El efecto Malamadre

La voz de Luis Tosar (Malamadre) te aturde tanto como te atrae. El protagonista de Celda 211 es el maldito bastardo que nunca vimos con Tarantino. Es, al mismo tiempo, el héroe al que le confiarías tu vida y el cabrón que no dudaría en arrebatártela si fuera necesario. La película de Daniel Monzón (El Corazón del Guerrero, la Caja Kovak), es un asombroso ejercicio de talento delante y detrás de la cámara, una combinación de personajes carismáticos, guión latente y un diálogo maniqueo que abrirá fisuras entre la pantalla y el espectador: “¿Quién es bueno y quién es malo?”

La voz de Alberto Ammann (Calzones) empieza casi imperceptible y termina igualando el magnetismo de Tosar. Él es el funcionario que se queda encerrado durante la toma de la prisión por la tripulación de Mala Madre. Tosar y Ammann hacen un tándem equilibrado que dibuja a la perfección una balanza, la de la justicia, que va y viene en favor de nadie. Les acompañan Antonio Resines, Carlos Bardem y otro puñado de actores que culminan una película que, parece, sólo tiene una pega: No es americana.

El éxito de taquilla de Celda 211 es un orgullo para nuestro cine. Llegando a superar el Ágora de Amenábar, tiene que competir ahora con bazofias del calibre de Luna Nueva o 2012. La gran pregunta que se harán nada más salir de la sala será: ¿Cuánto tiempo tardará Hollywood en comprar los derechos y hacer su versión? Si Celda 211 se hubiera hecho en USA, Tosar sería el hombre de moda y Monzón su profeta. Aquí, pese a la seguridad del Goya, las taquillas hablan del fin del mundo y de vampiros amanerados. No perdamos el efecto Malamadre, creamos en el cine español.