Su voz calma. Es sanadora. Tiene la capacidad de leer en tu mirada, de distinguir entre lo que piensas, deseas y temes. De un solo vistazo sabe exactamente lo que tiene que decir, lo que necesitas escuchar. Puede hacerte reír, llorar, amar, odiar. Es el poder de la palabra -en todos sus sentidos-.
Sus manos guían. Mueven el aire que les rodea, interrumpen tu mundo. Mientras habla ningún movimiento es en vano. Abrir, golpear, rozar, chocar, señalar…cerrar. Como un mago haría para distraer tu mirada, el buen bardo usa sus gestos para adentrarte en un mundo alternativo -pero real- en el que los problemas que te atormentaban empiezan a ser brisa fresca.
El alma. El alma les sale por todas partes. Casi la puedes ver. Casi tocar. El buen bardo canta, baila, brinca, corre, juega, disfruta, carcajea… pero también sufre, lamenta, acompaña, derrama y se derrumba por ti.
Y, ante todo, por encima de cualquier virtud, el buen Bardo es Feliz siendo el buen Bardo.
Es un rapsoda del tiempo y el espacio. Sus manos son actores sobre un escenario eterno y fugaz. Recita la vida que corre a su vera y otea las verdades que brotan del suelo.
Te mira. Te mira y te descoloca. Te mira, te descoloca y le crees. Tiene razón. Sientes que tiene razón.
Te habla. Te habla y te domina. Te habla, te domina y le admiras. No hay esclavitud, no hay mentira. Le cedes la verdad porque esa verdad es la que te reconforta, la que esperabas escuchar desde el principio.
Lees pensando en la casualidad, en que acertó contigo. Pasas el dedo sobre palabras que nunca le contaste, sobre vivencias que no eres capaz de superar. Frases que nunca pediste pero que hablan de ti. Te refugias en la suerte. Decides vivir en la ignorancia que él te cede. Pero no le llames manipulador: él escribió tu codiciado y amado destino.
Puede mentir porque conoce la realidad. Es el protector de tus pecados, los escucha y los hace suyos. Gestiona la información que pulula tras la cortina y se asegura de que no te enteres. Sabe que la felicidad es hija única de la ignorancia. La verdad hace libre, pero no todos son capaces de vivir con las alas desplegadas, inestables.
Para ellos. Para los que no pueden volar. Para los que no pueden imaginarse en el cielo. Ahí estará él, dispuesto a dibujarte un poema que no se derrita con los rayos del Sol. Después de todo, él es el buen bardo.