Pesadilla en Elm Street

En veinte años han cambiado la cifra, el tamaño de la letra y, por tanto, el impacto del mensaje. Lo de “película no recomendada para menores de 18 años” ha quedado en una leyenda que pasa desapercibida casi totalmente. Hubo un tiempo en que no fue así. Yo recuerdo la estantería negra del videoclub, la del terror, repleta de cintas llamativas que me daban miedo. Pero no por el contenido, sino por el empeño de la sociedad: “ver esta película puede traumatizar a su hijo para el resto de tu vida”, decían.

‘Pesadilla en Elm Street’ era la reina. El título más conocido entre los tabúes del alquiler. Freddy Krueger se coló en los sueños de miles de niños que nunca le habíamos visto en acción. Un sábado por la tarde, en casa de mis primos -graciosos ellos-, colocaron un casette escondido detrás de un sillón con la niña de la peli cantando aquello de “un, dos, tres, Freddy está aquí…”. Les pregunté que qué era esa voz de ultratumba. Me respondieron que ellos no oían nada. Y así estuvimos toda la tarde, con el consiguiente cachondeo por su parte y mi inenarrable malestar fisiológico por las patas de abajo. Así éramos en los tiempos sin Google.

La reinvención del mito de Krueger la verán muchos más niños y adolescentes que la original. No hay duda. El cambio de Robert Englund (‘V’) por Jackie Earle Haley (‘Watchmen’) ha sido, a priori, una buena elección. Da el pego a la perfección. Sin embargo, la versión de Samuel Bayer y Michel Bay (‘Transformers’, ‘La Isla’) no ha conseguido el éxito que en su día cosechó Wes Craven (‘Scream’).

Parece que se demuestra, una vez más, que calcar el éxito pasado no es tan fácil. Puede que ni recomendable. Lo que no quita que los productores ya hayan anunciado que ‘Pesadilla en Elm Street’ será una saga de, al menos, tres películas.

Un servidor, por lo pronto, se va a arriesgar a sufrir un trauma mortal y se va al cine a verla, para honrar a todos los niños que un día quisimos sufrir las metálicas garras de Freddy y nos tuvimos que conformar con ver la caratula del jersey a rayas en un videoclub.