Estaba paseando el otro día por el centro cuando un tipo se me quedó mirando. Tenía un rostro curioso, como cuando acabas de pillar una seña en el mus y te callas para echarle el órdago a grandes sin que te vea venir. Se acercó lentamente mientras que, demonios, se desabrochaba una camisa de manga corta. En su defensa diré que era de noche y que, si eres muy friolero, se aceptaba llevar una capa extra. Pero vamos, que en manga corta se iba de escándalo. En fin. Que se estaba abriendo la camisa, me estaba sonriendo con mirada cómplice y yo no sabía qué hacer.
Una pequeña corriente de aire empujó hacia atrás la camisa recién abierta, que ondeó como la capa de Batman para mostrar una extraordinaria camiseta de ‘Breaking Bad’. Entonces fui yo el que sonreí como si guardara cuatro cerdos en mi mano.
Efectivamente, ambos llevábamos una camiseta de la serie de televisión. En la mía, azul oscura, se dibujaba el rostro de Walter White; en la suya, completamente blanca, aparecía el logotipo de ‘Los Pollos Hermanos’. El diálogo de camisetas, que no duró más de cinco segundos, fue fascinante. ¿Por qué? Porque fui consciente del tremendo vínculo que nos une a los aficionados al cine, la televisión y demás frikadas varias. Somos una extraña hermandad anónima que se deja reconocer por pequeños detalles, como las camisetas.
Y es cierto. Para mí es inevitable no sonreír al tipo que viste con una camiseta de Darth Vader, o a la chica que luce a Los Vengadores, o al señor que camina con la velocidad de Flash, o al zagal que presume de Tortugas Ninja… En lo que dura un cruce de miradas, sabemos que podríamos sentarnos a tomar un café y a charlar durante horas del final de una temporada, del inminente estreno de una peli o del cómic que deseamos leer.
La hermandad de las camisetas extrañas. Una frikada, sin duda. Pero así somos.