Back in Time, regreso al regreso

‘Regreso al futuro’ es esa película que siempre apetece ver. Volver a ver. Ver otra vez como si fuera la primera, como si acabaras de viajar en el tiempo y pudieras disfrutarla con ojos de primerizo. No conozco a nadie en su sano juicio que no se lo pase pipa viendo la saga de Robert Zemeckis y Bob Gale. De hecho, si alguien te dice «esta tarde echan en la tele ‘Regreso al futuro’», un pequeño resorte salta en tu cerebro creándote la imperiosa necesidad de buscar un sofá cómodo y ver, una vez más, a Marty McFly tocar la guitarra.

La primera entrega se estrenó en 1985. Hace 30 años. Y será en octubre de este año (21/10/2015) cuando se cumpla una de las fechas más frikis y extraordinarias de la cinematografía moderna: el Delorean aparca en el futuro. La cita merecía todas las celebraciones imaginables, claro. Pero había una que no podía faltar: el documental.

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‘Back in Time’ es una fantástica idea de Jason Aron, cineasta y fanático de la trilogía que abrió hace semanas un proyecto de ‘crowfunding’ para costear su película. El propio Aron revela que cuenta con entrevistas exclusivas con todos los actores de la saga, guionistas, director y compositor. Además de un repaso a la tecnología que inspiró, su estética, su trascendencia en la cultura popular… Y, por supuesto, imágenes de la recreación que tuvo lugar hace poco más de un año en Londres.

El crowfunding aspiraba a conseguir 50.000 dólares. Ya va por casi 60.000. Yo me he animado a soltar unos euricos. Todo sea por honrar, una vez más, a una de las películas más divertidas e icónicas de todos los tiempos.

¿Quién se apunta?

El Ministerio del Tiempo, el Firefly español

«No puedes parar la señal». Aquella frase se convirtió, allá por 2003, en el impulso de una revolución audiovisual que confundió los cimientos de la televisión americana. De repente, una serie que durante su emisión había contado con una audiencia paupérrima, se había convertido en un fenómeno cultural. Un fenómeno incomprensible para los que estaban acostumbrados a valorar el éxito en función de los números. Un fenómeno que aún hoy me fascina: ‘Firefly’.

La serie murió antes de tiempo. No la renovaron. Nunca tuvo una segunda temporada. Pero la presión de los fans, la pasión de los que repetían una y otra vez aquello de «no puedes parar la señal», consiguió que se rodara una película que continuara la leyenda: ‘Serenity’. Es curioso, porque el director y creador de ese maravilloso universo ignorado fue Joss Whedon, director de ‘Los Vengadores’, al que hoy le abren las puertas mucho antes de construir el edificio.

Y precisamente por eso les cuento todo esto. Por las puertas. Por las series que mueren antes de tiempo. Por la manifiesta facilidad que tenemos de cagarla como espectadores. Y por ‘El Ministerio del Tiempo’. Seré franco: no quiero que se acabe. Quiero una segunda temporada. Quiero todas las temporadas que sean necesarias para que la historia se cuente bien. Quiero seguir aplaudiendo a la ficción española. Y no quiero llorar un final prematuro porque la mayoría prefiera ver realities absurdos.

La HBO, por ejemplo, nunca publica sus audiencias hasta pasado un tiempo prudencial (una semana o diez días). ¿Por qué? Porque hay que sumar a los que vieron el episodio en directo y a los que decidieron hacerlo horas o días más tarde, gracias a la televisión a la carta. Renovar ‘El Ministerio del tiempo’ debería ser una obligación. Productores, piénsenlo: ¿hace cuánto tiempo no veían una serie española que pudiera terminar generando tantísimo merchandising?

«Qué le hacemos si la gente prefiere ver realities», dirán. Pues qué vamos a hacer, lo de siempre. Lanzar la señal: #TVErenuevaMDT (pase lo que pase, qué orgullo decir que tuvimos nuestra propia ‘Firefly’).

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More Than a Feeling

El cerebro o lo que hay dentro del cerebro o las cosas que haya dentro de lo que hay dentro del cerebro, funciona de una manera muy curiosa. Estás tarareando una canción y, zas, de repente hueles a pan recién hecho en la calle donde vivían tus abuelos. Y lo peor es que, a poco que lo medites, ¡tiene sentido! O al menos lo tiene para ti.

Ayer me pasó. Lo de conectar momentos. Estaba viendo el tráiler de ‘Inside Out’, la nueva cinta de Pixar y recordé una tarde que fui a El Corte Inglés y jugué por primera vez al ‘Guitar Hero’. Pasé una hora allí, yo solo, como si fuera mi dormitorio, tocando una y otra vez la misma canción: ‘More than a feeling’, de Boston. Canción que no había escuchado nunca pero que, desde entonces, suelo añadir a la lista de reproducción cuando necesito un impulso energético. Me chifla esa canción.

