El mejor momento del año

El tipo decidió pasar la tarde del domingo en el único lugar donde las comidas copiosas aseguraban un descanso de, por lo menos, un par de horas: el cine. Sin embargo, arrastraba las consecuencias lógicas de un almuerzo repleto de vinos, manjares y postres de chocolate: necesidades fisiológicas. Así que, antes de entrar en la sala correspondiente, se dio un paseo por los enormes servicios del centro de ocio.

La placentera sensación de saber que te vas a quitar un enorme peso de encima le hizo entrar con una sonrisa en la boca, que no hizo más que acrecentarse cuando descubrió que, en el baño, había un hilo musical con bandas sonoras de películas. El único problema es que el volumen era excesivamente bajo y cualquier leve sonido, como el del grifo abriéndose, taponaba la sabiduría de John Williams dirigiendo la fanfarria de ‘En busca del Arca Perdida’.

En la soledad del trono, el héroe decide interpretar, al mismo tiempo, la conocida música. Empieza con los tambores: “pa, pararara; pa, pararara; pa, pararara…” Justo cuando se disponía a lanzarse con la melodía principal, otro tipo, sentado en otro trono, tras otra puerta cerrada, comienza a silbar el estribillo más legendario del cine: “na, nananá, nanana…”. Lejos de achantarse, el primero mantiene el ritmo del “pa, parara”, el segundo sigue con el soniquete y, al llegar al subidón del segundo minuto, otro tipo, sentado en otro trono, tras otra puerta cerrada, silba la melodía con un tono más bajo: “na, nananá, nanana…”

La orquesta, clausurada con una ovación en forma de cisterna, abandona sus posiciones. “Buen trabajo señores”, se dicen entre ellos. De repente, son conscientes de que otra banda sonora está sonando en el escenario: ‘Ghost’. Se miran entre ellos y, tras un segundo de duda, uno de ellos ejerce de razón: “¡nah!” Y todos vuelven a sus salas.

Star Wars in concert

En la Universidad teníamos un profesor de rictus perenne. Cejas pobladas, mandíbula estricta, mirada escurridiza y, sobretodo, unos andares militares. Cuando iba por los pasillos, sus ojos no parpadeaban ni perdían de vista un punto de fuga imaginario situado más allá de la pared. A su alrededor se formaba un halo de terror, un misticismo que obligaba a los alumnos que se topaban con él a dejar caer las orejas y hacer una humillante reverencia. Una mañana, un compañero, al verle trotar por las entrañas de la Facultad, empezó a tararear la Marcha Imperial. Al día siguiente le hicimos los coros.

De niños, nos poníamos en las puertas automáticas del centro comercial y, cada vez que alguien se acercaba, abríamos las puertas usando la fuerza mientras que otro tatareaba el tema de los Skywalker.

El día que mi hermano se casó, cuando el cura dijo lo de “podéis ir en paz”, mientras que abandonábamos la iglesia y ellos mantenían el tipo en el altar, sonaba, de fondo, la fanfarria final de ‘Una Nueva Esperanza’.

Hoy estamos en Madrid, para ver el ‘Star Wars in concert’. Dos horas con la Real Orquesta Filarmónica de Londres disfrutando de los temas que John Williams compuso para subrayar los momentos más memorables de ‘La Guerra de las Galaxias’. De nuestra vida.

Tranquilos, hago fotos.

Up y Giacchino

Una gran banda sonora es como el aroma que deja el perfume al pasar. Aunque estemos a cientos de kilómetros de distancia, la segunda vez que lo olemos revivimos, irremediablemente, la misma calle, el mismo cielo, aquella chica. ¿Cómo no sentir los golpes de Apollo al escuchar la fanfarria de «Rocky»? ¿Cómo no levantar el dedo con el tintineo de «E.T.»? ¿Cómo no pedalear con «La Vida es Bella»?

La Banda Sonora Original (BSO) suele quedar relegada a un segundo plano a la hora de valorar una película. Tremendo error. Ellas tienen el poder de convertir el drama en comedia, la alegría en terror, la arenga en mística y un diálogo cualquiera en pura pasión. Posiblemente, en los últimos veinte años el compositor más destacado del panorama haya sido John Williams ( «Tiburón», «La lista de Schindler», «La Guerra de las Galaxias»). Sin embargo, hay un músico que, partitura a partitura, ha conquistado mi corazón: Michael Giacchino.

Giacchino es el responsable de la música de «Star Trek», «Ratatouille», «Perdidos», «Misión Imposible 3″… Y, por supuesto, «Up». Si recuerdan el principio de la cinta animada de Pixar, en los primeros minutos no hay ni una palabra. Sólo música. La música se convierte en un maravilloso actor que dobla los diálogos inexistentes de Carl Fredricksen, un anciano de 78 años, con su mujer. Diez minutos que pasarán al limbo del Cine por unir, de una manera tan magistral, lo nuevo con lo viejo, al cine mudo y clásico con la mejor animación por ordenador. Y esa fusión tan especial sería imposible sin el genio de Michael Giacchino -por el que ha ganado el Globo de Oro a mejor BSO-.

Hace casi un año tuve la suerte de conocer en persona a Mr. Giacchino. Fue en el «Festival BSO Spirit de Úbeda» -un encuentro altamente recomendable-, donde, además de ponernos los pelos de punta mientras dirigía a la orquesta en el Hospital de Santiago, quedó patente su humildad y cercanía. El último día del festival, durante la firma de discos, Giacchino garabateó, a carcajada abierta, el Ipod de un friki que no había llevado ningún cedé. Sí, mi Ipod es más chulo que el tuyo.

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