Cuerdas, el cuento

Las grandes historias no son necesariamente grandes. Hay poemas que con un puñado de palabras narran auténticas epopeyas, canciones que describen una generación y trazos que podrían rellenar un museo. ‘Cuerdas’ aportó corazón a la última edición de los premios Goya. ¿Recuerdan las palabras de su director, Pedro Solís? «Hija, gracias por inspirarme esta historia. Hijo, ojalá no me hubieras inspirado esta historia». La historia, el mejor corto de animación de 2013 en España, tardó pocos minutos en convertirse en un ‘vídeo viral’ que atravesó la Red a una velocidad fulminante. Millones de reproducciones en pocas horas que iban acompañadas de palabras -recomendaciones- emocionadas de sus espectadores. Una historia real protagonizada por Nico, hijo de nueve años del director que padece parálisis cerebral.

El valor educativo y social de ‘Cuerdas’ merecía una segunda vida. Aquel éxito ‘inesperado’, que obligó, por cierto, a retirar la película de las redes ya que aún estaba participando en varios concursos cinematográficos, nos trae ahora una sorpresa en forma de libro. La editorial almeriense ‘Alquitara’ ha sacado a la venta un magnífico pack compuesto por el dvd del corto (con numerosos extras) y la versión en cuento de la historia.

Jaime Martul, editor del libro, lo explica así: «¿Por qué un cuento? Porque lo que visualmente resulta hermoso y emocionante cuando se lee se hace parte de nosotros. Recreamos situaciones, entonamos, gesticulamos y nos hacemos actores vivos de la historia. Leer ‘Cuerdas’ es algo hermoso para un niño y enriquecedor para un adulto. Es una llamada a mover los resortes que ponen en marcha la mejor versión de nosotros mismos. Pero todavía hay una experiencia mejor, leer ‘Cuerdas’ a alguien, o leerlo a dos voces; una narrando y otra interpretando. Lector y oyente se encuentran, se reconocen, se complementan y comparten una misma aventura. Entonces la historia cobra vida en nosotros y marcamos goles y jugamos a piratas y bailamos, soñamos, sentimos».

Por si se animan a colaborar con la maravillosa historia de ‘Cuerdas’, sepan que parte de los beneficios que recaude el libro irán destinados a la Fundación?Nipace de ayuda a niños con parálisis cerebral. Muy grande.

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Sabotage

Una brutal explosión acorrala a un grupo de héroes derrotados con la mala fortuna de que un tremendo muro de piedras termina derrumbándose sobre sus cabezas. El malo rompe en una sonora carcajada mientras camina con paso firme hacia un horizonte oscuro. A lo lejos, un grupo de niños llora la muerte de sus héroes bajo un manto insondable de dura roca. La mirada se pierde en la desafortunada tumba de escombros cuando, de repente, en una quietud inmensa, la arena tiembla, un grupo de piedras se desplaza y una fornida mano, como un géiser en erupción, resurge con el puño cerrado, clamando venganza.

Atención, pregunta: ¿A quién pertenece esa mano? Para muchos de nosotros, imaginar esa escena es imaginar a Arnold Schwarzenegger: el héroe de acción. Arnold es el ejemplo perfecto del momento ‘revival’ que acontece al cine actual. Un ejército de actores, ideas, guiones, músicas e imágenes que viven una segunda juventud al amparo del prefijo ‘re’ (remakes, reboots y demás revoltijos). El bueno de Arnold vuelve a las salas –y promete hacerlo sin descanso– con ‘Sabotage’, film de acción inspirado en una novela policíaca de Agatha Christie (‘And Then There Were None’, de 1939) que merece su atención por dos razones: engrandecer el mito del ‘Chuache abuelo’ –el Clint Eastwood de la adrenalina– y seguir el talento creciente de David Ayer, su director.

