Día del Orgullo Friki: 'La máxima'

Hay una máxima que deben respetar si no quieren mandar a freír espárragos su futuro. ¿Recuerdan cuando, en clase, se reían a carcajadas del niño de la última fila que leía cómics? ¿Y del que confesaba que había pasado el fin de semana jugando una partida de rol en vivo disfrazado de un guerrero élfico? ¿O de cuando miraban con desprecio a los tarados que hicieron seis horas de cola para comprar entradas del ‘Episodio I: La amenaza fantasma’, los mismos que se tragaron las tres películas de ‘El Señor de los Anillos’ de un tirón? ¿Saben esos bichos raros que visten camisetas con imágenes de videojuegos de los 80? ¿Los que recitan con pasión aquello de “Soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate para morir”? ¿Los que juraron que no se sacarían el carnet de conducir hasta que no hubiera DeLoreans en el mercado?

A todos ellos se les engloba en el término, a veces mal empleado, ‘friki’ (luego vendrían las Belenes Esteban, los Paquirrines y demás miembros de la farándula cutre, pero esos no cuentan). La ignorancia popular suele describir al ‘friki’ como un memo, un ser falto de vida y de experiencias, un pagafantas, un triste ser asocial y que, si pudiera, te mataría con una katana que compró por Ebay.

Lo que no saben de los ‘frikis’ es que son seres apasionados. Gente que se implica al máximo en su quehacer diario, convirtiéndose en expertos de todo tipo de artes con el fin de mejorar su primera vocación. Lo más probable es que sean maestros de la informática sin ser informáticos, hábiles con las nuevas tecnologías, rápidos de pensamiento, estrategas de lo cotidiano, genios de la dialéctica y un carisma poderoso forjado tras horas de lectura y cine.

Así que, la máxima que deben respetar si no quieren mandar a freír espárragos su futuro es sencilla: Nunca insultes a un friki porque existen altas probabilidades de que algún día sea tu jefe.