Quiniela de Goya (II)

Como hay que terminar lo que se empieza, vamos con la segunda entrega de la quiniela para los premios Goya. Por lo pronto, la Academia, que es muy amante de dar buenos titulares e imágenes de esas que quedan en el recuerdo, creo que premiará a Francesc Colomer, el niño de ‘Pan negro’, como actor revelación. Si fuera por mí, el galardón sería para Juan Carlos Aduviri, el boliviano de ‘También la lluvia’. En el campo femenino apuesto por Carolina Bang en ‘Balada triste de trompeta’, más que nada porque la chica está muy de moda y le vendrá muy bien el premio para promocionar una carrera meteórica.

Uno de las estatuillas que ya doy por entregada es la de actor de reparto para Karra Elejalde, que hace un trabajo excelso como Cristóbal Colón en ‘También la lluvia’. Este premio no es negociable, digan lo que digan, yo escucharé su nombre. Y, sin mucho criterio, escojo a Laia Marull en esta categoría por ‘Pan Negro’. Aquí, por cierto, destaca la nominación de Pilar López de Ayala por ‘Lope’, siendo la única mención destacable de una -aburridísima- película que estábamos dispuestos a mandar a los Oscars… ojos para ver.

Mi banda sonora favorita es la de ‘También la lluvia’, de Alberto Iglesias, que tiene el añadido de ser una de las pocas películas de Icias Bollaín en la que la música juega un papel importante. Y para la canción, me enamoró el rollo folk y alegre de la canción de ‘Buried’, que te deja con el cuerpo cortado al final del encierro de Ryan Reynolds.

La categoría de mejor película europea me parece admirable: El discurso del Rey, El escritor, La cinta blanca y Un profeta. Todas son auténticas maravillas. Pese a lo mucho que me gustó la épica emocional de El discurso del Rey, creo que ganará ‘El escritor’, como ha hecho con todos los premios en los que ha sido seleccionada.

Quiniela de Goya (I)

Las cartas están echadas y la partida va a comenzar. ¿Quiénes serán los ganadores de los premios del cine español? He de confesar que algunas nominaciones me han dejado patidifuso -me encanta esa palabra- y que la ausencia de los chicos de Kandor les quita un tanto importante de magia al asunto. Pero bueno, a ver cuántas acierto:

Para mejor película tenemos a ‘Balada triste de trompeta’ -no me extrañan los rumores tendenciosos y malintencionados de lo apropiado que nominen en quince categorías a tu película, en cartelera, siendo el director de la Academia-, ‘Buried’, ‘Pan Negro’ y ‘También la lluvia’. No hay dudas: la de Icíar Bollaín gana de calle, cualquier otro resultado sería una sorpresa desagradable. Ya que es nuestra elección para los Oscar -se ha ganado mi respeto, aunque no sea ‘Celda 211’-, seguro que cuenta con el apoyo del jurado. Y, por encima, es la mejor cinta.

La dirección también se la doy a Icíar Bollaín, pese al magnífico trabajo de Álex de la Iglesia y Rodrigo Cortés (que no tardará en volver a la palestra de los premios). Mi primera decisión complicada llega con el mejor actor, a caballo entre Javier Bardem y Luis Tosar. Si fueran mis premios, iría para ‘Malamadre’ sin dudarlo: es un regalo para el cine, como ya dije. Pero la enorme publicidad que hace Bardem a España en Hollywood produce babas a mansalva en los académicos. En cualquier caso, me quedo con Tosar.

Para actriz principal me decanto por Emma Suárez y ‘La mosquitera’. Y eso que Elena Anaya ha sido la que más pasiones ha levantado en las salas… En fin, el director novel creo que será para Emilio Aragón y sus ‘Pájaros de papel’; no sólo tiene muchos y buenos amigos, el trabajo era aceptable. Su competencia será Jonás Trueba y ‘Todas las canciones hablan de mí’.

Con el guión adaptado, se dice que la nominación de ‘3MSC’ fue de rebote, nada más enterarse los académicos de que ‘Crepúsculo’ no contaba. Mi apuesta: ‘Pan Negro’. Para el Guión Original, dos favoritas: ‘También la lluvia’, con la que me quedo, y ‘Buried’, firme aspirante.

Atención al cliente

Uno de los regalos que -por desgracia- se ha vuelto más recurrente es el móvil. Queremos uno que haga fotos y vídeo, con el que poder chatear con los colegas, actualizar el estado de twitter, jugar a la granja de Facebook y descargarnos música. Queridos todos, sepan que ya puede ser tan rematadamente bueno el aparato en cuestión que todos, insisto, todos y cada uno de ellos tienen el mismo fallo en su adn: las compañías telefónicas.

Me hace mucha gracia el juego este que nos traemos para cambiar de móvil. Ya saben: llamas a tu compañía, les dices que te vas si no te dan lo que quieres, ellos te mandan a freír espárragos, llamas a otra compañía y te dan lo que pedías. Entonces, te vuelven a llamar los de tu compañía inicial y te ofrecen algo todavía mejor. Este ‘Denzel Washington way of life’ a lo ‘Negociador’ nos encanta. Nos hace sentir dueños de unos señores que, en realidad, hacen lo que les da la gana con nosotros. Pero bueno, mejor vivir en la ignorancia.

