The Way (I)

Los caminos son así: empiezas siendo y terminas queriendo ser. Cuando anoche metí el pie en el primer charco me vino a la cabeza la mañana en que salimos de Rabanal, tan temprano que no sabías si decir ‘buenos días’ o ‘buenas noches’. Aunque tampoco hacía falta porque lo normal, entre peregrinos, era desear un ‘buen camino’. Con el paso acelerado por la lluvia y el peso de una jornada intensa de trabajo a las espaldas, el cine parecía un destino maravilloso.

El Camino de Santiago no se puede ubicar en un punto concreto del mapa, pero es un lugar muy específico. Una experiencia que compartimos todos aquellos que maldijimos al apóstol y a toda su prole aquella noche en la que las ampollas pioneras hacían comuna en la planta del pie. Supongo que debe ser algo parecido a lo que sienten dos adultos al enterarse que el otro también fue boy scout. O que fueron heridos en la misma guerra. O que estuvieron enamorados de la misma chica. O que son del Atlético, qué se yo.

El lazo es tan fuerte que una sola mirada entre peregrinos es capaz de concentrar el olor del albergue, el sabor de las estrellas fugaces, la música de la mochila y el mismísimo tacto del humo del botafumeiro. El Camino es una aventura sinestésica, en la que toda verdad se magnifica aunque carezca del más mínimo sentido. Porque por algún extraño hechizo -llámenlo deseo, esperanza, fe-, el dolor más intenso se hace soportable y cada sorbo de agua -cada flor, cada soplido, cada colina- es una señal inequívoca de que vas a conseguirlo: entrar en la Universidad, sacar las oposiciones, escribir una novela, ser un buen padre, perdonar a un hijo…

‘The Way’ (Emilio Estévez) es un peregrino más en el que verse reflejado. Alguien con quien recordar las tres partes de la poesía:

(I) Peregrino que subes montes

para ver horizontes

Alma errante y dolorida con hambre de verdades

que busca soledades