No se hace una idea

Leía un libro de bolsillo apoyado en la pared. Pese a que movía sus labios mientras paseaba la mirada por las hojas, no hacía ningún ruido. Era como una sombra camuflada tras la cola de la taquilla, impertérrito ante el follón que una pandilla de adolescentes congregaba bajo el luminoso de los horarios. «¡Pero es que está muuuuu buena!», grita uno. Y el resto asiente con reverencia de jauría. Hablan de una veinteañera, alta y morena, que espera, sola, al final del pasillo, con el móvil en una mano y una bolsa con dos refrescos en la otra.

En lo que tardan en llegar a la taquillera, el grupo de jóvenes no ha bajado ni una pizca el volumen. Es una piara de hormonas desbocadas. Los piropos –algo obscenos, pero piropos a fin de cuentas– van acompañados de risas nerviosas y de repeticiones al estilo de una misa de Harlem. Por fin, una educada voz femenina les pregunta qué desean. Un par de segundos más tarde, repite: «Chicos, ¿qué queréis?» La ignoran. Eleva un poco la voz, no demasiado, e insiste: «¿Que qué queréis?» El que lleva la voz cantante se gira lentamente y suelta un escueto «¿qué?» La taquillera, dolida, exhala un leve «joder» que casi no se escucha, y vuelve a su papel: «¿Qué desean?»

«¡Qué maleducada! ¿No le enseñó su madre a no decir palabrotas?» La voz cantante juega a la indignación. Hace aspavientos con los brazos y zapatea en el suelo para que sus amigos, y todos los que pasan por la puerta del cine, sean conscientes de la injusticia que está sufriendo. El pobre. «¡No va y dice joder!» Un señor-como-la-copa-de-un-pino le da una colleja al chaval y le invita a dejarse de tonterías, a comprar su entrada y a cerrar la boca de una puñetera vez –ovación cerrada–.

La masa adolescente se menea inquieta, maldice un poco y termina comprando a regañadientes sus entradas. La taquillera da las gracias al señor-como-la-copa-de-un-pino y sonríe a la marabunta. La marabunta se marcha y chifla al pasar al lado de la guapa veinteañera. La guapa veiteañera se gira y cruza su mirada con el señor-como-la-copa-de-un-pino. El señor-como-la-copa-de-un-pino clama al cielo: «¿Son así todos?»

Al otro lado, un libro se cierra: «no se hace una idea».

Chewbacca, el bastón láser y Twitter

Peter Mayhew, el actor británico que interpreta a Chewbacca en la trilogía original de ‘La Guerra de las Galaxias’, viajaba desde una convención de cómics en Denver hasta su hogar Texas. Pese a sus 69 años, el que fuera el entrañable wookie y copiloto del Halcón Milenario no pasa desapercibido: mide 2,22 metros, tiene una frondosa melena rizada que ya quisiera Mario Vaquerizo y utiliza un enorme bastón con forma de espada láser. Sí. Un bastón. Con forma de espada láser. Un bastón láser.

Las fuerzas de seguridad del Aeropuerto de Denver (Transportation Security Administration, TSA) se quedaron de piedra al ver al hombre acercarse a la puerta de embarque. «Señor -le dijeron-, tenemos que confiscar ese…bueno…ese…bastón». Mayhew, consternado, les explicó que lo necesitaba para caminar, que no era más que un bastón con la forma del arma más representativa de la historia de la ciencia ficción. Nada más.

Los agentes insistieron y, efectivamente, le retiraron el bastón ya que podría utilizarse como una arma en pleno vuelo, cual Sith enfurecido por una Orden 66 en la reunión anual de miembros de la familia Skywalker. Nuestro querido gigante mostró su repulsa, subrayó lo ridículo de la situación y, finalmente, optó por rugir. Rugir, metafóricamente hablando, claro. Sacó el móvil y escribió el siguiente tuit:

«Hombre gigante necesita bastón gigante… un bastón pequeño es como un palillo de dientes… Además, mi bastón-sable-láser es genial. Lo echaré de menos» («Giant man need giant cane… small cane snap like toothpick… besides… my light saber cane is just cool… I would miss it…», @TheWookieeRoars).

