Las Salinas de Almería

La semana pasada, Manuel Martín Cuenca (‘La flaqueza del bolchevique’, ‘Últimos testigos’) presentó en Almería ‘La mitad de Óscar’. Una película íntimamente relacionada con la provincia, tanto por su guion como por su implicación con el rodaje. No, aún no la he visto. Tiempo al tiempo. El caso es que, el otro día, mi amigo ‘El Marqués’ (le llamaremos así para no desvelar su identidad) me contó una divertida anécdota sobre la trastienda del film. La pena es que no sabré expresarlo con tanto gracejo como él, que es un artista, pero ahí va.

Sitúense: un completo equipo de profesionales se planta en la ciudad para rodar una película: ‘La mitad de Oscar’. Un centenar de personas dispuestos a dejarse la piel para contar una gran historia. Y, claro, la elección de Almería no era fortuita: allí están las salinas. Resulta que la sal es un elemento importantísimo para el sentido de la cinta.

Y, al llegar a las Salinas de Almería, no hay sal. Eso, como lo oyen. Ni cámaras ni luces ni acción. Que no hay ni un granito de sal. Así que con todo el tinglado montado y los actores esperando para salir a escena, un tipo avispado pregunta a un autóctono: «Mire usted, disculpe la intromisión –pudo decir–, la sal, ¿dónde queda?». El Fulanito almeriense en cuestión, contestó: «Sepa usted buen señor que hay un fuerte temporal de nieve en el norte de Europa y que un grupo de pudientes forasteros la han comprado para limpiar sus calles». «¿Osea, que no hay sal?» «Ni miaja».

Como la cosa no podía quedar así, las mentes pensantes revolvieron cielo y tierra para encontrar sal. Hasta que, con no pocas negociaciones, dieron con la clave: «La traeremos de Australia». ¡Australia, copón bendito! La sal de las Salinas de Almería en ‘La mitad de Óscar’ es de Australia. Toma castaña.

‘El Marqués’, cuando termina de contarlo, añade, con mucha chispa, «estas cosas sólo pasan en Almería». Pero yo no soy tan salao.