La piratería, sin pudor

Hubo un tiempo en el que la piratería era una actividad de los bajos fondos. Los de mi generación recordarán el secretismo con el que se extendía el rumor de que Fulanito se había comprado una copiadora de cedés. Sabedores de que había algo que no era legal –de que era algo que los padres no debían saber– pedíamos de contrabando el último disco de U2 o recopilatorios de videojuegos de ordenador. Luego, mucho más tarde, llegarían las películas y las series… Pero aquellos días fueron, sin duda, el germen de lo que tenemos hoy: la normalidad. Dos ejemplos.

Primero. Hace un par de días entré a una cafetería a desayunar y me encontré en las pantallas del local el final de ‘Fast and Furious 7’. Obviando el hecho de que es una manera fabulosa de estropear por completo la película al que no la ha visto, me quedé asombrado por la normalidad que se respiraba en el ambiente. Decidí hacerme el tonto y preguntar al camarero «en qué cadena estaba echando la película». Él, en un tono muy conciliador, me respondió: «No, hombre, esta película es mía y todavía está en el cine. Todavía queda mucho para que la echen en la tele».

Segundo. Me monto en un taxi y veo que el conductor tiene su móvil encajado en el hueco del volante, apoyado sobre la carcasa. En la pantalla, el ‘Francotirador’ de Clint Eastwood. Llevará unos veinte minutos. «A la estación de buses», le digo. A lo que él, con tranquilidad, pulsa la pantalla para que se pause la reproducción y me sonríe: «¡Vamos!»

Que hayamos normalizado la piratería a estos niveles es culpa nuestra. De todos. Y aunque ya se vean nuevas luces, no saldremos de esta hasta que normalicemos que la piratería es un delito. Que es algo que avergonzaría a nuestros padres. Y, sobre todo, a nuestros hijos. Falta pudor.

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Los Vengadores: la era de Ultrón

Es como cuando Andy sacó por última vez a Woody y a Buzz de su caja de cartón. El niño miró sus juguetes y sintió la misma ilusión que la primera vez. La misma. Con la diferencia, claro, de que ya no necesitaba jugar con ellos para vivir la aventura. Le bastaba con dejarlos bien colocados en la estantería de encima de la cama para verlos, para saberse él mismo, para recordar el aroma a nocilla de esas mañanas de sábado desparramados por la alfombra del dormitorio.

‘Los Vengadores: La era de Ultrón’ no puede decepcionar al que sabe lo que va a ver. No, al menos, en el sentido de la diversión y el puro entretenimiento. Marvel recurre al espectáculo para celebrar la conexión con el público y subir un peldaño más en la pirámide del éxito. La explosión de héroes en la pantalla es tan electrizante como cruzar los rayos mientras cazas fantasmas: acción, humor, drama e intriga. No falta nada.

Sin embargo, me pongo en la piel de Joss Whedon, su director, y el estómago me cruje un poco, incómodo, imaginando su frustración. Sí, una frustración que se palpa escena a escena, una frustración que transpira tímidamente por los poros del ‘esto me suena’ y la carencia de detalles sorprendentes. Imagino a Joss, les digo, luchando por escribir una historia completa, que no fuera una mera transición a otra película, a otro taquillero estreno de marketing interestelar.

El señor Whedon anunció su salida de la franquicia para futuras entregas por -seamos francos- puro aburrimiento. Pese a su habilidad para enriquecer a los héroes mediante situaciones cotidianas, no debe ser fácil para alguien acostumbrado a deslumbrar al espectador con un chispazo inesperado, someterse al corsé del “queremos otra igual que la primera”. Es lo malo de dejar las decisiones artísticas a los que sólo saben de números: abusan del tampón de clonar.

Pero, por favor, no me confundan. A mí, como a Andy, me basta con ver los juguetes bien colocados para disfrutar la aventura. Y es una estantería terriblemente divertida. Con juguetes nuevos. Y con muchos más por llegar.