Foto subida a Twitter por Peter Mayhew
Foto subida a Twitter por Peter Mayhew

Unos minutos después del tuit -y varios cientos de retuiteos y comentarios contra el aeropuerto-, los agentes del TSA decidieron devolverle el bastón-láser. Más tarde, desde su casa, Mayhew dedicó a a sus 22.000 seguidores en Twitter lo siguiente: «Las palabras mágicas para el TSA no son ‘por favor’ o ‘gracias’. Es ‘Twitter’. El bastón llegó a casa» («Magic words to TSA are not ‘please’ or ‘thank you’. It’s ‘Twitter’. Cane released to go home»).

En el Aeropuerto insisten en que le devolvieron el bastón-láser en cuanto vieron que no suponía ningún riesgo para los pasajeros. «No por Twitter», subrayan. ¿Qué creo yo? Yo siempre fui de Chewbacca.

Esto es una historia real. Por cierto. Sucedió el lunes

El bastón láser de Peter Mayhew, vía Twitter
El bastón láser de Peter Mayhew, vía Twitter

¿Pero tú has leído ‘El Gran Gatsby’?

Bajo la marquesina, un día lluvioso, esperando al autobús, puedes escuchar conversaciones ajenas como si formaras parte de ellas. Los contertulios olvidan que están rodeados de gente apilada, unos sobre los hombros de otros, para evitar que el agua cale en hueso. Con lo que se pierde la privacidad, las formas y se gana, por supuesto, realidad:

-¿Pero tú has leído el ‘Gran Gatsby’? –pregunta la chica. Es morena, bajita y viste rollo gótico, de negro, con los labios pintados de rojo y una chapa en el escote en la que se puede leer ‘Soy tan feliz que podría morir’.

-En el cole. Pero qué más da. A mí me parece que la historia es una mierda pinchá en un palo, de las de Antena 3 después de comer. ¡Está muy vista! –el chico es gordito, con el pelo revuelto y gafas anchas; una camiseta de manga corta sobre otra de manga larga, roja y azul.

-¿Una mierda? ¡Qué sabrás tú!

-No necesito leer mucho para saber qué me gusta o qué me deja de gustar.

-A ver…

-A ver, nada. Mira, si a mí la peli me aburre y me parece una chorrada de historia, ¿qué le hacemos? Lo mejor es la música, no hay más.

-Que sepas que el libro fue rompedor cuando se publicó porque hablaba de una forma y de una sociedad de la que nadie se había atrevido a hablar antes así –la chica gótica tiene armas y quiere soltar artillería–. ¡No puedes menospreciar la literatura por la película!

-Que me da igual el libro, que no lo pienso leer, que ya he visto la película, que no seas pesada…

-¡Pero es que no es lo mismo! De hecho, lo bueno que tiene la peli es que se atreve a cambiar la forma típica…

-Nada. La semana que viene vemos ‘Fast and Furious 6’, que eso no tiene novela, no hay que estudiar antes de ir a verla y nadie me echará en cara que me parezca una chorrada.

-Qué cansino eres…

-Y tú qué lista.

Impronta de cine

Existe la falsa creencia de que en el cine todo es mentira. Una mentira bien contada que hipnotiza como el trilero que amasa fortunas vendiendo crecepelo en una caravana del farwest. Y es cierto. Pero también es todo lo contrario. Podrían enumerar las veces que han utilizado una escena determinada para describir sus sensaciones, o un personaje para adular e insultar a un conocido, o una música para conservar un recuerdo con la impronta que merece.

