Los Cuatro Fantásticos, el tráiler inesperado

Si hiciéramos una encuesta rápida sobre las películas de las que cabría, a priori, esperar muy poco, ‘Los Cuatro Fantásticos‘ ocuparía, sin duda, uno de los primeros puestos. Y sería culpa, por supuesto, de los dos truños que tuvieron la osadía de perpetrar los amigos de Fox. No por su director, Josh Trank, uno de los talentos más esperados de Hollywood. Ni por los actores protagonistas, cuatro jóvenes que gozan de un reconocimiento muy merecido: Miles Teller (Whiplash), Kate Mara (House of Cards), Michael B. Jordan (Chronicle) y Jamie Bell (Billy Elliot).  Y no sería culpa, bajo ningún concepto, de este primer y espectacular tráiler.

Qué quieren que les diga, me han dado ganas. Y puestos a sacar comparaciones, ¿no ven ciertos planos muy similares a ‘Interstellar’ y ‘Star Trek’?

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La isla de Magical Girl

Los Premios Feroz han conseguido que volvamos a hablar de ella –si es que alguna vez dejamos de hacerlo–. Y es más que probable que dentro de unas semanas volvamos a ver a su director recoger alguna estatuilla en los Goya. Los que hablamos de ella nos dividimos en dos facciones: los que la han visto y los que no han podido verla. No. No he visto ‘Magical Girl’. La película de Carlos Vermut (‘Diamond Flash’) no llegó a los cines que me rodean. Vaya, no llegó a la mayoría de los cines de la gente del pueblo. Tampoco es que me extrañara, la verdad, pero mentiría si no dijera que siento cierto alivio vengativo cuando este tipo de películas se reivindican como ‘éxitos’ nacionales.

Ahora, sabiendo del éxito de ‘Magical Girl’, hay dos formas de afrontarlo: seguir ignorándola o, quizás, reestrenarla. Es entonces cuando un servidor se ve más que animado a aplaudir a, por ejemplo, Kinepolis de Granada, que ha tenido la maravillosa idea de proyectarla hoy. Espero poder decirles, mañana, que ya pertenezco a esa segunda facción de ‘Magical Girl’.

Lo de reestrenar se ha convertido en un artilugio muy español. Cada vez menos, por suerte. Pero han pasado muchos años en los que parecía que el público daba credibilidad a una película española solo cuando volvía, meses más tarde, a la cartelera. Este año tenemos las dos versiones: ‘Magical Girl’, el típico reestreno de ‘no tenía ni idea de su existencia’; y casos como ‘La isla mínima’, que vuelve a las salas para repetir éxito.

Por cierto, mi más sincera enhorabuena a todo el equipo de ‘La isla mínima’, triunfadora de Los Feroz y, según mis vaticinios, estrella de Los Goya. A ella y al resto de nominadas, que demuestran el espectacular estado de forma de los contadores de historias patrios. Películas que, año tras año, construyen puentes para que ninguna producción que lo merezca pase desapercibida. Van quedando menos islas.

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Querían rescatar al genio

(Artículo publicado en las páginas de documentación de IDEAL, en 2035)

A finales de 2014, Hollywood estrenó una serie de películas que calaron entre público y crítica. Cuatro alabadas cintas que, en realidad, partían de un proyecto secreto –un proyecto más grande y ambicioso– para vencer a los últimos estertores de la crisis que azotaba el mundo entero. Conscientes de que no podían crear dinero de la nada (y lo que creaban, pretendían quedárselo), un selecto grupo de cineastas redactó una orquestada campaña de mensajes subliminales para inspirar a la sociedad. El mensaje principal, pese a sus múltiples lecturas, era sencillo: «triunfa y triunfaremos».

Hollywood, consciente de que la gente había abandonado la persecución de sus sueños (un concepto muy americano), ordenó la redacción de dos guiones: ‘The imitation game’ y ‘La teoría del todo’. Ambos contaban la historia de cómo un genio científico resistió fuerzas ajenas a él para alcanzar la excelencia universal. «Si ellos pudieron, vosotros también podéis», «tenéis que creer en vosotros», «que nadie os frene», eran algunas de las notas, escritas a mano, que decoraban los márgenes de los folios.

Antes de estrenar las películas, los ideólogos de la campaña realizaron pases privados para ver las reacciones del público. Efectivamente, la filosofía caló y los espectadores desarrollaron una ambición profesional desmesurada. Era tan grande su necesidad de dejar su huella en el mundo, de trascender, que empezaron a dejar de lado a sus familiares y seres queridos. Fue entonces cuando Hollywood se dio cuenta: la vocación no debe destruir la vida. Dos nuevos guiones nacieron: ‘Birdman’ y ‘Whiplash’, relatos sobre cómo el talento y el reconocimiento no tienen por qué ir de la mano.

