Moneyball (II)

‘Moneyball’ nace del ensayo que inspiró el propio Billy Beane (el personaje que interpreta Brad Pitt). Después de una carrera en el béisbol truncada por la mala suerte, Beane se transformó en agente deportivo de los Athletics, un equipo de presupuesto mínimo que se queda sin armas para luchar contra los gigantes de la liga. Algo como lo que debe sentir el Mirandés al enfrentarse al Villareal o el Granada CF al Real Madrid. Un abismo de billetes que corrompe la competición. Beane contrató a un equipo de estadistas e informáticos que le desarrollaron un programa que convertía a los jugadores en números y posibilidades, partes de una fórmula compleja que daría, como resultado, al equipo idóneo. Pongamos que Messi aporta 1000 puntos al Barcelona y decide marcharse del equipo; si Guardiola siguiera la filosofía de Beane, buscaría a tres futbolistas que sumaran, entre los tres, 1000 puntos y que cobraran, también entre los tres, un tercio del sueldo del argentino. ¿Ven la jugada?

Steven Zaillian y Aaron Sorkin, culpables de un buen puñado de los grandes guiones de la última década, aceptaron el reto de convertir las teorías de Beane en una película. Un film sobre estadística deportiva que no aburra, sea emocionante y aspire a trascender. ¿Lo consiguen? Yo diría que sí. Sin embargo, enfrentan dos problemas considerables para el público: Por un lado, el béisbol es un deporte que a los españoles nos suda un pie -personalmente creo que es aburrido hasta el extremo, una evolución absurda de golpear piedras con un palo a la orilla del río; perdonen la ignorancia- y, por otro, el mensaje es difícil de tragar: el deporte profesional es un negocio vestido con piel de aventura. Un teatro similar a un combate entre El Último Guerrero y Hulk Hogan.

Si aceptan la premisa de que los jugadores no son los héroes y sí las mentes pensantes que hay detrás, descubrirán las destacadas bondades de ‘Moneyball’. Un film que convierte un ensayo matemático en un estudio sobre el ser humano. Los dos actores protagonistas, Brad Pitt y Jonah Hill (‘Cyrus’, ‘Supersalidos’), encarnan un espíritu tan fascinante como cruel con el mundo deportivo. Un ajuste de cuentas entre la mente y el cuerpo.

‘Moneyball’ nos plantea un debate muy interesante sobre un negocio que se vende con individualidades pero funciona como bloque. ¿Y si hemos viciado el término ‘equipo’? No comparto las ideas de Beane y prefiero vivir en la ignorancia del espectador que cree en la épica del deporte y no del dinero. Sea como sea, una película altamente recomendable. Y sí, muy bien Pitt. Pero me nombro el socio número 1 del Club de Fans de Jonah Hill.

Moneyball (I)

El ‘Universo’ es mi equipo de baloncesto. Sí, lo sé, es un nombre glorioso. Jugamos los fines de semana y entrenamos martes y jueves. El final de la temporada pasada fue espectacular: a pocos minutos para terminar el último partido, hilamos una talentosa jugada que terminó en canasta, otorgando al banquillo el derecho a saltar de euforia. Recuerdo muy bien aquella canasta porque no metimos muchas más. Perdimos aquel partido. Y el resto. No ganamos ni uno solo. Y, sin embargo, fuimos la envidia de la cancha. ¿Por qué? Por puro carisma.

¿Saben esa película de Disney en la que hay un niño que llega a un nuevo colegio, se mete en un equipo abocado al fracaso, se pelea en casa porque sus padres no se quieren, pierde los primeros partidos, descubre que gracias a su simpatía y buen rollo puede ganar -probablemente con coreografía y música ritmosa-, empieza a ganar, juega la final del campeonato estatal con sus padres sentados en las gradas cogidos de la mano y, sorpresa, el equipo se alza campeón? Bien. ‘Moneyball’ no es esa película.

Acostumbrados a que el género deportivo nos haga disfrutar con la épica del último regate, de una escena a cámara lenta, de una patada de la grulla, la película de Benett Miller (‘Capote’) es fría en el campo. Gélida, incluso. ‘Moneyball’ arriesga el ‘touchdown’ en taquilla que supondría ver a Brad Pitt marcando el gol por una historia que recrea las mismas sensaciones, la misma épica, sobreponiendo la mente al cuerpo. Transformando al deporte y al deportista en una estrategia de tablero, científica y matemática, en las antípodas de Disney.

Podríamos estar horas hablando de la excelente ‘Moneyball’. Pero mi primera reflexión en voz alta fue para mi equipo. El Universo. Y para todos los que disfrutamos del deporte y creemos en la magia, en el reto, en la superación. Puede que seamos todos unos ingenuos, víctimas de otros equipos con más “dinero”. Ahora, no se hacen una idea de lo mucho que disfrutamos en el campo. Con la cabeza bien alta. Carismáticos. Y así, poco a poco, tampoco nos va mal. Incluso ganamos.