El caso es que terminó el tráiler y mi cerebro –o lo que hay dentro del cerebro o las cosas que haya dentro de lo que hay dentro del cerebro– se había empapado de emociones: me apetecía ver la película, quería jugar al ‘Guitar Hero’ y necesitaba escuchar una vez más a los Boston a pleno pulmón. Y, por encima de todo, fui consciente de algo. Escuché, nítida, una vocecita interior que me decía: «’Inside Out va a ser muy grande».

En la historia de Pixar hay títulos que serán recordados por arriesgar más allá del mercado. Cómo olvidar al viejo que quería salvar su casa o al robot que no hablaba. Dos obras maestras de la animación que merecen compartir la cima con las obras mayúsculas del Cine. ‘Inside Out’, después de muchos años, me transmite algo de ese arrojo que hizo grande a Pixar y que estábamos olvidando. Puede que sea una simple sensación, una vocecita. O puede que sea algo más.

 

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«¿Sabes cómo pilotar un avión?»

Henry está parapetado en el asiento trasero, su cabeza protegida por un gracioso a la par que elegante sombrero inglés y sus manos asidas al metal como si fuera un niño antes de montarse, por primera vez, en la montaña rusa. Claro que la situación no está para ponerse a otear el paisaje y disfrutar del paseo. Henry, en realidad, está nervioso. No le gusta volar y, mucho menos, cuando su hijo es el que pilota. «¿Sabes cómo pilotar un avión?», le pregunta a Indiana. «Volar sí. Aterrizar… No».

El otro día, justo antes de acostarme, vi lo del accidente de Harrison Ford. Estuve toda la noche dando vueltas en la cama, soñando con la idea de que, por la mañana, hubiera pasado lo peor. La pesadilla era como un episodio de ‘Black Mirror’: un mundo sin Indiana Jones. Horas más tarde, me levanté nervioso, miré el móvil y leí que estaba fuera de peligro. Y entonces me di cuenta de que había reaccionado como si Harrison Ford fuera un amigo íntimo o un familiar cercano. ¿Qué raro, no?

Una vez que estuvo fuera de peligro, las redes se llenaron de bromas e imágenes en las que el Halcón Milenario aparecía estrellado en el campo de golf. O, mi favorito, Chewbacca en la sala de espera de un hospital. Yo me acordé de la escena de ‘Indiana Jones y la Última Cruzada’, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. De hecho, soy incapaz de imaginar el accidente de la avioneta con Harrison Ford pilotando. Yo veo a Indiana. O a Han Solo. ¿Un actor de 72 años? No. Es el héroe con el crecí.

Espero que Ford ‘aprenda’ a aterrizar pronto, porque aún le quedan muchos montones de chatarra que pilotar.

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Al que no apaga el móvil

Parece lógico pensar que un adulto hecho y derecho, capaz y sensato, debe tener incorporadas a su raciocinio ciertas normas elementales de convivencia. Cosas sencillas. Ideas que los padres se afanan en repetir a los hijos. Y para mí, una de ellas, es la de no hablar en el cine. A ver, que todo el mundo dice algo alguna vez y no pasa nada. Un chascarrillo inocente, un ingenioso chiste, un pequeño recordatorio… Cosas sin importancia. Lo otro, hablar como si estuvieras en el salón de tu casa jugando al parchís, no. No.

Me pasó el otro día, viendo ‘Kingsman’. Dos señores (y cuando digo señores, quiero decir señores: adultos de cincuenta años vestidos con elegancia) hablaban a un volumen muy elevado. Mucho. Tanto que era fácil seguir su conversación desde cualquier punto de la sala. El caso es que la película empezó, pasaron unos minutos, y los hombres seguían ahí, a lo suyo. Pero gritando un poco más porque, claro, el sonido de la película les impedía hablar con naturalidad.

Alguien muy enfadado se dio la vuelta y les pidió silencio. Los hombres, visiblemente indignados, le respondieron que ya se callaban mientras alzaban los brazos como si estuvieran siendo atracados. «Tranquilo, tranquilo», decían. Cinco segundos más tarde sonó el teléfono de uno de ellos y, por supuesto, descolgó. «¡Hombre, Luis! ¿Cómo estás? ¿Yo? Aquí, en el cine, con Juan». Como era de esperar, el mismo enfadado de antes exigió un poco de respeto. Los señores no solo se rieron en su cara, con cierto desprecio, sino que mandaron callar al enfadado llevándose un dedo a la boca. «Bueno, te dejo, que parece que molesto». Y terminó la conversación.

Entiendo que, tal vez, haya gente muy quisquillosa que no pase ni una en el cine. Pero, qué leches. No soporto esa falta de respeto y de educación en el cine. Disculpen la rabieta.

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