El gran problema de ‘Sabotage’ es la lentitud del guión, que evoluciona a trancas y barrancas: Breacher (Schwarzenegger) y su equipo lideran una exitosa operación contra un cártel de droga organizada por la DEA. Sin embargo, en vez de entregar el dinero que encuentran en el cuartel de los narcos, roban gran parte del botín. Algo que desencadenará una cacería contra todos y cada uno de los agentes. Claro que, el objetivo de Breacher, quizás, sea otro muy distinto (una memorable escena final).

Ayer, guionista de ‘Training Day’, viene de rodar ‘Sin tregua’, sorprendente falso documental que funciona a las mil maravillas, y está rematando el montaje de una de las cintas más esperadas de 2014, ‘Fury’, protagonizada por Brad Bitt. Es cierto que ‘Sabotage’ es un producto menor, menos pulido y con una violencia, en ocasiones, excesivamente explícita. Pero guarda el buen hacer del director y el carisma bestial de su protagonista. Además, está acompañado de un elenco de secundarios (Sam Worthington, Joe Manganiello, Josh Holloway, Terrence Howard) cualificados para ser, dentro de unos años, ilustres miembros de ‘Los Mercenarios’.

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La hermandad de las camisetas

Estaba paseando el otro día por el centro cuando un tipo se me quedó mirando. Tenía un rostro curioso, como cuando acabas de pillar una seña en el mus y te callas para echarle el órdago a grandes sin que te vea venir. Se acercó lentamente mientras que, demonios, se desabrochaba una camisa de manga corta. En su defensa diré que era de noche y que, si eres muy friolero, se aceptaba llevar una capa extra. Pero vamos, que en manga corta se iba de escándalo. En fin. Que se estaba abriendo la camisa, me estaba sonriendo con mirada cómplice y yo no sabía qué hacer.

Una pequeña corriente de aire empujó hacia atrás la camisa recién abierta, que ondeó como la capa de Batman para mostrar una extraordinaria camiseta de ‘Breaking Bad’. Entonces fui yo el que sonreí como si guardara cuatro cerdos en mi mano.

Efectivamente, ambos llevábamos una camiseta de la serie de televisión. En la mía, azul oscura, se dibujaba el rostro de Walter White; en la suya, completamente blanca, aparecía el logotipo de ‘Los Pollos Hermanos’. El diálogo de camisetas, que no duró más de cinco segundos, fue fascinante. ¿Por qué? Porque fui consciente del tremendo vínculo que nos une a los aficionados al cine, la televisión y demás frikadas varias. Somos una extraña hermandad anónima que se deja reconocer por pequeños detalles, como las camisetas.

Y es cierto. Para mí es inevitable no sonreír al tipo que viste con una camiseta de Darth Vader, o a la chica que luce a Los Vengadores, o al señor que camina con la velocidad de Flash, o al zagal que presume de Tortugas Ninja… En lo que dura un cruce de miradas, sabemos que podríamos sentarnos a tomar un café y a charlar durante horas del final de una temporada, del inminente estreno de una peli o del cómic que deseamos leer.

La hermandad de las camisetas extrañas. Una frikada, sin duda. Pero así somos.

Christopher Nolan y el futuro del cine

Christopher Nolan, a punto de dar por cerrada su esperadísima ‘Interestellar’, ha publicado un artículo en el The Wall Street Journal en el que aborda la temida «muerte del cine». Permitan que les destaque unos cuantos párrafos en los que el director apela al amor a las historias y al ‘efecto Tarantino’:

«Al tratarlas como datos, las películas se enviarían como un ‘contenido’ más, una idea que pretende cuidar las historias y conseguir que lleguen más lejos, pero que, en realidad, trivializa las diferencias en la forma que siempre han sido importantes para los creadores y el público. El ‘contenido’ puede portarse en teléfonos, relojes o, incluso, en las pantallas de una gasolinera, y nos quieren hacer creer que los cines deberían reconocerse como una más de estas ‘plataformas’, aunque con pantallas más grandes y portavasos.

