True Detective, un ejercicio de sinestesia

Si repasan las series de la HBO –un ejercicio siempre recomendable–, encontrarán que hay un nexo en común: no hay sentidos inútiles. En uno de los numerosos y magníficos diálogos de ‘True Detective’, el agente Rust Cohle (Matthew McConaughey) explica a los comensales qué es la sinestesia, esa curiosa capacidad para escuchar un color o saborear una canción. Y esa es, sin duda, una de las mejores forma de encarar la fantástica serie de televisión: un cocktail de sentidos.

A través de dos líneas temporales, los detectives Cohle y Martin Hart (Woody Harrelson), relatan los sucesos que rodearon a la detención de un asesino en serie, en Louisiana. Más allá de la terrible atracción y el indomable morbo que genera el guión de Nic Pizzolato, la serie es un impecable ejercicio de sinestesia. Podemos tener la tele en el más pulcro de los salones, pero bastan dos minutos de ‘True Detective’ para que la habitación huela a humo, a humedad, a pantanos abandonados; para que la habitación sepa a cerveza derramada en la barra del bar; para que la habitación se sienta como una camisa de franela y una pelvis desnuda. Para sentir suciedad.

‘True Detective’ mancha como manchan Dickens, Poe y Capote. Cada capítulo se embadurna como barro sobre la piel, masajeando la parte más oscura del cerebro y provocando una adicción completamente irracional por las charlas entre Cohle y Hart, dos poderosos personajes escritos con minuciosidad cirujana que recorren una amplia gama de extremos. Ambos, desde vitrinas muy opuestas, filosofan sobre la vida a partir de un cruel asesinato: ¿en qué creer?, ¿qué es la vida?, ¿dónde empieza y acaba el universo?, ¿qué es amor y qué es sexo?, ¿está el mundo enfermo…?

El relato criminal es un guión realizado con maestría cinematográfica. Desde el mismo ‘opening’, hay cientos de planos y fotografías memorables, entre los que destacan los seis minutos de plano secuencia del final del cuarto capítulo: antológicos.

Si no les convence ninguno de estos argumentos para ver ‘True Detective’, otro nada desdeñable:  Matthew McConaughey y Woody Harrelson. Los intérpretes bordan un trabajo espectacular, merecedor de toda honra, gloria y memoria. Será difícil suplirles en futuras temporadas.

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El culo del mundo, un viaje al corazón de Andreu Buenafuente

Hace unos años, cuando terminé de ver ‘Hazme reír’, pensé en cómo sería la vida de Andreu Buenafuente y Berto Romero. Los protagonistas de la película de Jude Apatow me recordaron muchísimo a los cómicos españoles, tanto que empecé a mezclar ficción con realidad. Hoy he vuelto a pensar en lo mismo, en la vida del cómico, tras descubrir en Twitter que Buenafuente ha rodado un documental titulado ‘El culo del mundo‘.

Estoy deseando viajar con Andreu y su tropa. Mientras tanto, no tiene desperdicio la presentación que el propio Buenafuente hace en su web elculodelmundo:

En junio de 2012 me quedé sin programa en antena y sin expectativas de volver a la televisión. Era la primera vez que me sucedía algo así y, además, me acordé de que empecé a trabajar en esto de la comunicación allá por el mes de septiembre de 1982. Se iban a cumplir treinta años.

Ya saben como están las cosas en este país. No son tiempos para fiestas y celebraciones, pero yo me negaba a dejar pasar por alto la efeméride. Así que decidí aprovechar la ocasión para “pensar” un poco en mi oficio. Para bucear en los placeres y sufrimientos que nos proporciona, para comprobar los resultados estimulantes y casi curativos que ocasiona en los que lo practicamos y en los que lo disfrutan. Desde el primer momento me di cuenta de que se trataba de un viaje. Un viaje físico y mental al “corazón de la comedia”.

Un mail activó todo el proyecto. Me lo mandó un seguidor argentino cuando terminó el último programa. “Desde el culo del mundo”, según él. Me dio por pensar en la magia de mi profesión que viaja a miles de kilómetros, que no conoce de fronteras, ni clases sociales. “Todo el mundo ríe en el
mismo idioma”, leí hace poco. Así que pensé que debía viajar a Argentina y, a partir de ahí, empezar a tirar de un ovillo de compañeros, seguidores y cómplices. Debía hablar y hablar. Sobre todo debía escuchar. Y después, ordenar todo lo recogido con el objetivo de “armar” una especie de ensayo emocional y agradecido sobre la comedia. Se lo conté a Ferrán Adrià y al minuto lo definió como “mi terapia”. Tiene razón. Todos queremos conocernos, entendernos un poco y volver algo más tranquilos al camino.

Cuando me quedé sin programa me cabreé por quedarme en la estacada, pero ahora agradezco aquellos meses que me ayudaron a tomarme todavía más en serio el mundo de la risa. No hubiera podido hacer EL CULO DEL MUNDO sin la ayuda de un estrecho y brillante equipo. Porque mientras viajábamos y rodábamos, yo seguía trabajando y navegando en aguas revueltas. Analizaba mi pasado, pero luchaba sin descanso por mi futuro. ¡Qué época!.

Espero que reciban el documental con la misma emoción y sinceridad con las que ha sido realizado. Algunos dicen que me abro más que nunca, que me muestro como nunca lo he hecho. Quizás sea verdad. Pero, ¿cómo vas a tener secretos para la gente que te ha permitido llegar hasta aquí? Se lo debemos todo. Les debemos la verdad.