Sonaba el último disco de Lori Meyers (“me dice que vuelva, que me quieres otra vez, que piensas decirlo una y otra vez…”) mientras la chica aguantaba las lágrimas en la librería, con una fina novela de pastas rojas entre sus manos. La amiga, agazapada tras un estante, salta de improviso y le dice que lo ha encontrado (“una y otra vez”). Cambia la canción, el disco sigue sonando, pero la chica no cambia ni un ápice su rostro (“no existe un ciclón que pueda expresar”). Venga, joder, le insiste su amiga, que no es tan grave (“serás feliz, sin temor, busca un lugar donde estés mejor”), repite una y otra vez. Verás como sale otro, termina.

Pasa unos minutos rebuscando entre libros, como la que mira al cielo estrellado y se propone contar todas las luces en el cielo. El estribillo de la canción se sale del paréntesis en el que estaba recluido hasta el momento y se infiltra entre signos de admiración en las preocupadas sienes de la chica, apartando otros pensamientos que le funden el ánimo, abriéndose paso en una pista de baile atestada por muermos vivientes: “busca un lugar donde estés mejor, busca un lugar donde estés mejor, busca un lugar donde estés mejor, busca un lugar donde estés mejor, busca un lugar donde estés mejor, busca un lugar donde estés mejor…” La batería se anima, la guitarra sube el ritmo, la música de Lori Meyers se adueña de sus emociones y, antes de que acabe la canción, la chica sonríe.

La amiga vuelve con un libro entre las manos y se alegra al ver sus hoyuelos. En silencio, se pregunta si habrá sonado por fin el teléfono, si la revolución que esperaban había empezado justo cuando ella no miraba, si se acabó la crisis y nadie las había avisado. ¿Por qué esa sonrisa?, habla. Y la chica, con una impronta que merece recordar, responde: “¿Recuerdas a la niña de ‘Pequeña Miss Sunshine’? De repente me sentí así”.

Los caminantes blancos

He aquí la promesa que ante ustedes, queridos lectores de este salto de eje nuestro, hago desde lo más profundo de mi coxis: no volveré a reírme de los héroes de acción que corren a pierna suelta por las montañas nevadas del mundo. La madre que parió a la nieve. Qué torpe se vuelve uno. Claro, sales de casa en plan periodista heroico con ganas de hacer la foto del día y entrar en la redacción con carnaza fresca, y te encuentras con que andar es el primer y gran escollo del madrugón. ¡Zasca!, al suelo. Y así, tres zascas seguidos, en pleno coxis, en la rabadilla, donde el calambrazo llega hasta la coronilla.

Los referentes están muy manidos, pero ayer fue fácil salir a la calle y encontrar al tipo de turno que mira al horizonte y, con voz sostenida, declama: «El invierno se acerca». Aunque, en mi caso, el paralelismo fue con los Caminantes Blancos de ‘Juego de Tronos’ más que con la nevada. Más cercano, incluso, con ‘The Walking Dead’, si me apuran.

Pese a la extrañeza de la situación, fue una escena genial. Verán: bajaba por el centro de Granada, sobre las nueve de la mañana, con toda la ciudad cubierta por un enorme manto de nieve. Como les decía, era muy fácil resbalar y caer al suelo, así que, cansado de los golpetazos, opté por continuar por mitad de la carretera (estamos en la calle Recogidas, para los que conozcan la ciudad). Tras dar dos pasos, descubro en el horizonte la silueta de cuatro hombres que caminan lentos, torpes y renqueantes. Como zombies. La fotografía parecía sacada de una película de George A. Romero: una calle abandonada, el viento silbando y las huellas de unos pies arrastrando el último suspiro…

En serio, fue una escena impactante. Al menos, en mi cabeza. Además, como iba con prisa, intentaba correr, pero no podía. Me imaginé como el torpe secundario que termina devorado por un ejército de comevísceras, sorprendido por una infinidad de zombies que surgen de las calles aledañas de manera inesperada. Pero, como en las películas, mi compañero Diego apareció en el último momento, en su coche, cuando la esperanza estaba perdida.
Al final llegamos vivos -con la rabadilla un poco afectada- a la redacción. Y esa es mi historia de la nieve en Granada.

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