Leer, ver y versionar

Vivo con el miedo de leer un libro que termine siendo una adaptación más. Los trasvases de la literatura al cine son la prueba fehaciente de la falta de imaginación que adolece el sector. Y también, claro, de cómo los libros -esos objetos ancestrales llamados una y otra vez a desaparecer bajo el yugo de la última tecnología- nacen en un mundo infinito.

La relación íntima entre un lector y un libro es una experiencia única que no puede extrapolarse a ninguna otra persona. Por mucho que las palabras, las líneas, los diálogos y capítulos sean los mismos, mi libro nunca será tu libro. Mi libro siempre es único. La clonación es imposible. El problema está en que el interés -y por tanto, los ingresos que generan- por pasar páginas es inversamente proporcional al de ponerse unas estúpidas gafas en 3D. Y si una novela vende ‘x’, la película conseguirá una caja exponencial.

No tengo problemas con que se hagan versiones cinematográficas de una novela. Siempre y cuando el objetivo sea contar la historia con otras herramientas y no forzar un movimiento de masas. ‘Big Fish’, por ejemplo, es una película adaptada al cine que goza de una salud formidable. Mientras que la novela es simple y poco ambiciosa, con capítulos que parecen pequeños cuentos infantiles, la película mantiene una línea argumental que engancha las fantasías de su protagonista con la imaginería de Tim Burton.

‘Harry Potter’, al otro lado, vive de la desmesurada pasión por una saga literaria que ya se sabía que daría mucho dinero, haciendo de las películas una triste sucesión de ‘cortar y pegar’ que no guarda ningún sentido para los que no hayan leído el libro.

Como les decía, ayer terminé ‘La Fortaleza de la soledad’, de Jonathan Lethem, una novela muy cinematográfica sobre dos chavales que crecen entre cómics y traficantes de droga. Conforme lo instalaba en la estantería me hacía la pregunta: ¿te dejarán dormir en paz?