¡Que vuelvan los Space-Pelotas!

Creo que es la película que mejor nos sabemos. Y hablo en plural porque es un asunto coral. De vez en cuando (al menos un par de veces al año), algún miembro de la pandilla hace referencia a ‘La loca historia de las Galaxias’. No sé, por ejemplo, alguien ha perdido el móvil y nos ponemos a buscarlo por todas partes y, de repente, uno dice «peinad el desierto». Y ya estamos perdidos. Del desierto nos vamos al cinturón de virginidad, al Yogurt, al «¡Vomito!», a la velocidad absurda y a la clave de la maleta del Presidente Skroob (que acabo de descubrir que es el apellido de Mel, al revés). Es que es buenísima. Un clásico. ‘Los space-pelotas del espacio’. Enorme comedia.

Mel Brooks dirigió ‘La Loca Historia de las Galaxias’ en 1987 y, desde entonces, estamos esperando la segunda parte. Esta semana, el director confesó en una entrevista radiofónica que estaba pensando seriamente en retomar el proyecto. «Siempre y cuando Rick Moranis quisiera volver como Casco Oscuro».

Una prometedora declaración que deja dos curiosidades. La primera es que se refirió a la película con el título ‘Spaceballs 2: The Search for More Money’, que es el título de la secuela que ya se anunciaba en el propio film, en plan coña (escena, por cierto, terriblemente clarividente sobre lo que la piratería y el ‘video on demand’ traería veinte años más tarde). La segunda, el propio Moranis: uno de los cómicos más queridos de su época (‘Cazafantasmas’, ‘Cariño he encogido a los niños’, ‘La tienda de los horrores’) que no vemos en pantalla desde 1997, con ‘Cariño, nos hemos encogido a nosotros mismos’. ¿No les apetece muchísimo ver a Moranis? ¿No creen que Moranis debería haber sido un miembro indudable de ‘Los Mercenarios’? Y si Bill Murray se sumara al proyecto, ¿no sería el mundo un lugar mucho más bonito?

Con John Candy –descanse en paz– no podemos contar. Pero Bill Pullman (‘Independence Day’), a juzgar por su carrera, seguro que se apunta. Vamos, Mel, no te cortes y danos una alegría.

¡Que vuelvan los Space-pelotas!

A continuación, voy a manipular su mente para que reciten los chistes de estas escenas (a no ser que no hayan visto nunca la película… En cuyo caso, ya están tardando)

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Cinco ideas de los Goya más andaluces

1.- La gran sorpresa, al menos para mí, fue que los actores de ‘8 apellidos vascos’ se llevaran las estatuillas. Mi primera reacción, lamento. Luego, cuando Karra Elejalde y Carmen Machi subieron al escenario recordé que son dos grandes. Dos Grandes. Y, pese a que la película no me dice gran cosa, qué leches, me alegré mucho por ellos. Además, qué maestría a la hora de agradecer. Suyos fueron los recuerdos para Álex Angulo y Amparo Baró. Calidad humana.

2.-El Goya de honor se está convirtiendo en mi categoría favorita. Su emoción no reside en un sobre lacrado, todos sabemos quién es antes de empezar la noche. Pero es francamente emocionante escuchar los discursos que año tras año escriben los galardonados. Al igual que José Sacristán, Antonio Banderas resultó inspirador, emotivo, acogedor y humilde. Cuesta entender que un hombre que lo tiene todo llore, desconsolado, al pensar en su hija y en los sacrificios que ha hecho para subirse al escenario. Su historia y su trabajo son un claro ejemplo de la Andalucía emprendedora que queremos ser. Antonio Banderas es ‘Marca España’.

3.- La gala, como espectáculo, sigue contando con errores incomprensibles: números musicales innecesarios y excesivamente largos, discursos pesados, chascarrillos forzados… Con todo, fue la gala más vista de la historia. ¿Por qué? No tengo duda: Twitter convierte el tedio de la pantalla en divertimiento para el tuitero. Yo, al menos, me lo pasé muy bien.

