The Imitation Game (II): la sugerencia

La genialidad es un monstruo terrorífico a los ojos del ignorante. La ignorancia no es necesariamente un insulto, es una condición indispensable para cuestionar la norma. La norma es apropiada, decente y consensuada. Lo anormal, por contra, es raro, incómodo y desafiante. Si todos nos vistiéramos igual, habláramos igual y saboreáramos igual los colores, ¿quién inspiraría al resto a probar lo imposible?

No es a los genios a los que debemos temer, es a las certezas. La perspectiva, qué talento tan magnífico: ser capaz de mirar con empatía aquellas situaciones que la sociedad, por norma, ha tildado de indecentes: negros, mujeres, homosexuales… Aún hoy hay sociedades que castigan con puño de hierro a los gays confesos o a las mujeres que conducen o a los que huyen de una tierra asfixiada por la pobreza. Dios mío, hace poco más de cincuenta años, en Reino Unido, todavía era delito tener una tendencia sexual ‘equivocada’. ¿Se dan cuenta de la cantidad de ideas actuales que en cincuenta años serán tratadas de barbarie?

Y luego está la guerra. El terrible motor del mundo. ¿Cuántos inventos revolucionarios habrán nacido de la inversión militar? ¿Se imaginan si pusiéramos todo ese empeño en ‘mejorar’, simplemente, por el bien de la humanidad y no para vencer al enemigo? Por otro lado, quizás la clave no sea la guerra entendida como ejércitos enfrentados, sino como necesidad imperiosa. Tal vez, visto con perspectiva, la razón que impulsa la innovación más extraordinaria sea la crisis. Crisis es Primera Guerra Mundial, pero crisis es, también, una burbuja que explota y nos roba el estado del bienestar. ¿Lo ven? ¿Y si en este mismo momento hay un genio conspirando contra la norma? ¿Contra el enemigo? ¿Y si hay un genio aprovechando la crisis para llevarnos al siguiente paso de la evolución?

Perdonen el descontrol. Escribo sin pensar, como una máquina que intentara descifrar el mensaje. Un mensaje precioso y formidable. Un mensaje programado en una película bellísima que constantemente sugiere trillones de preguntas al espectador. Pero sí, hablemos sin relojes de la película de Morten Tyldum (‘Headhunters’), de la poderosa mirada de Alan Turing en el rostro de Benedict Cumberbatch (‘Sherlock’), hablemos, por favor, de ‘The Imitation Game‘. Qué genialidad.

(Continuará)

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