La primera palabra (Letras pixeladas)

Me imagino la cara de los estudiosos del momento, atónitos, con los ojos abiertos como platos, leyendo como un fulano de turno escribía palabras serias sobre una película. ¡Una película! “¿Cómo es posible que se utilicen los mismos términos para hablar de pintura, escultura, poesía… y cine? ¡¿Cine?!”, se preguntarían dolidos, “¿considerar Arte el Cine?”, insistirían con la voz aguda y temblorosa, como si les estuvieran atacando a sus principios más básicos de la existencia humana: “¡Eso nunca será Arte!”

Entiendo que hoy nadie cuestiona que el Cine es Arte. Y que, como tal, tiene sentido escribir de él. Rebuscar, con palabras, qué esconden las imágenes, la música, la narrativa, la filosofía, la fotografía que cada uno es libre de interpretar a su manera. A su gusto. En los últimos veinte años, no sólo han nacido centenares de rincones dedicados al estudio del cine, a su crítica y reflexión; también se han publicado miles de libros de Historia de la Cinematografía y ensayos fílmicos.

El cine nació como una herramienta descomunal para el entretenimiento. Después, cuando creció la disciplina y todo lo que la rodeaba, descubrimos que era mucho más. El espectador puede utilizar su tiempo para ver ‘Spice Girls: The Movie’ o ‘Django Desencadenado’. Estoy muy seguro de que ese espectador sabe distinguir, sin duda, qué es cine y qué es Cine. Somos una sociedad educada en la cinematografía y en lo que puede o no significar.

Aceptando este preámbulo, permitan el atrevimiento: no desprecien la crítica de los videojuegos. No desprecien sus letras. No desprecien sus libros. Porque, dentro de unos años, no demasiados, habrá un universo de estudio a su alrededor, como poco, tan grande como el del Cine. Les cuento todo esto porque este fin de semana asistí al festival Granada Gaming. Allí me compré el libro ‘Letras Pixeladas 2‘. Más tarde lo comenté con compañeros y amigos y poco más que se rieron en mi cara. Me enfadé. Me enfadé por la profunda ignorancia de la que, encima, se presume. Algún día seremos una sociedad educada en los videojuegos. Y entonces, hablaremos.

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St. Vincent (Bill Murray es un milagro)

Vida, obra y milagros de Bill Murray. Libro I. Capítulo I. Versículo primero: A Bill Murray le importa una mierda si se usa un vocabulario soez para hablar de su película. Le resbala la opinión que un trozo de papel pueda o no tener y, si por él fuera, utilizaría una honestidad brutal para decirnos a la cara lo miserable de nuestra existencia. Sin medias tintas. Porque a él, a Bill Murray, lo único que le importa es sentarse en una hamaca, al final del día, con un cigarro bien calzado en la mueca mientras canturrea con total libertad las letras de Bob Dylan. Bill Murray, ¿un santo?

St. Vincent’ es una película de pequeñas cosas. Pequeños detalles hábilmente repartidos por su director, Theodore Melfi, que engrasan un relato mundano que, sin embargo, toca el alma. Un relato que gira alrededor de Vin (Murray), un desaliñado, putero, alcóholico y ludópata anciano que malvive en una casucha destartalada con la única compañía de un gato feo y una lata de atún. Un pozo de tranquilidad que se altera el día que Maggie (Melissa McCarthy, ‘La boda de mi mejor amiga’), su vecina, le suplica que se convierta en el niñero de su su hijo Oliver (Jaeden Lieberher).

La complicidad entre Vin y Oliver juega a dos bandas, de la comedia de Daniel el Travieso y el Señor Wilson, a la entrañable crueldad de Walt Kowalski (Clint Eastwood) en ‘Gran Torino’. ‘St. Vincent’ es un magnífico ensayo sobre la complejidad del ser humano y sobre nuestra inenarrable capacidad para repugnar y maravillar en una sola vida. Pero, por encima de todo, es una oda a Bill Murray. El Señor Bill Murray. Un actor extraordinario que domina los tiempos, marca el tono y genera una relación directa y estrecha con el espectador basada en gestos sencillos repletos de contenido.

