Margin Call

Satanás negocia con almas. El producto es cosa de dos. Pero el juego, la competencia, comprar y vender, es un invento humano. Por aquello de no llamar la atención de Belzebú y de su buen hacer como negociante, procuro no desear el mal a nadie. Sin embargo, para todos los que hoy siguen enriqueciéndose con la miseria, el abandono, el sufrimiento y la impotencia, tengo otros planes. Espero, de corazón, que los ricachones y fumadores de puros que especularon con nuestro futuro y nuestras vocaciones lo pierdan todo. Lleguen a la angustiosa situación de tener que reinventarse, de subirse las mangas y servir hamburguesas durante toda la jornada -sábados incluidos- por siete euros la hora.

Crisis. En los últimos años hemos añadido infinidad de significados a la palabra. Y, quizás, aún nos cuesta aceptar uno de los más dañinos: culpabilidad. La crisis no es algo accidental, no es un irrefrenable volcán en erupción o un desafortunado maremoto pendiente de la Luna. No. La crisis es consecuencia directa del ser humano. De un grupo de ellos que malentendió el concepto de ambición y prefirió seguir pulsando la tecla que apretaba el yugo global.

‘Margin Call’ es la narración, casi en directo, de las 48 horas que cambiaron el mundo. La ópera prima de J.C. Chandor es un espeluznante goteo de insensibilidades delante de la pantalla que gobierna nuestras esperanzas, un ordenador repleto de variables, gráficas y paquetes de oportunidades hipotecarias que nunca debieron venderse.

Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Zachary Quinto, Simon Baker, Stanley Tucci, Penn Badgley y Demi Moore conforman el relato coral del nacimiento de la crisis. ‘Margin Call’ es una excelente película que entra en la colección formada por ‘The Company Men’, ‘Inside Job‘ y ‘Up in the Air‘. Films de obligada visión para aquellos que sean testigos de la tragedia. Para aquellos que se sienten marginados y englobados en un término tan lamentable como real: crisis.

Nota: No recomendada para sueldos abrumadores, puede crear consciencia.

Pregunta: ¿Por cuánto venderían su alma?

Aspirar a creer

Tenemos miedo. Y esta semana, entre líneas, vamos a hablar de eso: incertidumbre, angustia, inconformismo, desilusión, agonía. La palabra ‘huelga’ centrará los titulares de un país desorientado que no sabe en qué creer. En quién creer. Mientras que unos pintan pancartas y preparan insultos adornados con gestos de impotencia, otros trabajarán bajo la sombra de los puntos suspensivos. Unos y otros, todos, tenemos miedo.

La palabra ‘profesión’ tiene una connotación mística y universal a la que no se le suele hacer mención en las encuestas del paro: ‘pro fe’, la actividad a la que juras lealtad y empeño. Tu lugar en el mundo. La espada con la que cumplir una misión vital. A lo largo de los años desarrollamos una enorme inquietud por ‘ser algo’: médico, profesor, electricista, camarero, empresario, guionista, dibujante, abogado, arqueólogo, periodista…

Las vocaciones nos resucitan y nos dan plenitud. Un maestro que no pueda enseñar o un arquitecto que no pueda construir, aunque viva en la abundancia, nunca sonreirá igual. Por eso, mientras políticos y sindicatos claman al cielo por la crisis, yo miro a mi alrededor y veo demasiados últimos alientos. Jóvenes que desean dar lo mejor, que tienen que suplicar por estar detrás de la barra de otro y que dan por muerto el sueño, antes de empezar. Y adultos experimentados que, en sus últimos años de carrera, tienen que salir con urgencia por la puerta de atrás. Resignados.

George Clooney aún me pone los pelos como escarpias en ‘Up in the air’. Está sentado frente a un padre de familia con deudas al que tiene que despedir. Le dice algo así: “Usted estudió diseño, ¿qué pasó? ¿Cuánto le pagaron al año para que olvidara lo que quería ser en la vida?” Y esa idea es, precisamente, la que más miedo nos da. Que por mucho que reunamos el valor para partir en busca del sueño, parece que ya no existe. Que no hay opción. Sólo crisis.

Pero ya lo dice la palabra: ‘fe’.

Jason Reitman

En ideal.es hemos publicado un especial sobre los Oscar que, a falta de que los digan otros, lo diré yo: es genial. Información de todas las películas, críticas, artículos, imágenes, trailers. Todo. Un servidor ha participado con un par de perfiles. Aquí les dejo el principio sobre la interesante vida de Jason Reitman, director de ‘Up in the Air’ (si quieren leer el final de la historia y descubrir qué relación guarda con ‘Colega, ¿dónde está mi coche?’, vayan a su ordenador y tecleen ideal.es):

1984. La profesora se acercó a los alumnos y les preguntó sobre su fin de semana. El travieso Johnny contó que había estado pescando con su padre en el lago; los demás alumnos cuchichearon emocionados ante la posibilidad de abandonar el aula y correr por el campo. La ovación fue tremenda para Timmy, que relató con detalle la jornada que pasó con su padre, viendo al equipo de Quebec en la pista de hockey sobre hielo. Sin embargo, nadie pudo entender la respuesta del pequeño Jason: “He estado jugando con mi padre a los Cazafantasmas”

Cuando Jason Reitman (Quebec, 1977) tenía 7 años, su padre, Ivan Reitman, le llevó al rodaje de su nueva película. ¿Se imaginan? “Mira, esto sirve para capturar espectros, este es el traje de Bill Murray y con estas pistolas tan chulas venceremos a un muñeco gigante… Sólo recuerda una cosa, hijo: ¡Nunca cruces los rayos!”

