Creo que el mundo está necesitado de historias que den sentido a la vida, porque hay días que la vida no tiene sentido. Ninguno. Incluso llega a ser repugnante. Se puede entender que uno nace, crece y muere. Pero cuesta aceptar cuando un ‘algo’ fortuito, detestable e injusto, se cruza con el guión establecido.
Hace poco un amigo perdió a un ser querido y, por más vueltas que le doy, no le encuentro explicación. Cuando me enteré de la noticia no podía quitarme de la cabeza a Ricardo Darín en ‘Carancho’ y su metáfora de la vida. De lo que es en realidad la vida: una casualidad. Su visión de que somos esclavos de la maceta que pudo caer del balcón o del coche que pudo saltarse el semáforo me pareció tremendista. Pesimista. Y ahora me cuesta llevarle la contraria.
Igual, hace unos meses lloramos la muerte de una chica, granadina, que cayó por un barranco en Perú, mientras pasaba sus vacaciones como cooperante. Por solidaridad. También me he acordado de ella y de su espíritu a lo Julia Roberts en ‘Come, reza, ama’. Del deseo de encontrarse a sí misma en el otro, de mirar el mundo con otros ojos, de comprender nuestra existencia… De hallar respuestas.
Lo único que sé es que tengo muchas preguntas. Cada días más. Y que si la vida tiene que estar amarrada a la casualidad, al pesimismo, al maldito Ricardo Darín, quiero que me pille con el trabajo hecho. Con la tranquilidad de que viví por mí y por los que no pudieron. Se lo debemos.