Murray saca lo mejor del resto de intérpretes, sobre todo de McCarthy y Naomi Watts (‘Lo Imposible’), ambas muy acertadas en papeles poco habituales para ellas. De hecho, él consagra la primera idea que presenta ‘St. Vincent’, a los pocos minutos de arrancar: me importa un bledo tu religión, pero quiero que creas en los milagros porque estamos rodeados de ellos. Algunos tan improbables como Bill Murray tumbado en su hamaca, con los cascos puestos, fumándose otra vez a Bob Dylan. Su refugio para la tormenta.

(Si ya has visto la película, vuelve a disfrutar en Youtube de la escena de los créditos: con ustedes, Bill Murray)

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7 lecciones de los Globos de Oro

Las nominaciones a la 72 edición de los Globos de Oro dejan una serie de certezas, quizás curiosidades, que bien merecen un subrayado. A saber:

1.- Hay dos nombres inesperados: Jennifer Aniston y Steve Carell, dos intérpretes que han forjado sus carreras al amparo de la comedia televisiva (‘Friends’ y ‘The Office’) que entran, con dos dramas, en la lista de lo mejor del año.

2.- Boyhood escribe una línea más en su mito cronológico. El que es, probablemente, el viaje en el tiempo más realista de la historia del Cine, consolida su estatus de ‘meta-película’. Es difícil que termine la temporada sin alguna que otra estatuilla en su vitrina.

3.- Sin embargo, mis apuestas para los grandes premios se centran en otra película que, sin haber visto, me genera un interés supremo: ‘Birdman’, de Iñárritu. Es una lástima que tengamos un atención mediática global pero un sistema de distribución de cine aislado de toda actualidad. Debería prohibirse tanta dilación entre el estreno en Estados Unidos y en el resto de países.

4.- Casi había olvidado lo magnífica que es ‘El Gran Hotel Budapest’. Le deseo lo mejor a Wes Anderson.

5.- Bill Murray es mucho más que un actor carismático que cae bien. Es un actor mayúsculo que, cada cierto tiempo, se reinventa como el ave fénix para darle un bofetón a prejuicios y estereotipos. No sólo está nominado por ‘St. Vincent’ en cine, también en televisión con ‘Olive Kitteridge’.

6.- Otro nombre: Uzo Aduba. La actriz da vida a Crazy Eyes en ‘Orange is the New Black. Un papel tan único y fascinante como el hecho de que la hayan nominado. Me alegro.

7.- Y por último, el lamento tópico y típico que, parece, no tiene remedio: ‘Interstellar’ sólo cuenta con una nominación, la banda sonora de Hans Zimmer. La ciencia-ficción es un género maldito.

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Exodus: Dioses y Reyes

En el principio creó Ridley un plató incomparable en Almería y vio que era bueno. Y consideró que ese paraíso de proporciones bíblicas merecía ser el terreno donde se reescribiría una de las historias más grandes jamás contadas; y vio que era bueno. Luego dijo Ridley: vengan los intérpretes de una era, y reunió a Christian Bale (‘El caballero oscuro’), Joel Edgerton (‘El gran Gatsby’), Ben Kingsley (‘Iron Man 3’), Sigourney Weaver (‘Alien’), John Turturro (‘Barton Fink’) y María Valverde (‘Tres metros sobre el cielo’); y vio que era bueno. Y los mejores artesanos del planeta forjaron espadas, construyeron torres, edificaron una civilización. Y la música de Alberto Iglesias unificó el ecosistema. Y los ordenadores crearían la magia para obrar el pecado y el milagro. Y vio Ridley, que todo eso, era bueno.