4.- Hubo un indiscutible protagonista: Dani Rovira. El malagueño tiene ángel y nos encandiló desde la primera arenga por el cine. No era mi apuesta pero, si hablamos de revelación, está claro que él es la gran revelación del año.

5.- Estos han sido los Goya de Andalucía. Películas andaluzas, presentador andaluz, Goya de honor andaluz, aroma andaluz, espectáculo andaluz… Algo que hubiera sido un completo orgullo de no ser por la actuación de Mundo Ficción, que tiraron de tópicos para enturbiar el ambiente. A mi juicio, era innecesario. Eché de menos a la Muchachada.

GALA DE LA 29 EDICIÓN DE LOS PREMIOS GOYA

Dani Rovira, presentador de los Goya

Hay una cosa peor que hacerse el gracioso. Creérselo. Seguro que conocen al típico individuo que va por la vida como si sus andares tuvieran más gracia que un monólogo de Gila. Es fácil identificarlos: son los primeros en reírse de sus chascarrillos y repiten sus chistes hasta la saciedad con coletillas del tipo «¿lo pillas?», «¿es bueno, eh?», etcétera. Y es que la risa no se puede forzar. La risa es una bendición. Un don. Un talento envidiable. La risa es acogedora y humilde. La risa es un arte.

Dicho lo cual, dejen que les cuente la historia –real– de un joven almeriense que, para salvaguardar su identidad secreta, llamaremos Juan. Pues bien. Juan, con la carrera recién terminada, entró a trabajar en un departamento de la Universidad. Hizo una investigación esplendorosa y sus jefes le invitaron, presurosamente, a presentarla en una reunión de mentes brillantes que tendría lugar en Madrid. Juan hizo los bártulos a toda prisa y busco la forma de llegar a la capital del Reino. Fue tal su fortuna, que una amiga le dijo que ella viajaba a Madrid en coche y que, si quería, podía acompañarla. «¡Bravo!», contestó Juan (en una lectura apócrifa de esta anécdota se sugiere que así nació ‘BlaBlaCar’). Pasadas unas horas del trayecto, la zagala preguntó a Juan si tenía sitio donde quedarse a lo que él, muy sincero, respondió que todavía no, que buscaría algún hostal o algo así. «Si quieres, te puedes venir a la casa de mi amigo. Es muy simpático y seguro que tiene sitio». Tras analizar el reducido campo de posibilidades, Juan optó por repetir la expresión: «¡Bravo!»

Y así fue como llegaron a la casa del amigo de la amiga de Juan en Madrid. Le abrió la puerta sonriente, le cedió encantado un sofá para pasar la noche, le invitó a cenar y fue, sin hacer ningún esfuerzo, un tipo entrañablemente gracioso. «¿A qué te dedicas?», preguntó Juan. «A veces salgo en la tele, hago monólogos». Años más tarde, nuestro querido protagonista contaría con orgullo la vez que Dani Rovira le dejó dormir en su sofá. Que fue la misma vez, por cierto, que hizo que Juan asegurase que la fama no le había cambiado ni un dedal: «es que es muy simpático, le sale natural».

No soy yo muy de ‘8 apellidos vascos’, pero Dani Rovira me parece un acierto para Los Goya, para el cine, para el humor y para el arte.

Esta noche le deseo lo mejor en la gala del cine español. Y espero que ningún guión forzado se cargue su naturalidad. Si lo dice Juan, será por algo.

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Fargo para el frío

Miraba por la ventana y me imaginaba la situación. ¿Qué cara pondría un tipo de Minnesota al ver nuestras reacciones cuando nieva? «¡Nieva, nieva, Dios mío, nieva!», «sí, ya lo veo, ¿y?», «¡que nieva, madre del amor hermoso, nieva!», «ajá». Supongo que será algo parecido a si viene un señor que nunca salió del desierto y alucina al ver llover. Sea como sea, me hace mucha gracia. Aunque, por ser honestos, ayer, mientras veía la nieve caer, no pensaba en nada agradable. Pensaba en asesinatos. En sangre. En el martillo de Lester Nygaard y la cuchilla de Lorne Malvo. Pensaba en ‘Fargo’.