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Marvel, un intento más

Da la sensación de que la llegada del universo Marvel al cine y la televisión es cosa de hace una década. Más o menos. Y nada más cerca de la realidad. Es curioso cómo las campañas de publicidad basadas en el éxito nos han hecho olvidar, con una certeza notable, todo lo que hemos visto antes. Estamos hablando de sesenta años de series y películas. ¡Sesenta! Las primeras cintas en imagen real de ‘El Capitán América’ y ‘Iron Man’, la serie del Increíble Hulk, o las películas de Spiderman… las americanas y, claro, las japonesas que terminaban con Peter Parker convertido en un enorme robot que luchaba contra terroríficos kaijus. Luego vendrían numerosas series de dibujos animados, desde ‘Los asombrosos súper amigos’ a ‘Los Cuatro Fantásticos’, pasando por ‘Los X-Men’, entre otras muchas…

Quiero decir que Marvel, por mucho que ahora sea el paradigma de la riqueza audiovisual, ha trabajado mucho por conseguirlo. Cuesta imaginar que hace poco más de una década, la compañía de cómics estaba a punto de declararse en bancarrota. La gente no lee, no compra tebeos, los héroes de papel no son para el gran público, etcétera. La crisis del papel, ya saben.

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La llegada del ‘Iron Man’ de Robert Downey Jr. supuso un cambio brutal en la caja de la compañía: sí, después de medio siglo de intentonas, el público estaba preparado para lo que querían contar. No significa que todo lo que haya hecho Marvel merezca un aplauso. De hecho, es más que lícito considerar que una parte importante de su producción nunca pasará los cánones de la crítica generalista. Pero, qué demonios: saben cómo divertirnos.

El hecho de que en los próximos diez años vayamos a tener más películas de héroes que en los últimos cincuenta convierte al derivado del cómic en un producto de moda. Algo que, por un lado, me preocupa. Las modas siempre destruyen el espíritu de las cosas. Pero, por otro lado, disfrutaremos mucho de esta locura. Hasta que se acabe. Y lo hará. Y será un final desagradable. Al tiempo.

¡FicZone!

Esto es una cuestión de orgullo. Verán, hace unos años hice uno de esos viajes frikis de los que siempre presumiré: ir a la Comic-Con de San Diego. Menudo despliegue de medios, oigan. Los americanos nos llevan años luz en esto de venderse con estilo. La convención yanki se ha convertido en dos cosas: meca del ‘nerd’ y origen de las tendencias que marcan la próxima temporada. Y es francamente divertida.

En España gozamos de un buen puñado de eventos culturales que no merecen complejo alguno. De vez en cuando, los informativos nacionales nos hablan del Salón de Barcelona o la Feria del Cómic de Madrid. Supongo que son las opciones fáciles. Y pese a todo, pese a que está Madrid y luego Barcelona y luego, allí a lo lejos, San Diego, el evento que más me emociona del año es el ‘FicZone’ de Granada.

Sí, claro que no soy objetivo. Conozco a la gente que hay detrás del proyecto y veo la contagiosa vocación con la que trabajan, día tras día, para convertir ese fin de semana (2 y 3 de mayo, Palacio de los Deportes de Granada) en una fiesta de la cultura. Una cultura general, amplía e integradora: jóvenes y adultos unidos por pasiones compartidas. Cómic, cine, televisión, videojuegos, literatura, tecnología, innovación, gastronomía, rol, arte… Cultura, como les digo.

Pero este año, además de un glorioso plantel de estrellas invitadas, cuentan con el equipo de creadores de ‘El Ministerio del Tiempo’, algo que no se ha visto en Madrid ni en Barcelona ni, por supuesto, San Diego. Y eso me llena de orgullo. Porque además lo hacen de una manera muy original, con un cruz que dará mucho de qué hablar.

Hay muchos eventos, pero este es el mío. El nuestro. El que marca la temporada y, cada vez más, es meca de miles.

¡Llega FicZone!

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