Bond, iBond

El otro día leí por Internet una de esas anécdotas que se venden como reales de la muerte pero que suenan a bulo del copón. En cualquier caso, si fuera falso, es una mentira en la que decido creer. Porque es genial: resulta que Steve Jobs, el tipo que se esconde detrás de la manzana de Apple, quería una figura del cine para protagonizar una campaña de publicidad de su nueva gama de productos, en 1998.

Después de realizar una criba en la élite, llegó a la conclusión de que la estrella que necesitaba era alguien con carisma, con un rostro que inspire confianza y que aúne tradición e innovación. ¿El elegido? Sean Connery. El único problema es que el insigne actor inglés rechazó la propuesta. Jobs, lejos de abandonar en su empeño, organizó una estrategia para convencer al insigne inglés. Además de llamarle por teléfono en repetidas ocasiones, contactar con sus agentes y mandarle regalos, le escribió una carta en la que le indicaba una idea, brillante, en la que Connery no había caído: “Estimado Sean, estamos viviendo una revolución tecnológica. Nuestros productos son mucho más que simples aparatos, son las armas con las que cambiar el mundo, ¿no te gustaría formar parte de este apasionante momento histórico?”

El padre de Indiana Jones, conmovido, escribió una misiva para Steve Jobs. Pura literatura: “Lo diré una vez más. Usted entiende el inglés, ¿verdad? No venderé mi alma a Apple ni a ninguna otra compañía. No tengo ningún interés en “cambiar el mundo”, tal y como me sugiere. No tiene nada que yo pueda querer. Que le quede claro: usted es un vendedor de ordenadores, ¡y yo soy el puto James Bond!

No se me ocurre una manera más rápida para destruir mi carrera que aparecer en uno de sus anuncios. Por favor, no vuelva a contactar conmigo. Un saludo, Sean Connery”.

¿Qué me dicen? I-mpresionate.