Nausicaä

No es que me falte imaginación para crear nombres, pero da la casualidad de que el protagonista de la historia de hoy, como el de ayer, también se llama Javi. Pero, para no hacernos pesados, le llamaremos ‘el pintor’. Verán, no sé si se acuerdan de aquella maravillosa época del VHS y el BETA, cuando todos deseábamos ver la estantería del otro para cuchichear en sus películas y ver qué nos podía grabar –puede que esto no haya cambiado tanto, después de todo. El caso es que, durante los años que dieron sentido a la expresión ‘cinta’ para referirse a una película, algunos adelantados a su tiempo adquirieron un Láser Disc. Lo último.

Visitar la casa de ‘El pintor’ era una gozada. Un almacén de cine escalonado por todas las estanterías de la casa. Puertas que daban a armarios ordenados por géneros. Baúles llenos con novedades importadas de todos los rincones del mundo. Y una calidad de imagen y sonido que ni el vídeo comunitario. Una de aquellas tardes en casa de ‘el pintor’, sentados en el sofá, pusimos una película: ‘Nausicaä’. “¿Eso qué es?”, preguntamos los tres hermanos. “Una película de animación japonesa de hace ya unos años. A mí me encanta”.

Y a nosotros nos encantó. No eran unos dibujos animados al uso. Eran raros. Y, al contrario que en las películas normales, las de Disney, ninguno de los protagonistas cantaba en ningún momento. Además, sospecho que, pese a que salí alucinado de la proyección, no me enteré de toda la historia. Javi, ‘el pintor’, gracias a su tremendo dominio de la tecnología, nos pasó el Laser Disc de ‘Nausicaä’ a un VHS, para que la pudiéramos ver en casa.

Hoy, 15 años después de aquella tarde y más de 25 desde que se estrenara en las salas de Japón, se estrena en España ‘Nausicaä’. Todo un homenaje a su director y uno de los mayores creadores de nuestro tiempo, Hayao Miyazaki (‘Mi vecino Totoro’, ‘El viaje de Chihiro’, ‘Mononoke Hime’). Dios mío, cómo pasa el tiempo.

Sherlock Holmes (I)

Sherlock Holmes es un detective de lo más singular, sigue cualquier pista hasta dar en el clavo. Sherlock Holmes, es el único y genial. Con su lupa, con su pipa y con su gabán es inconfundible, el terror de los cacos. Sherlock Holmes, como él, no hay otro igual”. Esta poesía modernista de los siempre recurrentes e inspiradores ‘Parchis’ (chavales, Parchis: grupo musical integrado por seis niños que cantaban canciones chachis y actuaban en películas felices que hoy no tendrían ningún éxito y que los más frikis ochenteros las guardan como trofeos culturales. Pero vamos, que ahí tenéis Google y Youtube para formaros en el folclore español) servía de banda sonora al anime japonés Sherlock Holmes. Una de esas series de dibujos animados -cuando las mañanas y las sobremesas de la televisión aún no habían sido infectadas con corazones podridos y telenovelas baratas- que todos recordamos con cariño (junto a Willy Fox, Marco, Heidi, etc).

Mal que pese al sistema educativo español, para mí, como para tantos otros, la primera vez que me presentaron al personaje de Arthur Conan Doyle tenía orejas, hocico y rabo. El perro, pese a ser inglés y tomar té a las cinco, no era el original. Pero me encantaba. Unos años después me lo volví a cruzar, esta vez, en una película que ponían en la televisión: ‘El secreto de la Pirámide’ (1985, Barri Levinson). Sherlock Holmes pasó entonces a ser un adolescente con aires de un nonato Harry Potter -pero con carisma- que seguía su instinto para descifrar el enigma de su colegio. Aquél tampoco era el original, pero, igualmente, me cayó simpático.

Ahora, después de un perro que hablaba y un niño que vivía en Hoggarts, nos dicen que el Sherlock Holmes más fiel a la novela no era sólo sagaz e inteligente. También un rudo, maleducado, fortalecido, alcohólico, jugador, vicioso y mujeriego inglés. O, lo que es lo mismo, un Robert Downey Jr. Así nos lo pinta Guy Ritchie (Rockanrolla) en su última aventura con un reparto que completan los guapos Jude Law y Rachel McAdams. Tengo ganas de conocer a este detective. Ya les cuento.