Por supuesto que la pueden ver cuando les plazca (mientras la vean, claro, eso es lo importante), pero ‘Fargo’ es una serie de televisión para el frío. Una serie en la que el ambiente, el blanco impoluto de la nieve que rodea a la trama criminal, es un protagonista más. La pulcritud de la fotografía contrasta con la violencia y el caos que generan los vecinos de este pequeño pueblo de Minnesota. Dos extremos que nos llevan de la risa nerviosa al suspense más sobrecogedor.

En teoría, ‘Fargo’ es una miniserie de diez capítulos. Yo veo cine. Diez peliculones de una calidad técnica y narrativa envidiables a todas luces. Una de esas perlas (ya saben, ‘True Detective’, ‘Sherlock’, etcétera) que sobrepasa los límites de su formato y ridiculiza cualquier intento de ningunear lo que se puede hacer en televisión. Billy Bob Thornton y Martin Freeman están soberbios, pero es que los ‘casi’ desconocidos Allison Tolman y Colin Hanks llaman a las puertas del cielo.

Pueden tomar un caldo caliente y mirar por la ventana y abrigarse con la mesa camilla y tomar cientos de fotos de la nieve y pensar en tipos de Minnesota que se extrañan de su extrañeza y pensar en el calor del verano… Pero es invierno, hace frío y es la hora de ‘Fargo’.

 

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Sobre los valientes

Acostumbrado al primer plano antes de la muestra del valor, las historias reales parecen mentira. No sé ustedes, pero yo, asombrado, miraba la televisión esperando el primerísimo primer plano de los ojos de Kenji Goto. Kenji, qué nombre tan perfecto para un heróico periodista de aspecto samurái. Un aventurero llamado a desvelar la verdad a lomos de una cámara réflex engrasada en cientos de batallas por todo el mundo. ¿Cómo podría vencer un estúpido terrorista vestido de negro a Kenji? ¿Qué guionista le escribiría ese final? ¿Qué director no optaría por un primer plano de su rostro justo antes de la tragedia, antes de que medio mundo retire la mirada del televisor? Un primer plano. Eso es lo que faltó. Un primer plano que nos permitiera viajar a lo más íntimo de su alma, que nos dejara comprender su historia y que, entre todos, aplaudiéramos un último esfuerzo, una espada escondida, un rescate formidable… Una vida mejor.

Supongo que las historias nos están quijotizando el cerebro y, a la hora de la verdad, no sabemos entender qué es el valor. Cada vez que imagino una escena de valor, de valentía, hay grandes hazañas, épicas arengas y sacrificios manipulados con una música inolvidable. Pero, ¿y si el valor es silencioso? ¿Y si el valor no hace ruido y pasa desapercibido? ¿Y si los valientes nunca tienen un primerísimo primer plano antes de la batalla? Kenji no lo tuvo.

Fíjense qué tontería, pero el asesinato del periodista japonés a manos de ISIS me ha hecho pensar en esto. En el valor. Y en lo injusto de que los valientes de la tierra tengan silencio y no una maravillosa banda sonora compuesta por James Horner en el momento del grito. Estamos rodeados de valientes, joder, de auténticos Williams Wallace a los que rara vez otorgamos un primerísimo primer plano.

En la última semana he visto a una chica perder su puesto de trabajo y llorar ante la incertidumbre. He escuchado a una madre hablar de una hija que no ve desde hace demasiado tiempo. He leído un mensaje repleto de sonrisas escrito por alguien que iba a ser operado de un tumor… Estoy seguro de que usted también tiene héroes a su alrededor. Gente valiente. Gente que merece un primerísimo primer plano. Seamos su música.

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