Toy Story 3 (I)

‘Toy story 3’ no es sólo un canto a la infancia y una arenga a las ilusiones. Es una oda al cine. Al igual que el olor del café hacía que Marcel Proust viajara a la mesa donde vio por primera vez al amor de su vida, la última película de Pixar es un océano repleto de ríos cargados de sensaciones que vienen y van de momentos pasados y futuros. Mientras que los ojos del niño soñarán con la aventura, el adulto desenrollará nudos en el estómago que solo el tiempo pudo atar. El vello, convertido en antenas sobrecargadas de pasiones, aprenderá la Vida, tan puta y tan preciosa, resumida en un puñado de juguetes.

Los niños que vieron hace quince años ‘Toy Story’ son hoy los protagonistas del mundo. Los sufridores de la crisis, esa infecta y pútrida enfermedad que carcome las ambiciones. Woody y Buzz, pese a que siguen siendo dibujos animados, han crecido con nosotros. El cambio impuesto por la sociedad nos obliga a elegir. A arriesgar. A dar el todo por el todo cuando la seguridad de lo que éramos ya no tiene vigas con las que soportarse.

‘Toy Story 3’ es un broche de oro que no sólo cierra una de las sagas más coherentes de la historia del cine, sino que también supera, en todos los sentidos, a sus predecesoras. Y lo hace con una presentación brillante en la que no falta ningún ingrediente: comedia, drama, acción, aventura, amor. La técnica y el alma se dan cita en un guión magistral repleto de guiños a grandes obras del cine: ‘La Gran Evasión’, ‘La Guerra de las Galaxias’, ‘Matrix’, ‘Indiana Jones’, ‘El Padrino’… Una montaña rusa de emociones que culmina con cinco minutos finales en los que llorar es casi una obligación. Cinco minutos que esconden el más íntimo, puro y fascinante secreto de la vida eterna. Del éxito. La clave para dejar un huella en el mundo memorable.