Jason Reitman ha vivido el master en dirección cinematográfica más minucioso, detallista y prologando del mundo. Quizás, esta relación tan íntima y temprana con las historias es la que le lleva a describir su infancia como “una película Friki sobre un perdedor”…

(venga, todos a www.ideal.es)

Up in the Air (Greguerías)

Unos minutos antes de entrar a la sala de cine, fui a tomar una cañita a uno de los bares que pueblan el centro comercial. Nada más acercarme a la barra me encontré con el típico amigo que ves poco pero que siempre te alegra la tarde. ¿Cómo te va tío? “Pues me han despedido”, me responde Axel, mi colega, con una enorme sonrisa en la cara. ¿Qué, en serio? ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? “Sí, sí. Fue una de estas cosas que te hacen pensar que al final los buenos ganan”. ¿Por? “Pues porque la misma mañana en la que iba a decirle a mi jefe que dejaba el trabajo me llamaron para echarme -sonríe más, si cabe-. Tenía que salir de allí, el curro me estaba matando. Y las cosas han salido solas. Algo bueno va a pasar”.

Cuando terminaron los títulos de crédito de ‘Up in the air’ me fue imposible no acordarme de mi conversación previa con Axel.

Otro de los grandes temas de la película de Jason Reitman es la invasión tan abominable de las nuevas tecnologías sobre cualquier faceta de la vida, por muy humana que parezca. Y, de ahí, parte mi segunda anécdota:

El domingo se me rompió el ordenador. Caput. Finito. Ni palante ni patrás. El botón del power es tan inútil como el de la chaqueta. Me pasé las horas muertas intentando reanimarlo. Maldecí a Santa Tecla y al Santo Ratón. No poder revisar mi email, ni mi cuenta de Twitter (www.twitter.com/jecabrero, por si gustan), ni el Facebook, ni las noticias, ni poder escribir, retocar fotos o jugar al buscaminas. Sentí una frustración y una dependencia -¿adicción?- que me asustaron.  Más tarde, me enteré de que la abuela de una amiga había fallecido. Y me sentí miserable. ¿Por qué daremos tanta importancia a la tecnología y tan poca a lo sensible? Más hablar y menos chatear.

Up in the air

Up in the air es un estimulante homenaje a la crisis. Una arenga para todos los que perdieron su empleo y vieron cómo su horizonte se empequeñecía por momentos. Un canto a la vocación perdida, a la misión que un día juramos lealtad porque era el camino que nos hacía felices. Y un recordatorio tan importante como cruel: el éxito profesional exige vaciar una mochila repleta de hermanos, padres, hijos, hogares y recuerdos. Porque para llegar a la cima, a lo más alto en el cielo, todo eso es lastre. El que gana lo hace sólo; cruza una línea de meta que no puede compartir con nadie. La reflexión, al salir de la sala de cine, nace pronto: ¿Quiero ser un ganador o un perdedor?

George Clooney es Ryan Bingham. Un ganador. De los 365 días del año pasa 320 volando de un país a otro y “cuarenta días asquerosos en casa”. Él trabaja para una empresa que se dedica a despedir a trabajadores de otras empresas porque sus jefes no se atreven. Pero Bingham vende cada expulsión, cada crisis, como una oportunidad para renacer y reinventarse. Para recordarles lo que un día quisieron ser: “¿Cuánto le pagaron en este trabajo para que olvidara su sueño? ¿Cuánto costó su alma?”

Tremendamente racional y calculador, Bingham se enamora de una mujer que, al igual que él, vive más en los cielos que en la tierra. Así, lo maravilloso de la película es que cada vez que Clooney coge un avión, el espectador lo hace también. Cada viaje es un intento por definir qué es el éxito en la vida. Un término que está sujeto a las decisiones que tomamos: ¿Sólo en el cielo o acompañado y en familia en el suelo?

Jason Reitman dirige ‘Up in the Air’. Una obra maestra, refrescante y recomendable para todos. Porque todos, antes o después, tendremos que elegir cómo queremos vivir. Reitman, además, consigue plantarnos una sonrisa durante toda la cinta gracias a un George Clooney en estado de gracia. Entre los dos conseguirán que el lunes, cuando abran el periódico y vuelvan a leer ‘crisis’, sonrían cómplices: es el momento de cambiar. La revolución estaba dentro.