Bárcenas, Armstrong y las mentiras de verdad

Mentir es un arte. Soy un apasionado de las mentiras. Miento con destreza cuando tengo cuatro cartas entre las manos –aunque la razón pida mus– y miento con saña cuando imagino lugares imposibles. Las mentiras, dice Vargas Llosa, están repletas de verdad. Pero siento asco ante las mentiras de verdad. Auténtico pavor. Repugnancia. Las mentiras de verdad, ésas que ni crean ni se escriben ni se proyectan en una sala con gallinero. Sí en pocilgas. Bochornosas pocilgas que tarde o temprano terminan apareciendo en el camino de la mentira, impidiendo una huida de patas cortas, cosechando la ira del ingenuo que las creyó ciertas.

En estos días en el que parece demostrado que Bárcenas miente, el otrora héroe del universo, Lance Armstrong, se sincera sobre el dopaje, los triunfos manchados y la desagradable amnistía de un trono despojado. Sea Bárcenas o sea cualquier político afincado al talante y la insidia, existe una terrible sensación de fraude para con los líderes de la sociedad. Nuestros líderes. De España. Es demoledor leer y releer, un día tras otro, cómo tras cortar una cabeza, aparecen otras dos, imitando a la Hydra que angustió al mismísimo Hércules.

Corrupción, trapicheo, sobres cargados de mala baba. Los encontramos, los acusamos, los señalamos y nada. Pasa el tiempo. Olvidamos y dejamos que nazca otra cabeza, multiplicando la frustración, restando credibilidad, aumentando la certeza: se ríen de nosotros. No son ideas enfrentadas, son un único bando que protege sus intereses, terrenos y sueldos vitalicios. Pero, amigos, el tiempo ordena los mitos, las leyendas y los villanos.

Dentro de un tiempo –días, meses, años, lustros–, la verdad saldrá a la luz. La humillación cambiará de lado y serán sus gargantas las que soporten el peso de la vergüenza. Os pillamos, diremos. Caminarán un oscuro tormento hacia el plató donde una periodista de fama internacional les entrevistará por sus mentiras. Y se enriquecerán, otra vez, por las mentiras. Pero, al igual que con Armstrong (Bad Robot, la productora de J.J. Abrams, ya ha comprado los derechos para rodar la caída del ciclista), aparecerá un artista que decida dejar una huella imborrable que ajusticie y justifique su pobreza. Su deleznable herencia. Y esas mentiras me gustan.

Realidad

Es fascinante cómo la realidad tiende a convertirse en ficción. Que levante la mano el que no esté alucinando con los titulares que abren los periódicos estos días de crisis. Y si alguien sabe de crisis es Madoff, uno de los rufianes protagonistas de la situación económica que vive el planeta. El ‘Gecko’ (‘Wall Street’, Martin Scorsese) de un universo paralelo y palpable, que ahora llora, desde su celda, la muerte de su hijo. Se ahorcó.

Una soga parecida a la que rodea el cuello de los miles de implicados en algún cable de Wikileaks. Los de la farmacéutica Pfizer, por ejemplo, ven el cerco cada vez más estrecho. Al parecer, probaron el antibiótico Trovan durante una epidemia de meningitis en Kano (Nigeria), en 1996, con niños. El experimento, con resultados lamentables, fue silenciado a golpe de talonario. Me pregunto si detrás de la denuncia hay un ‘El jardinero fiel’ (Fernando Meirelles, 2005) llorando por las almas pobres del mundo y por el amor perdido representado en la bella Tessa Quayle (Rachel Weisz).

Mientras, en otro lugar, lejano y cercano a la vez, miles de personas salen a la calle ataviados con el mismo uniforme: capa negra y máscara sonriente. Reclaman libertad para Julian Assange, el creador de Wikileaks. Cantan al espíritu del “recuerden, recuerden, el cinco de noviembre” bajo la sombra de ‘V’ (‘V, de Vendetta’, Watchowsky). En Estocolmo honran a la versión 2.0 de la garganta profunda y debaten sobre el periodismo de antes y el de ahora, deshilachando, como Russel Crowe, ‘La sombra del poder’ (Cal Mcaffrey, 2009).

Allí mismo, un coche bomba explota en la misma semana en que se entregaban los premios Nobel. Una gala subrayada por la ausencia de Liu Xiabo, premio de la Paz, encarcelado en China por ser considerado un perturbado, un peligro para la sociedad. Vargas Llosa habla de las historias, de la ficción. Y de su poder para cambiar la realidad.