En el remake de Mad Men todos comeremos salchichón

Dentro de cuarenta años habrá un remake de ‘Mad Men’. La serie de televisión narrará las peripecias de una agencia de community managers liderada por un carismático creativo capaz de convertir en ‘trending topic’ todo lo que se proponga (lo interpretará un tal Jon Ham). El público acogerá el programa con admiración por sus profundos y sugerentes guiones y por su habilidad para recrear el ambiente que se vivía en los años diez. Continuar leyendo «En el remake de Mad Men todos comeremos salchichón»

Hipotecas televisivas

Resulta casi imposible recordar la época en la que uno podía dedicar cuerpo y alma a ver una serie de televisión. Una. Entonces sí era como ver una película dividida en entregas porque había tiempo para digerir, reflexionar e, incluso, añorar. ¡Ahora es imposible! ¡Hay tanto que ver! Digo más: qué placer cuando se termina una temporada, por mucho que te guste la serie. Qué sensación tan agradable la de deshipotecar tu tiempo para… hipotecarlo en otra cosa.

Esta semana despedimos la primera temporada de ‘Better Call Saul’, el spin-off de ‘Breaking Bad’ protagonizado por el inefable abogado Saul Goodman (¿o es Jimmy McGill?). Ocho capítulos de una factura impecable que mantiene el pulso trazado por su creador, Vince Gilligan. Un gustazo.

También hemos dicho adiós a ‘The Walking Dead’, que tras cinco temporadas abusando de la misma y repetitiva fórmula me sigue divirtiendo mucho. Se agradecen los esfuerzos por darle nuevos aires a la trama y sorprende que aún sigan encontrando nuevas formas de matar zombies. Ya se acabó la tercera –y excelente– de ‘House of Cards’ y nos queda un episodio de ‘El ministerio del tiempo’.

¿Huecos en la agenda? Nada de eso: en cuestión de días regresa ‘Juego de Tronos’ y, además, se estrena la nueva serie de Netflix, ‘Daredevil’, protagonizada por el carismático héroe de Marvel (muero de ganas). Y me gustaría sacar tiempo para ‘Peaky Blinders’, ‘Vikings’, ‘Person of Interest’, ‘Arrow’, ‘Flash’, ‘Mad Men’… Pero claro, entre las que hay (¿cómo negarse a un buen capítulo de ‘The Big Bang Theory’ o ‘Agentes de Shield’?) y las que te estás poniendo al día (ya voy por la segunda temporada de ‘The Newsroom’), ¡falta tiempo!

Por cierto, fue ‘Perdidos’. La última serie que vimos en cuerpo y alma, digo.

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Emmy 2014: White, Goodman, Cooper y Williams

La entrega de los premios Emmy me ha hecho recordar dos cosas: lo buena que es ‘Breaking Bad’ –y todo lo que ella implica–; y que nunca jamás volveré a verla por primera vez. Ya sabía que iba a echar de menos a la familia White, pero ayer, viendo el bigote de Bryan Cranston y la travesura innata de Aaron Paul me puse melancólico. Luego me di cuenta de un hecho fascinante: Saul Goodman está vivo. El spin-off de ‘Breaking Bad’, ‘Better call Saul’, protagonizado por el abogado más eficiente de Nuevo México, cuenta con el mismo equipo creativo de la serie original. Y eso es un marchamo de calidad indiscutible. ¿Conseguirá Bob Odenkirk que su personaje perdure tanto como Walter?

Estoy convencido de que dentro de un año veremos al bueno de Saul diciéndole a algún cliente aquello de «Say my name». O algo parecido. Tiempo al tiempo.

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En el campo de la comedia, no sé si se han dado cuenta, pero después de tantos años llamando a ‘Cómo conocí a vuestra madre’ la heredera de ‘Friends’, resulta que no. Que la heredera por derecho, tanto por premios, por audiencia y por caché de los actores, es ‘The Big Bang Theory’. Sí, amigos: frikis. Los amigos que molan ahora son los frikis. Los reyes del universo. Los respetables asistentes a la Comic-Con de San Diego, al preestreno de ‘Los Vengadores’ y a las veladas de pizza y videojuegos. ¿No les encanta?

El momento más emotivo de la gala de los Emmy, sin duda, fue el precioso discurso que Billy Crystal dedicó a Robin Williams. Qué difícil, joder, hablar de un amigo muerto y conseguir hacer reír a la audiencia. Supongo que era inevitable. Debe ser sencillo recopilar miles de anécdotas graciosas si has vivido puerta con puerta con la Señora Doubtfire.

