El invierno del dibujante

Las 75 velas de Francisco Ibáñez -niños, el creador de Mortadelo y Filemón; sí, hombre, los agentes de la Tía que se disfrazaban. A ver, calvos y menudos. Leñe, ¿quién no tiene un superhumor en el cuarto de baño?- me ha recordado a uno de los último cómics que leí, muy recomendable: ‘El invierno del dibujante’. Paco Roca, su autor, además de ganar premios y reconocimientos con su trabajo, nos regala una preciosa reflexión protagonizada por los dibujantes de 1957.

Pese a la lejanía en el tiempo, la metáfora es muy actual: un grupo de artistas emprendedores están hastiados de su editorial, Bruguera, que se aprovecha de la coyuntura económica y social para apretar las clavijas a los dibujantes sin ninguna mesura. Henchidos de valor, deciden montar su propia revista donde publicar sus tiras cómicas, donde dar rienda suelta a las genialidades de sus personajes narizotas, sin vergüenzas y entrañables.

Tranquilos, no les destripo todas las viñetas. Sin embargo, hay un personaje -todos son reales- que me encantó: el editor jefe de Bruguera. Que, además de las angustias diarias de corregir y censurar las historias de sus compañeros, escribía, en sus ratos libres, aventuras para El Capitán Trueno. Algo a lo que se aferra para no olvidar, entre papeleo y papeleo, cuál es su auténtica vocación. Lo que le hace feliz, aunque no le reporte un sueldo abultado.

No sé ustedes, pero yo estoy rodeado de personas que aceptaron un trabajo porque no les quedó más remedio. Porque la vida empuja y hay que asimilar los cambios con monedas en el bolsillo. Y porque los sueños, a veces, se pierden en la hoguera. No obstante, todos ellos dedican aunque sea un solo segundo al día a su verdadera pasión. La que sea. La crisis es una putada, pero más triste sería dejar de lado lo que un día nos motivó a dejar Nunca Jamás. Quién sabe lo que traerá el mañana.

El de Bruguera, por cierto, terminó dejando el trabajo. Para escribir.