El caso es que hace poco un amigo, desesperado después de que la compañía en cuestión le cobrara todos los meses, sin remedio, un cuarenta por ciento más en su factura, volvió a llamarles para especificarles con todo lujo de detalles por dónde podían introducirse la enorme pantalla táctil de su nuevo y flamante mamotreto.

Después de mucho pensar he llegado a la conclusión de que uno de los estrenos más relevantes del año, ‘Buried’, no es más que un canto a la agonía del cliente de una compañía de teléfonos: esclavos de la música satánica de espera, de las voces al otro lado que quieren grabar nuestra propia defunción y de las llamadas que valen más de lo pactado por no ser un número frecuente. ¿Se imaginan que el protagonista de ‘Buried’ hubiera utilizado una de sus pocas llamadas para cambiarse de compañía telefónica?

¿Qué vemos entonces?

Una pareja está frente a la taquilla del cine, averiguándoselas de cartel en cartel para decidir qué película ver en la próxima sesión. Él pasea su mirada por los títulos. Ella le mira a Él. Cuando Él la mira a Ella, Ella mira a la cartelera, como si huyera de una confrontación de miradas. Sea como sea, no hacen más que mirar. Ni una palabra.

Al poco, Él le dice a Ella: “…Buried”. Ella, como si leyera entre líneas un subtexto que los espectadores no podemos comprender -aún-, le responde a Él: “No creo que sea la mejor opción hoy”. Él, que es incapaz de esconder un evidente desplome de espíritu -brazos pesados, hombros caídos, ojos sublevados, cejas en escapatoria, mariposas muertas en el estómago-, añade la coletilla con una mueca que intenta ser sonrisa: “No pasa nada, ¿qué más da?”.

Él y Ella son jóvenes. Deben rondar los 35 años. Los dos llevan un anillo de compromiso. Están casados. Visten zapatillas coloridas y jerseys a rayas. Parecen Epi y Blas. Me caen simpáticos. No soy el único que sigue la película. El taquillero está tan pendiente de su diálogo como yo. La pausa termina.

“No es buena idea -sigue Ella-, mejor unas risas, ¿no?” Él no parece que tenga ganas ni de reír ni de llorar. Por eso no dice nada. Sólo mira a ninguna parte. Ella no aguanta más:

-Venga hombre, anímate. Ya saldrá algo.

-Son muchos años.

-Sólo es un trabajo.

-¿Sólo?

-Encontrarás otro, no te hundas. Y será mejor.

-Bueno… ¿qué vemos entonces?

-…¿Héroes?

Buried

Una vez, en el colegio, mientras preparábamos un teatro, descubrimos un ataúd. Nos imaginamos que debía ser de alguna obra anterior, posiblemente de una de miedo. No le dimos mucha importancia a su origen, no nos dio tiempo. La posibilidad de jugar con aquél aparato tenebroso y transdimensional nos resultó tremendamente atractiva. Obviamente, no era real. Quiero decir, allí no había descansado ningún cadáver. Pero, la sensación de ‘estar’ en un ataúd, con la tapa cerrada, era demasiado inquietante. De hecho, ninguno aguantamos mucho allí metidos. Pese a las risas y las bromas, el repelús al contacto con la madera parecía que nos robaba un trozo del alma.

En otra ocasión, en verano, fuimos de excursión por el monte y nos encontramos con la entrada a una gruta subterránea. Como habrán podido comprobar, éramos chavales curiosos y decidimos que tal vez había un mundo fantástico, lleno de seres extraños -el amo del calabozo, nos dio poderes a todos-, en el centro de toda esa oscuridad. Durante unos minutos caminamos sin problemas. Al menos, hasta que la ceguera se hizo total. Teníamos que ir con una mano tocando el techo, que cada vez era más bajo, lo que nos obligó, finalmente, a avanzar de rodillas. Una vez más, como con el ataúd, empezamos a reír, a hacer bromas y a buscar chispazos de ingenio que nos sacasen del encierro. Unos metros más y vimos la luz del otro lado. Salvados.

La experiencia que Rodrigo Cortés nos propone en ‘Buried’ es aterradora. Un ejercicio de interiorismo y control muy exigente: una hora y media contando los minutos que le quedan a Ryan Reynolds (‘Luciérnagas en el jardín’) antes de morir. Una hora y media en la que la cámara no sale del ataúd, de cuatro paredes pegadas al cuerpo que nos convierten a nosotros, los espectadores, en víctimas del invento. Compartimos el destino de Reynolds.

El director español ha conseguido una película que ha roto fronteras y que le ha abierto las puertas de Hollywood de par en par. Los críticos estadounidenses no han dudado en compararle con un Hitchcock moderno e inteligente. Con mucho futuro.

Pero, lo genial, es que estoy convencido de que cada persona que vea ‘Buried’ tendrá su propia experiencia. Un visionado muy particular que le llevará a sus propias vivencias, sus propios lugares oscuros y puertas cerradas: aquél ascensor que no se abría, cuando jugaba al escondite y se encerraba en un armario o, en nuestro caso, el ataúd del teatro y la gruta del campo.

Experiméntenla.

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