencia para las vacaciones de Navidad. Excelente divertimento, buen cine.

Noche y Día

Estaba yo placenteramente retrepado en el sillón de casa, cuando un taladro comenzó a escarbar en mi ya de por sí escasa paciencia. Eran las nueve de la noche. Tras enzarzarme, desde el balcón, en un intelectual debate a gritos con el buen obrero y utilizar numerosas palabras recurrentes que el diccionario se empeña en no reconocer, decidí huir a un lugar donde vivir fuera una opción: el cine. Les cuento todo este desvarío porque puede que la mala leche que me recorrió todo el cuerpo con el maldito taladro de las gónadas de Neptuno influyera en que una de esas película que su sola presencia dan grima, terminara pareciéndome muy divertida. Les hablo de ‘Noche y Día’, la última de Tom Cruise y Cameron Díaz.

De corazón, no entiendo el fracaso en taquilla de la cinta de James Mangold (‘El tren de las 3:10 a Yuma’, ‘Copland’). Además, me he puesto a revisar las críticas internacionales y, en realidad, ninguna la pone mal. Vale, nadie la describe como ‘una buena película’, pero todos coinciden en que es la clásica opción palomitera para una tarde de verano. Y es verdad, carajo, ‘Noche y Día’ no tiene ninguna gran aspiración cultural, pero ofrece dos horas a caballo entre la comedia y la acción. A veces, incluso, funciona como una parodia de sí misma, lo que le da un punto entrañable.

El guión no es original, para nada. Un agente secreto se choca con la rubia de turno que pasaba por allí y ambos se ven envueltos en una turbia trama de espionaje y acción por todo el planeta. No hay más. Lo irónico del asunto es que la pareja Cruise-Díaz, el auténtico gancho del asunto, son también su principal problema. Si esta película se hubiera estrenado hace diez años, con ‘Algo pasa con Mary’ y ‘Misión Imposible’ al dentes, otro gallo cantaría. Los actores ya no cuentan con el mismo tirón mediático y su caché ya tiene sombras más jóvenes.

‘Noche y Día’ es un entretenimiento estupendo. Y, por si fuera poco, cuenta con una de las escenas que más risas ha provocado en la historia del cine -al menos en España-: los protagonistas huyen en Sevilla de las típicos encierros de San Fermín, con el “a Pamplona hay que ir, con una bota, con una bota” de fondo musical. En serio, ¿en Hollywood no saben lo que es la wikipedia?