J.R.R. Tolkien, la película

Una semana antes del estreno de ‘El Hobbit: un viaje inesperado’, Eduardo Segura, profesor de la Universidad de Granada, me abrió amablemente las puertas de su despacho. Él es uno de los mayores expertos en la obra de J.R.R. Tolkien, con numerosas publicaciones en todo el mundo. Tanto es su conocimiento que Peter Jackson le contrató como asesor artístico mientras rodaba la trilogía de ‘El Señor de los Anillos’. Fue una entrevista magnífica que me encantaría repetir este año con motivo de ‘La desolación de Smaug’, aunque solo sea para tomar un café y escucharle hablar de su indiscutible pasión por las historias -ahí dejo el guante, Eduardo-.

Cuando ya habíamos hablado de la Tierra Media, del Mordor que se esconde en la rutina, de la tecnología que mata el planeta y de la poesía de un hobbit cualquiera, se me ocurrió una última pregunta: tengo una idea, dije, un ‘biopic’ de Tolkien, ¿no cree que sería una película estupenda? Eduardo respondió así: “Ojalá llegue (…) La vida de Tolkien tiene mucho de aventura, no solo porque luchó en las trincheras en la Primera Guerra Mundial, a caballo entre dos épocas. Nació en 1892, vivió los estertores de la época victoriana, participó en la guerra que iba a terminar con todas las guerras y vio a sus hijos marchar a la Segunda Guerra Mundial; fue profesor de Oxford, dominó 20 idiomas, creó otros cinco, imaginó la Tierra Media, era amigos de sus amigos, tenía virtudes y defectos, envejeció y se marchó”.

“Aunque solo te fijaras en la parte filológica, tienes una película extraordinaria. Oxford, un lugar donde se ha congelado el tiempo. Te mueves entre genios, tertulias de nivel intelectual muy amplio. ¿Cómo sería la vida académica de los años 20 y 30? ¿Cómo sería la vida del padre, contándole a sus hijos El Hobbit? Todo biopic de un hombre genial tiene mucho de interesante en tanto que nos muestra que todos somos seres humanos. Y el más excepcional de los seres humanos no deja de ser un ser humano limitado y ansioso de sí mismo, que al fin y al cabo es lo que todos somos. Desde luego sería un proyecto sobrecogedor, quizás más interesante que los de Peter Jackson. Sí, una película sobre Tolkien sería más interesante que una de ‘El Hobbit’”

Parece que el guionista irlandés David Gleeson y el productor Peter Chermin (‘El Origen del Planeta de los Simios’, ‘Exodus’) leyeron la entrevista. Ellos serán los encargados de asentar el terreno para Fox y su nuevo proyecto: ‘J.R.R. Tolkien’, la película. Si Gleeson y Chermin son tan listos como un mago, ya saben qué teléfono buscar en las páginas amarillas. Segura, con ‘S’ de Smaug.

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Sólo quiero coger tu mano

El pequeño Johnny estaba aprendiendo a silbar. Mientras pensaba en ella, la niña, la morena de la primera fila, una melodía pegadiza latía en su cabeza. Era una música que no había escuchado nunca y sin embargo allí estaba, ordenada en una partitura que nunca existió, como algo natural. Innato. El soniquete que salía de sus soplidos no tenía nada que ver con lo que orquestaba su imaginación, pero no cejaba en su empeño.

Desde que la niña de la primera fila se incorporó a su clase, Johnny pasaba las horas pendiente de sus rizos. Las horas de plástica, las caligrafías y el resto de actividades propias de la edad no tenían sentido. Su único e incomprensible afán era levantarse a sacar punta al lápiz para silbar, desde la papelera, la melodía que pulsaba todos sus pensamientos. Cuando todos sus lápices estaban perfectos, se ofrecía para afilar los de sus compañeros. Y, si se quedaba sin trabajo, rompía la punta y vuelta a empezar.

Así pasó todo el curso, atrapado en una melodía sin sentido que iba y venía por el pasillo de ‘Segundo A’. Con el verano encima, la chica, la morena de la primera fila, paró en seco a Jhonny: “¿Por qué estás todo el día soplando?” Nervioso, con las palmas sudorosas y las piernas temblando, el zagal tropezó con una respuesta: “No soplo, silbo”. “¿Silbar? ¡Eso no es silbar!”, le corrigió ella. Herido en su orgullo, Johnny agachó la cabeza y arrastró los pies de vuelta a su pupitre. Sin embargo, antes de sentarse, algo despertó en su interior. Quizás fue una mera inspiración o, tal vez, la sensación de que ya no habría más lápices que afilar. Pero Johnny se dio la vuelta, agachó su boca hasta el oído de la niña y susurró algo que nadie más pudo escuchar.

Mucho tiempo después, en 1963, John, escondido detrás de esas gafas tan suyas y acompañado de varias pintas de birra, le contaba a su amigo Paul la historia de la niña de la primera fila de su clase.

-Pero, ¿qué le dijiste John?

-Nada, una tontería. Algo que encajaba en aquella melodía que se repetía en mi cabeza…

-¿Qué era?

-Sólo quiero coger tu mano (‘I Want to Hold Your Hand’).

-John, sílbala.

No creo que esta historia guarde ningún parecido con la realidad, pero siempre pensé que tuvo que ser así. ‘Nowhere boy’, el biopic de la juventud de John Lennon, ahora en cines, nos sacará de dudas.

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