Resident Evil

Resident Evil fue una impactante revolución técnica para el mundo del videojuego. Corría el año 1996 y, por aquél entonces, las videoconsolas empezaban a apostar por guiones más ambiciosos. El fontanero que comía setas y rescataba princesas o el puercoespín azul con complejo de bola de pinball, daban paso a historias de miedo, aventuras en mundos paralelos, revoltijos de ciencia ficción y soldados amnésicos con traumas infantiles.

Me vienen a la memoria títulos como ‘Flashback’, ‘Another World’, ‘Alone in the Dark’, ‘Phantasmagoria’… Juegos que ofrecían una experiencia, hasta la fecha, mucho más compleja que una película de terror o suspense. Te ofrecían ser el protagonista, el sufridor, la víctima o, incluso, el verdugo.

‘Resident Evil’ destacó por combinar la ambición narrativa con un aspecto visual espectacular. Comparar aquél videojuego con la última entrega de la saga es todo un ejercicio de historia. En cualquier caso, recuerdo la excelsa dificultad para resolver cada nuevo misterio sin ser devorado por una jauría de zombies malnacidos. Cada vez que me acuerdo de aquél lanzacohetes del final…

En fin. La leyenda de los no muertos de ‘Umbrella’ vuelve al cine de la mano de Paul W. S. Anderson, friki donde los haya, responsable de mojones memorables -pero divertidos- tales como ‘Mortal Kombat’, ‘Alien vs. Predator’ o la próxima requeteversión de ‘Los Tres Mosqueteros’. Sé que hay un legión de seguidores de ‘Resident Evil’ que están encantados con que la vaca siga echando leche. Por muy agría que esté.