Cine en viñetas, de Iron Man 3 a Thor

El truco está en que apela a algo mucho más grande. Quiero decir. Los que vamos –ilusionados– a ver una película de superhéroes no esperamos una obra maestra del cine contemporáneo. No, al menos, en la mayoría de los casos. Es verdad que de vez en cuando nos dan las neuras artísticas y exigimos un film trascendente que marque un antes y un después en la historia de la humanidad. Pero no siempre. Como digo, la mayoría de las veces nos conformamos con ver en movimiento a los protagonistas de nuestros cómics.

Hay ciertas verdades no escritas en el ‘cómic-cine’. A saber. Su público es fiel. Paga sus entradas con devoción religiosa, a poder ser, el día del estreno. Sí, incluso si se trata de ‘Los Cuatro Fantásticos’ o ‘El Motorista Fantasma’, el paradigma moderno de la visualización fecal en 24 fotogramas por segundo. Además, el fiel entra rápidamente en el juego del ‘hype’: la excitación. Devora tráilers, lee previas en todos los idiomas disponibles, analiza el guión y sus giros, especula con la escena que habrá tras los créditos… En fin. Que se divierte antes incluso de que empiece la sesión.

Por otro lado, el ‘cómic-cine’ ha encontrado el filón en las sagas. No se entiende una historia aislada de un personaje cualquiera sin estar encuadrada en algo mayor. Los de Marvel (‘Capitán América’, ‘Thor’, ‘Hulk’…) ya tienen en marcha sus ‘Vengadores’ y es cuestión de meses que DC anuncie su ‘Liga de la Justicia’ (‘Superman’, ‘Batman’…).

Ayer se estrenó el tráiler de ‘Thor: El mundo oscuro’ y esta semana llega ‘Iron Man 3’ a nuestras salas (¡antes que a EE.UU!). Dos películas diseñadas para mentes débiles que caen hipnotizadas por la mitología de la viñeta, el ‘hype’ del fan y el irresistible erotismo de la escena secreta al final de la película. Mentes débiles del mundo, nos vemos en el cine.

Iron Man 3

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Thor: El mundo Oscuro

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Tierra prometida

Si buscan en Internet ‘fracking’ o ‘fracturación hidráulica’ descubrirán cientos de webs que describen este proceso para extraer gas natural. Y, de paso, miles de teorías que aseguran que está matando al planeta, provocando terremotos y envenenando el agua que bebemos. Gus Van Sant (‘Descubriendo a Forrester’), director por el que siento una especial predilección, aprovecha el debate social para lanzar una pregunta tan inesperada como definitiva: ¿Qué queremos ser?

‘Tierra prometida’ es, al mismo tiempo, un ensayo, un romance y una declaración de intenciones. Steve Butler (Matt Damon, ‘El caso Bourne’) es el mejor comercial de Global, una corporación internacional dedicada a la extracción de gas natural. Su misión es conseguir que los vecinos de un pequeño pueblo estadounidense firmen un contrato por el que la empresa podría explotar sus tierras, convirtiendo a ambas partes en millonarias. Todo va como la seda hasta que un vecino asegura que el ‘fracking’ es pernicioso para sus granjas. Sembrada la duda, el alcalde convoca una votación a tres semanas vista. ¿Sí o no?

El gran éxito de Gus Van Sant en ‘Tierra prometida’ es que no nos dice qué debemos pensar. La película es un proceso interno, al son de la maravillosa batuta de Danny Elfman, que baila de un discurso a otro. Matt Damon, que sigue demostrando que el músculo es parte del atrezo, interpreta nuestra propia duda, la del público, gracias a las confrontaciones con Frances McDormand (‘Moonrise Kingdom’), Hal Holbrook (‘Lincoln’), Rosemarie DeWitt (‘Mad Men’) y, sobre todo, John Krasinski (‘The Office’).

Damon y Krasinski protagonizan, escriben y producen ‘Tierra prometida’, lo que les confiere un compromiso absoluto con el film. Ambos realizan un trabajo fantástico con ciertas reminiscencias al tándem Damon-Affleck de ‘El indomable Will Hunting’, dirigida también por Van Sant. La pareja peleará por la tierra a través de un triángulo amoroso que esconde el auténtico reto: ¿te hace feliz lo que haces?, ¿acatas órdenes y cumples objetivos sin saber por qué?, ¿la cuenta corriente define quién eres?

Al final, descubrirán que la elección corre de nuestra parte. No se la pierdan.

Tierra prometida, el lugar que naces

El lugar en el que naces es el lugar al que le debes la vida. La tierra que pisas es el espacio destinado para tu huella, la huella que dejas en el mundo es la herencia y la herencia es, para siempre, tu recuerdo. Tu tiempo. No importa cuántos paraísos visites: no habrá cumbre más alta que la higuera que escalabas de niño ni esencia más pura que la arena incrustada bajo las uñas. Incluso el nómada que esquiva los nidos tiene en mente un horizonte idílico escrito a partir de su propia experiencia.

Estamos jodiendo el planeta. Nadie lo duda. Estoy plenamente convencido de que la inmensa mayoría cree que hacemos un mal uso de los recursos naturales. Más aún. Que empresas, fábricas y gobiernos explotan el suelo como si no hubiera mañana. El dinero nos vuelve imbéciles, ¿no creen? Claro que, les propongo que mediten un segundo la respuesta al siguiente dilema:

Un tipo de formas refinadas, culo acolchado y puro humeante, toca a su puerta con un contrato bajo el brazo. «Buenos días señor, buenos días señora», diría. «Vengo a ofrecerles una oportunidad única: si me dejan experimentar con su parte proporcional del suelo del planeta, una minucia comparada con todo el globo, les daré más dinero del que podrán gastar en su puñetera vida. ¿Que qué quiero decir con ‘experimentar’? Nada que a usted le vaya a afectar en el futuro». Y pondría el papel sobre la mesa.

