¿Qué echan ahora?

Es como la escena final de ‘El Show de Truman’ (Peter Weir, 1998), ¿la recuerdan? Después de más de treinta años enganchados a la vida en directo, los espectadores ven el cartel de ‘fin de la transmisión’ en la pantalla. Se quedan unos segundos congelados, asimilando el trauma. “Dios mío, se ha terminado, ¿y ahora qué?”, parecen pensar. Pero entonces, justo cuando vienen los títulos de crédito, uno dice “¿qué echan ahora?”

Sucedió con ‘Perdidos’ y sigue pasando una y otra vez desde entonces. Nos hemos aficionado a las series de televisión. Digo más: a la experiencia de seguir una serie de televisión. No nos conformamos con disfrutar de una historia bien contada, no vale con la dosis semanal. Queremos terminar el episodio, salir a la calle y buscar especímenes que, como nosotros, estén ansiosos por comentar lo sucedido y hacer cábalas sobre lo que vendrá en el próximo capítulo. Así somos.

Pero tenemos miedo del final. Ponemos tanto empeño, tanto cariño, en seguir una serie de televisión que es difícil cubrir el vacío que deja en tu rutina semanal -o anual, incluso-. Al principio hay una desorientación absoluta: qué hago, cómo lo hago, cuándo lo hago… Hasta que, una buena mañana, pasa por tu cerebro la posibilidad de que, tal vez, ahí fuera, haya otra serie de televisión que te haga tan feliz como la última. Y preguntas: ¿qué echan ahora?

Es fácil toparse con alguien que escribe en su muro de Facebook un mensaje de socorro como este: “Hemos terminado ‘Breaking Bad’… ¿cómo cubrimos ese hueco? ¿Hay alguna serie que merezca tanto la pena?” Entonces, ese maravilloso ejército de fanáticos que vive infiltrado entre ‘normales’ aparece y te dice que estés tranquilo, que hay más Walters ahí fuera. Te dice que si encontraste a Jack y Sawyer, a Bishop, a Malcolm, a Tony, a Stringer Bell, a Chandler, a Hiro, a Schodfield, a Chanquete… También encontrarás al siguiente. Y te dice que apuntes.

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