La industria apunta a este desalentador futuro, pero, aunque llegara, no duraría. El cine no se puede definir únicamente por la tecnología, ya que dejaríamos de lado fundamentos muy poderosos: la atemporalidad, el viaje a otro mundo, la experiencia compartida de esas historias. Muchos nos quejamos de los espectadores que molestan en la sala, pero también sentimos una punzada de decepción cuando nos encontramos en un cine vacío, ¿verdad?

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La experiencia que se vive en una sala de cine es distinta de la que podemos vivir en el hogar, pero no lo suficiente. La experiencia debe distinguirse en otros aspectos. Y lo hará. El público gastará su dinero en los estudios, cines y cineastas que valoren la ‘experiencia teatral’ y consigan subrayar las diferencias entre ver una película en el cine o en casa. Algo que ya pasó con la llegada de la pantalla panorámica y el sonido multipista, cuando la televisión le pisó por primera vez los talones.

La ‘ventana teatral’ es el negocio del cine, lo mismo que los conciertos en vivo son el negocio de la música. Nadie iría a un concierto en el que se reprodujera un MP3. Los cines del futuro será más grandes y más bellos que nunca. Invertirán en formatos novedosos que no se puedan clonar en casa (tales como, irónicamente, las copias domésticas). Y así, el público disfrutará de un producto exclusivo y los estudios volverán a aprender el valor económico de sus historias y la importancia de escalonar la venta de sus productos.

Se trata de un retorno. Algo parecido a lo que sucedió a principios de los 90, cuando el fenómeno de las multisalas había resentido la asistencia del público a los cines y un joven director llamado Quentin Tarantino arrasó en la taquilla con un profundo sentido del cine y un instinto para reclamar su legítimo lugar en lo más alto de la cultura popular».

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Open Windows

El inesperado poder de un click. Es como un buen truco de magia en el que el ilusionista crea diversos focos de atención para conseguir manipular nuestra percepción y que veamos, sin duda, que una baraja de cartas ha cambiado por completo de color. Entrar en una página web nos convierte en público involuntario de un espectáculo de prestidigitación: palabras, colores, líneas subrayadas, recuadros fluorescentes, luces que cambian de posición, invitaciones exclusivas, ventanas que se abren y nos hacen creer que las estábamos esperando…

Open Windows‘ es un atractivo ejercicio de seducción donde el trilero, Nacho Vigalondo (‘Los Cronocrímenes’), mueve los cubos delante de nuestras narices para ejecutar el hechizo. Sus cubos son pantallas. Decenas de pantallas -focos de atención- cambiantes que construyen una ilusión de realidad. De tiempo real. De acción frenética. Un encantamiento que juguetea con tecnologías complicadas (¿imposibles?) por una sencilla razón: la percepción.

Nada más terminar la última escena, nada más escuchar el último diálogo y arrancar los títulos de crédito, se escuchan en la sala los primeros cuchicheos sobre la película. “¿Crees que es posible?”, “¿existirá algún día tecnología así?”, “¿no te parece exagerado?” Las preguntas resultan fascinantes porque casi nadie subraya la verdad que se toma como exagerada pero que está ahí. La tenemos delate de nuestras narices durante gran parte del día: el click.

‘Open Windows’ es, por encima de todo, un entretenimiento formidable. Una fantástica película de ciencia-ficción, original en forma y fondo, que guarda varios giros de guión que sorprenderán al espectador. Pero también es -y creo que lo es casi accidentalmente- una muestra patente de que somos víctimas del click. Adictos del click. Para quien crea que es exagerada la premisa del film, ¿quién no ha pinchado sin saber por qué en una palabra, en un mensaje, en una imagen…? Somos víctimas de una manipulación, de una ilusión. En unos casos, ilusiones tan peligrosas como la que sufren Nick Chambers (Elijah Wood, ‘El señor de los anillos’) y Jill Goddard (la ex actriz porno Sasha Grey) los protagonistas de ‘Open Windows’. En otros, ilusiones tan fascinantes como las que construye Vigalondo: cine.

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