Y entonces, usted y yo nos sentamos en la butaca, presenciamos ‘Exodus: Dioses y Reyes’ y nada se mueve. Nada conmueve. Nada eleva el espíritu. Nada hay humano entre tanta divinidad. Nada hace creer, nada multiplica el pan, nada inunda la mirada, nada emociona. Nada trasciende. Es fría. Una película ajena, mecánica y ejecutiva. Una película creada para imprimir carteles, vender entradas y pasar a otra cosa. Bien hecha. Sí. Tan bien hecha como el zorro de un taxidermista que decora la habitación del cazador. El mar se abre en dos y nada se ahoga.

Es difícil ver al director de ‘Blade Runner’, ‘Gladiator’ o ‘Alien, el octavo pasajero’, escondido en un producto como ‘Exodus: Dioses y Reyes’. Una cinta que debería asentarse sobre la emoción y la impresión constante, alcanza su clímax en los títulos de crédito, en la dedicatoria del propio Ridley Scott a su hermano fallecido hace dos año. Quizás la parte más honesta del film.

‘Exodus’ es una historia que conocemos a la perfección, cuyo único coraje reside en intentar describir plagas y milagros como sucesos racionales. Ni siquiera visualmente es demasiado placentera. Resulta hiriente, incluso, la utilización de los intérpretes como percha de venta, ya que la mayoría de ellos no dura más de dos escenas en pantalla (especialmente doloroso lo de Aaron Paul y Sigourney Weaver). Dos horas y media que no llegan, ni de cerca, a la grandeza de ‘El príncipe de Egipto’ (Dreamworks, 1998).

Almería está bella, por supuesto. En eso Ridley no se equivocaba. Era algo bueno.

 

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Cinco paralelismos entre Orange is the new black y Perdidos

Les parecerá una barbaridad, pero ‘Orange is the new black’ es la primera serie que me recuerda a ‘Perdidos’. ¿La conocen? ‘Orange’ es una comedia con tintes dramáticos –o todo lo contrario– en la que Piper Chapman (Taylor Schilling, ‘Argo’), una treintañera comprometida con un escritor fracasado (Jason Biggs, ‘American Pie’), decide entrar voluntariamente en prisión por un crimen que cometió años atrás. La trama, como pueden imaginar, es mucho más compleja y difícil de explicar. Tan solo les diré que es genial. Absolutamente genial. Dicho lo cual, ‘Orange’ y ‘Perdidos’:

1.- ‘Orange’, al igual que ‘Perdidos’, es una serie coral en la que cada personaje esconde una rica historia repleta de detalles fascinantes que vamos conociendo gracias a pequeños flashbacks.

2.- La serie de Netflix se desarrolla en una prisión, una isla abandonada donde existe la creencia de que hay un mundo más allá de sus muros pero que, a la hora de la verdad, nadie puede asegurar su existencia. Tan solo hay constantes.

3.- Hay personajes que dicen no ser prisioneros de la cárcel; personajes que dicen gestionar la ‘isla’. Ellos, esos otros, tienen contacto con el exterior y conocen formas de entrar y salir. No obstante, cuando más tiempo pasa, más crece la certeza de que ellos, también, están encadenados.

4.- Existen criaturas inexplicables que tambalean a los protagonistas. A un lado tenemos gallinas inesperadas o cucarachas transportistas, al otro, humos negros y osos polares.

5.- El ‘cliffhanger’ de final y principio de temporada es brutal. Un desconcierto absoluto que funciona como un imán magnético que nos lleva, inexorablemente, de vuelta a la isla. A la cárcel.

Está claro que ni el tono ni la temática ni las formas de ambas series se asemejan. Una tienden a la excentricidad más cómica y visceral, y la otra al misterio entre la magia y la ciencia más improbable. Pero, qué quieren que les diga, los extremos se tocan.

Perdidos y Orange. No tengan en cuenta la calidad del montaje. La intención es lo que cuenta.
Perdidos y Orange. No tengan en cuenta la calidad del montaje. La intención es lo que cuenta.
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