Moneyball (I)

El ‘Universo’ es mi equipo de baloncesto. Sí, lo sé, es un nombre glorioso. Jugamos los fines de semana y entrenamos martes y jueves. El final de la temporada pasada fue espectacular: a pocos minutos para terminar el último partido, hilamos una talentosa jugada que terminó en canasta, otorgando al banquillo el derecho a saltar de euforia. Recuerdo muy bien aquella canasta porque no metimos muchas más. Perdimos aquel partido. Y el resto. No ganamos ni uno solo. Y, sin embargo, fuimos la envidia de la cancha. ¿Por qué? Por puro carisma.

¿Saben esa película de Disney en la que hay un niño que llega a un nuevo colegio, se mete en un equipo abocado al fracaso, se pelea en casa porque sus padres no se quieren, pierde los primeros partidos, descubre que gracias a su simpatía y buen rollo puede ganar -probablemente con coreografía y música ritmosa-, empieza a ganar, juega la final del campeonato estatal con sus padres sentados en las gradas cogidos de la mano y, sorpresa, el equipo se alza campeón? Bien. ‘Moneyball’ no es esa película.

Acostumbrados a que el género deportivo nos haga disfrutar con la épica del último regate, de una escena a cámara lenta, de una patada de la grulla, la película de Benett Miller (‘Capote’) es fría en el campo. Gélida, incluso. ‘Moneyball’ arriesga el ‘touchdown’ en taquilla que supondría ver a Brad Pitt marcando el gol por una historia que recrea las mismas sensaciones, la misma épica, sobreponiendo la mente al cuerpo. Transformando al deporte y al deportista en una estrategia de tablero, científica y matemática, en las antípodas de Disney.

Podríamos estar horas hablando de la excelente ‘Moneyball’. Pero mi primera reflexión en voz alta fue para mi equipo. El Universo. Y para todos los que disfrutamos del deporte y creemos en la magia, en el reto, en la superación. Puede que seamos todos unos ingenuos, víctimas de otros equipos con más “dinero”. Ahora, no se hacen una idea de lo mucho que disfrutamos en el campo. Con la cabeza bien alta. Carismáticos. Y así, poco a poco, tampoco nos va mal. Incluso ganamos.