Las ratas de Indiana Jones

Mi cuate Pepe me ha regalado la edición en Blu-Ray de la saga de Indiana Jones. Me encanta la trilogía (subrayen lo de trilogía, aún no he superado lo de el reino ése de cristal) y mi favorita es ‘La última cruzada’. No sé si es la química entre Sean Connery y Harrison Ford, la arqueología narrativa de Lucas y Spielberg en busca de la inspiración del Henry Jr., la emoción fantástica del periplo europeo contra los nazis o la poderosa idea del salto de fe con el que descubrimos al templario que protege las historias. Las aventuras. El cine clásico. Pero, sea como sea, me encanta.

En esta ocasión, sin embargo, lo que más me fascinó fue el detalle de las ratas. Verán. Uno, que es consumidor voraz de los extras que “regalan” las ediciones domésticas, disfruta muchísimo con el ‘cómo se hizo’, ‘las imágenes tras la cámara’ y ese tipo de documentos. Los de ‘La última cruzada’ tienen un especial detalle para Almería, una de las ciudades donde se rodó (la escena de las gaviotas, el tanque), y un dato que me fascinó: se construyeron dos mil ratas mecánicas para la escena de las catacumbas de Venecia. Así, tal cual. Dos mil.

El bueno de Spielberg explica que, por mucho que la gente piense que es un sádico, no iban a quemar a ningún animalito. Por eso decidieron crearlos de la nada: ratas robóticas. Lo curioso del asunto es el sentido monólogo con el que cierra el director: “Echo de menos la época en la que las películas dependían de tantos departamentos. Cuando las cosas eran cosas que podías tocar, sin pantallas verdes ni ordenadores. Ése es el espíritu de las aventuras clásicas”.

Y no dejo de darle vueltas a la idea de que precisamente eso, la artesanía, el oficio, es lo que se ha terminado perdiendo con el paso de los años. La solución fácil, rápida y sin complicaciones sucede en los límites del ordenador, con lo que cae en el olvido el maravilloso trabajo de “hacer parecer que sucede algo que nunca estuvo allí”. O, lo que es igual, la magia del cine. Bueno, más bien, aquélla magia del cine. La magia que echo de menos.