Esos cuatro guiones se fusionaron en una única película. Una hermosa historia que animaba, desde la cercanía y la humildad, a perseguir tus sueños. Sin embargo, al llegar la película a los productores (se baraja la conocida teoría Peter Jackson), optaron por realizar cuatro películas distintas. «Sacaremos más dinero», dijeron. Y así fue.

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La Teoría del Todo

La ciencia transforma la magia en libros de texto, pero las teorías más innovadoras no existirían sin la fe ciega. Quiero decir. Antes de saber hay que creer. Y la creencia es, por definición, el reto de la ciencia. Stephen y Jane Hawking son dos elementos opuestos de una misma ecuación. Por separado hubieran sido seres extraordinarios pero, juntos, han hecho crecer el universo. ‘La teoría del todo’ es una de esas películas que ilumina tanto por lo que dice como por lo que calla. Un trabajo brillante que se sostiene sobre los hombros de Eddie Redmayne (‘Los Miserables’) y Felicity Jones (‘The Amazing Spiderman 2’).

El film de James Marsh (‘Man on Wire’) describe la abrumadora transformación de Stephen Hawking, un joven y prometedor estudiante de Física en Cambridge llamado a ser uno de los divulgadores científicos más reputados de nuestra era; y un genio encerrado en un cuerpo inerte. Lo más interesante del relato es la relación entre Stephen y su mujer, Jane, su más grande inspiración y la culpable de que el tiempo tenga quien le escriba.

Ambos, Redmayne y Jones, esculpen un muestrario de sensaciones bordados con mimo –qué gran carrera les espera–. Ella es adorable, preciosa y fuerte. Él es sobrecogedor: su encarnación de Hawking es sublime, mimética. Redmayne se somete a una tortura física fascinante por su credibilidad y por su facilidad para transmitir infinidad de emociones con pequeños gestos contenidos. Es que es tremendo, está retorcido en una silla de metal y, joder, parece feliz. «Mientras hay vida, hay esperanza».

Y aunque le dedique pocas palabras, no olviden saborear la maravillosa banda sonora de Johann Johannsson, con la colaboración final de Ludovico Einaudi y su Primavera.

‘La teoría del todo’ es un romance magnético que explica nuestro tiempo en el universo bajo la premisa del amor. El amor. Quizás, el término menos científico de la humanidad. Su motor.

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Whiplash

Cinco, seis y… Minuto cuarenta y cinco. La pregunta suena como un violento redoble de batería: ¿sacrificarías todo por una vocación? Ser el mejor –badabúm–, dejar una huela imborrable en el mundo –badadum plas–, superar lo conocido –tss, tsss, tssss– y alcanzar la maestría –¡chas!–. ‘Whiplash’ es una apología del error, de la piedra en el camino, que, a través de la música, invita educadamente a todos los genios del mundo a que se vayan a la mierda: sin trabajo no sois nada.

La educación, precisamente, es fundamental en la película que escribe y dirige Damien Chazelle (guionista de ‘Grand Piano’). Por un lado, es alabanza al fracaso como medio para alcanzar el éxito y un nada sutil recordatorio de que el ser humano es fuerte por naturaleza, capaz de soportar la zancadilla y de alzarse fortalecido. Por otro, describe los riesgos de una educación que exija el mismo máximo a todos los alumnos: el peligro de frustrar e, incluso, humillar.

‘Whiplash’ es un fascinante relato de contradicciones. Andrew (Miles Teller, ‘Divergente’) se deja la piel para destacar en el mejor conservatorio del país. Un esfuerzo que no pasa desapercibido para Fletcher (J. K. Simmons, ‘Spiderman’), un apasionado músico de Jazz que exprime a sus alumnos hasta la lágrima. La relación entre ambos se convertirá en un intenso duelo que culminará en un pequeño, íntimo y exquisito final de obra: dos gestos que bien valen una película.

El film de Chazelle funciona por detalles: una gota de sudor en el platillo, dos manos que se cruzan en un refresco, una baqueta que baila en el suelo, dos ojos que chirrían, un puño que silencia… Pequeños planos que narran, desde el ‘menos es más’, una compleja historia de egos. Egos justificados en el caso de Teller y, sobre todo, Simmons: merece la estatuilla.

‘Whiplash’ no es la típica película de alumno destacado y profesor empático. No es, ni siquiera, una película de mensajes simpáticos y agradables con los que sobrellevar el fracaso. No. Es una película sobre un alumno y un maestro que nacieron para aprender. Sin medias tintas. Con sangre. Con la violencia de un solo de batería… ¡Badabúm!

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