El final de True Detective

Podríamos estar horas charlando sobre el final de ‘True Detective’, la serie de la HBO protagonizada por Matthew McConaughey y Woody Harrelson. Un capítulo repleto de diálogos brillantes, lecciones de filosofía, acción frenética y un suspense que recorre las entrañas. Todo desarrollado con un talento portentoso tras las cámaras. No hay duda de que la serie de Nic Pizzolatto es un tremendo peliculón que se prolonga durante ocho horas.

En los últimos días he leído de todo sobre esa escena final (tranquilos, no hay spoilers). Gente maravillada y gente decepcionada por esas palabras con las que se cierra la temporada. No quiero entrar a discutir el aspecto narrativo o ideológico de ‘True detective’, tan solo diré que yo pertenezco a los que siguen paladeando el desenlace. Quiero hablarles del término, del concepto, de algo a lo que la industria no nos tiene muy acostumbrados: el final.

Un final, el que sea, pero final. Las historias se escriben con un principio y un final. No son productos que se puedan extender a lo largo del tiempo y el espacio sin importar la merma evidente de calidad. Últimamente son cientos las películas y series de televisión que nacen con el único propósito de rodar una secuela con la que seguir sangrando a los espectadores. Una estrategia para engordar las arcas y estrujar la vaca hasta que desfallezca en el olvido.

Hemos visto pasar por delante de nuestras narices historias que nacieron con un carisma especial y que, por no dejarlas morir, no alcanzaron el final que merecían. ‘True Detective’ pertenece a esa nueva ola que nace para morir, para bordar cada plano, hasta el último, con un objetivo claro, definitivo e indiscutible. Un viaje pleno.

Hagan un pequeño repaso. No sé, a mí, a bote pronto, se me ocurren: ‘Héroes’, ‘El legado de Bourne’, ‘Cómo conocí a vuestra madre’, ‘El Hobbit’… incluso ‘Perdidos’. Todos, antes o después, demostraron su fobia al final. Escritores del mundo, maten a sus historias antes de que ellas caigan en el olvido. Sean valientes, como lo fueron con ‘Breaking Bad’. Dicho lo cual, amigos, vuelvo a insistir:vean ‘True Detective’.

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Lo que James McNulty vio y Walter White supo

Al final de la quinta temporada de ‘The Wire’, el detective James McNulty aparca el coche y observa la ciudad de Baltimore. La cámara, como si fuera un fantasma a punto de poseer a su víctima, se acerca poco a poco a sus ojos, perdidos en el infinito. Antes, justo antes de ver lo que McNulty ha tardado una vida en comprender, un leve movimiento de sus labios dibuja una sonrisa traviesa, de medio lado, tan cómplice como indiferente. Ante su mirada –y la nuestra– aparece el ciclo de las cosas, de ganadores y perdedores, un tráfico de milagros y pecados encadenados en una única historia.

Ayer, mientras veía el final de ‘Breaking Bad’, recordé los ojos de McNulty. Fue como cuando hueles a pan recién hecho y visualizas sin ningún esfuerzo la casa de tus abuelos. Al principio pensé en que ambas series tienen en común el nexo de lo prohibido, de la ambición, de la estimulante adicción a una droga irrefrenable: el poder. Creí que Heissenberg, al igual que Stringer Bell o Marlo Standfield, eran hijos de un mismo Dios. O demonio. Herederos de un espíritu emprendedor que no entiende de buenos y malos; sólo la familia.

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Entonces miré a Walter. El entrañable Walter. Walter White. Congelé el tiempo en su rostro, en las arrugas que se acumulan y el desaliño de su despedida. Busqué en su andar, en sus huellas sobre el metal, en la comisura de sus labios. Y descubrí que el profesor de química, el pintor del azul, el afortunado malhechor, lo supo. Supo lo que otros antes vieron.

No importa el lugar, si es Baltimore o Albuquerque, no importa el color de nuestra piel, el origen de nuestro apellido o la formación académica. No importan los patrones establecidos, las percepciones, los complejos ni la culpa. Importa lo que James McNulty vio y lo que Walter White supo: somos lo que somos. Somos imperfectos. Somos huraños y generosos, justos y traidores, sanadores y asesinos, amantes y enemigos. Incoherentes por naturaleza. Hierro y litio y sodio. Y eso, ese caos, es lo que nos hace, en suma, salvajemente bellos.

Deberías haber visto ‘The Wire’ y ‘Breaking Bad’. Bellas.

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