Las bases en las que se asientan las historias de ciencia ficción son increíbles. De ahí que el reto del autor sea conseguir que las reglas que ordenan el mundo fantástico sean creíbles, atractivas y aceptables. En la última década son muchos los estrenos que han querido hacer de la ciencia ficción un instrumento para entablar un diálogo filosófico sobre lo que es real y lo que no. ‘Matrix’ es el ejemplo de la fórmula del éxito: acción y emoción, ciencia y fe. ‘Franklin’, sin embargo, es un intento más.
El inglés Gerald McMorrow dirige una rebuscada historia de ciencia ficción. Un paseo entre dos mundos: uno real, Londres, y otro imaginario, ‘Ciudad Intermedia’, una versión a lo Gotham de la ciudad inglesa. El primer problema de la película es lo enrevesado de su argumento. Tanto, que me es difícil darles una pista. Digamos que trata sobre un tipo que busca al líder de un culto religioso para matarlo y sobre cómo el mundo real influye en esa otra dimensión bizarra, la Intermedia.
El punto de interés de ‘Franklin’ reside en calidad estética, que recuerda a obras maestras del género como ‘Dark City’. La caracterización del personaje principal, a medio camino entre Roschard y ‘V’, acapara toda la atención de la cinta, dejando un enorme vacío cuando él no está. Bernard Hill (‘Las dos Torres’), Ryan Philippe (‘Banderas de nuestros padres’) y Eva Green (‘Casino Royal’) llevan la voz cantante frente a las cámaras, con un trabajo que no parece convencerles ni a ellos mismos.
Pero por encima de todos los errores que pueda tener ‘Franklin’, lo peor es que termina haciéndose pesada. Con un principio prometedor, la cinta decae a niveles somnolientos, dando una sensación de pedantería parecida a la del profesor universitario que sabe que su clase será la más importante lección que sus alumnos escucharán jamás. Está convencida, desde el primer minuto, de que está haciendo algo grande. Y puede que sí lo consiga: un enorme bostezo.