Andreu Buenafuente

Poster - El culo del mundo

La vida después de Pi (Life after Pi)

La empresa ‘Rhythm & Hues Studios’ ganó el Oscar a los mejores efectos especiales, en 2013, por un inmenso y bello trabajo: ‘La vida de Pi‘. Acto seguido, entró en bancarrota. ‘La vida después de Pi’ (Life after Pi) es un corto-documental en el que miembros de la empresa y otros profesionales del sector hablan sobre las -muchas- penurias que sufren en Hollywood y su maltrato laboral, «poco valorado».

Los autores de ‘Life after Pi’ han colgado el corto-documental, completo, en Youtube. Si disponen de media hora y no tienen problemas con el inglés (pueden añadir subtítulos, que algo ayuda), pueden descubrir la ironía de Hollywood aquí:

Harold Ramis, el fantasma del VHS

El talento es un misterio tan indescifrable como la mismísima muerte. Fíjense, qué poco sabremos de la vida, si nuestra mejor –y más valiosa– explicación a las cosas que no entendemos nace de la imaginación, de la creatividad. De las historias que contamos. Harold Ramis se muere y un terrible pellizco estruja las entrañas del cine. Cualquiera que se sintiera niño viendo ‘Los cazafantasmas’ pudo sufrir al leer su inesperada pérdida. Pero todos, sin excepción, terminamos dibujando una extraña sonrisa en la cara. Maldita sea, es imposible pensar en Harold, recordar su trabajo, y no sonreír. El talento: no se me ocurre una mejor definición.

Como si se tratara de una cinta VHS sin rebobinar, la ‘vida’ de Ramis empieza con el genial Doctor Egon Spengler, el cerebro de ‘Los cazafantasmas’. A poco que avanzas o retrocedes en la cinta, el resto de títulos te asaltan con asombro: ‘Una terapia peligrosa’, ‘Al diablo con el diablo’, ‘El club de los chalados’, ‘Los incorregibles albóndigas’, ‘The Office’, ‘Atrapado en el tiempo’… Dios, ‘Atrapado en el tiempo’, ¿existe otra película como esa?, ¿un film que todos los años se recuerda como parte de una costumbre mundial?, ¿quién escucha «I got You Babe» y no piensa en el despertador de Bill Murray?

Comparo la vida de Harold Ramis con una cinta de VHS porque él tiene mucha culpa del humor y del carisma de esa generación. La machacada y recurrente generación de los 80 que hoy protagoniza cualquier recuerdo feliz. Ramis diseñó, forjó y transmitió a cientos de cineastas una forma de entender la gran pantalla, de conectar con el público.

Me agrada el cariño que se desprende de las declaraciones de todos los que compartieron un rodaje con él. Y de todos los que soñaron con hacerlo. Es alucinante la cantidad de veces que se repiten las palabras «maestro» e «inspiración». Harold, un tipo de sonrisa traviesa y barriga cervecera que simplemente amó su trabajo. Sin excentricidades, sin ambiciones inexplicables, sin buscar la portada ni la fama barata. Era un artista, joder. Un amante de su trabajo. Y por eso, por su talento, por poco que lo podamos entender, flotará siempre en la memoria de este planeta. Como un fantasma que despierta una y otra vez en el mismo día, para explicarnos las cosas que no entendemos de este mundo. Y para hacernos reír.

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La Guerra de las Consolas

De las muchas líneas que separaban a unos y otros en el recreo, había una que, por sí misma, nos definía como grupo: ¿Nintendo o Sega? Recuerdo sesudos debates a las puertas del colegio, discutiendo sobre quién era mejor, si Mario o Sonic: «¿Me vas a comparar a un fontanero con un erizo con supervelocidad?», decían unos. «Tú lo has dicho: erizo», respondían. Tener en casa una Super Nintendo o una Megadrive (se rumorea que hubo niños con las dos consolas en casa, pero no era nada habitual) definía tu grupo de amigos tanto como confesarte de un equipo de fútbol.

En aquella época, primeros años de los 90, la lucha era radical: ¿Probotector o Altered Beast? ¿Double Dragon o Golden Axe? ¿Legend of Zelda o Castlevania…? Esa competencia nacía de las propias empresas, Nintendo y Sega, conscientes de que en la distinción de contenidos residía su éxito o su fracaso futuro.

A mediados de este mes, Atlantic Books anunció que se hacía con los derechos para editar y publicar ‘La Guerra de las consolas: Sega, Nintendo y la Batalla que definió a una generación’ (‘Console Wars: Sega, Nintendo and the Battle that Defined a Generation’), libro que recoge lo sucedido desde finales de los 80 hasta la llegada de Sony y su Playstation. El texto, que saldrá a la venta el próximo mes de agosto en Estados Unidos, ha llamado tanto la atención que Sony Pictures y Scott Rudin, productor de ‘La Red Social’, han decidido comprar los derechos para realizar el film.

¿Quiénes adaptarán el libro a la gran pantalla? Dos conocidos amantes de los videojuegos que vienen de cosechar grandes éxitos –y una taquilla muy solvente– con su última película: Seth Rogen y Evan Goldberg, responsables de ‘Juerga hasta el Fin’.

Sinceramente, creo que será una experiencia maravillosa ver en la gran pantalla cómo el cerebro de la bestia destrozó, por completo, las ambiciones de Sega y su erizo azul. Porque, claro, ¿Nintendo siempre fue la mejor, verdad? Yo no tengo duda alguna.

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