Imaginen que tiene el bolígrafo en la mano. Que es su decisión. Quién sabe, tal vez lo sea ya y no lo sepan. ¿Firmarían? No se me pongan en plan heroico-ambiental: hay tanto dinero en juego que ni usted ni sus hijos tendrían que volver a trabajar si administran bien el patrimonio.

Esto es ‘Tierra Prometida’, de Gus Van Sant (‘El indomable Will Hunting’). Una alegoría de un lugar ajeno que es, al mismo tiempo, el lugar en el que nacimos todos. Un debate interno que les llevará de su higuera más atesorada a sus ambiciones más monetarias. Digamos, por ahora, que es una película sensacional –en su intrínseco significado– y una reflexión obligatoria. Mañana seguimos al son de Danny Elfman.

Star Wars, The Holo Xperience

(Actualiza: ¡Estreno este jueves 24 de octubre a las 19:00 horas en el Parque de las Ciencias de Granada!)

‘La Guerra de las Galaxias’ es un lugar común. Me recuerda al spot de televisión en el que dos guerrilleros de bandos opuestos se encontraban en mitad de la refriega y se perdonaban la vida por ser ambos hinchas del Atlético de Madrid. ‘Star Wars’ es nuestro equipo de fútbol. Nuestro vínculo. El que nos da alegrías cada vez que revisitamos ‘El Imperio Contraataca’ y el que nos hace llorar cuando Jar Jar abre la boca. Pero es nuestro equipo. Manque pierda.

Los miembros de este club nos reconocemos con facilidad. Pura intuición. Sonreímos cómplices cuando nos cruzamos con alguien que lleva una camiseta de Darth Vader, portamos llaveros de Chewbacca y no conocemos mejor manera de coronar una estantería que con un glorioso Halcón Milenario. Y empatizamos al leer fragmentos como este: «La película que me marcó a los 6 años fue ‘La Guerra de las Galaxias’, en la navidad de 1977. Al verano siguiente, fue la primera vez que volví a ver una película en el cine que ya había visto porque me gustaba mucho».

Lo escribe Miguel Ángel Sánchez Cogolludo, animador en Kandor Graphics (uno más de la familia de ‘Justin y la espada del valor’) que lleva años trabajando en un proyecto muy personal: ‘The Holo Xperience’, un corto inspirado en el universo ‘Star Wars’. En concreto, parece que relatará una pequeña gran aventura de la retaguardia rebelde en el planeta Endor.

La película, dirigida por los granadinos Sánchez Cogolludo y Santiago Hernández, contará con música compuesta por Sergio de la Puente (‘El Lince Perdido’), virtuoso artista (también granadino) que pondrá la guinda a un corto con una pinta sensacional.

«‘The Holo Xperience’ es un homenaje a ‘La Guerra de las Galaxias’ como impulso creativo de mi vida», termina Miguel Ángel. Y yo, nosotros, nos cuadramos.

 

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Las últimas fortalezas

La situación de los cines es preocupante y deberíamos tomar parte. Quiero decir. Los cines, esas salas oscuras que desprenden tanta luz, son parte de nuestra historia. La nuestra. La suya y la mía. Hemos escrito cientos de capítulos entre sus cuatro paredes y, como los libros, merecen nuestro respeto. Es cierto que la tecnología está transformando la forma de entender las películas. Cada vez es más fácil disfrutar del cine en casa, en una enorme pantalla y con una conexión a Internet. Ojo, no hablo de piratería. Hablo de los servicios por los que, antes o después, todos pagaremos con sumo gusto. Pero los cines no deben morir. Como las bibliotecas, los museos y los teatros. Necesitamos fortalezas. Castillos que protejan el maravilloso disfrute de las historias contadas.

Luego está lo del IVA. Ese peliagudo asunto que está sangrando las taquillas. Por ahora, las terribles estadísticas que vimos el pasado mes de septiembre se cumplen a rajatabla. Salas y multisalas que echan la persiana y pegan un folio blanco en la puerta de entrada: «nos vemos obligados a cerrar». ¿No se han fijado que los encargados de la tienda de chucherías también venden las entradas, las cortan e indican dónde está la sala? Pues eso.

Irónicamente, parece que Enrique González Macho, presidente de la Academia de Cine, pregonara con el ejemplo.  El fundador de Alta Films se ha visto obligado a cerrar 180 salas en toda España, algunas muy representativas dentro del círculo cinéfilo madrileño. Nadie está a salvo.

¿Hacía dónde nos lleva esta debacle de cifras, audiencia, aforos e impuestos? ¿Asistimos al inicio del final de las salas de cine como las entendemos hasta ahora? ¿Estamos más cerca de que nunca del cine doméstico como opción principal? ¿Somos conscientes del daño que hace la piratería al cine, a los artistas, a la cultura… a nuestro ocio? ¿Llegará el día en que el olor a palomitas llegue precedido del ‘pin’ del microondas de la cocina? La situación de los cines es preocupante y deberíamos tomar parte: vayamos al cine.