Las brujas de Zugarramurdi

El gran problema del universo son las mujeres. O no. Quiero decir. Que lo mismo el problema es que los hombres no sabemos entenderlas. Sí, eso: el gran problema del universo somos nosotros. Aunque. Claro. ¿Cómo es que nunca tenemos la respuesta correcta? ¿Existe? A ver si es que están jugando con nuestra mente, en plan jedis, y no nos enteramos. Ya saben, todo eso de «es que prefieres a tus amigos antes que a mí», o lo de «nunca haces lo que te pido». Tal vez tienen poderes y por eso estamos tan amarrados. Ahí. Calladitos. Hasta que te quejas y entonces, plof, el divorcio. Y ponte a pasar una pensión por el niño, que ya veras, ya. Tampoco vamos a negar que cuando nos ponemos tontos no hay quien nos aguante. Si es que en el sofá se está tan a gusto. Y es verdad que, a veces, escuchamos murmullos cuando nos hablan. Blablabla, pon la mesa, blablabla, ¿hiciste la compra?, blablabla, los platos sucios… Yo qué sé. Lo único seguro, seguro, es que con padres así hacemos pasar a los hijos por un infierno.

Dicho lo cual: ‘Las brujas de Zugarramurdi’. Pero qué jodidamente divertida es. El talento de Álex de la Iglesia para imaginar barbaridades bizarras alcanza cotas de genialidad gracias a un guión fantástico y a unos actores hechizados por el carisma de la mejor comedia negra. Hugo Silva y Mario Casas enganchan desde el primer minuto como los héroes de la salvación, un cristo descolorido y un soldado de ideas verdes. Carmen Maura y Terele Pávez brillan espectaculares como retorcidas brujas de la vieja escuela. Carolina Bang pone la chispa salvaje. Y el resto del reparto (Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Carlos Areces, Santiago Segura, María Barranco, Manuel Tallafé, Alexandra Jiménez, Javier Manrique y -una ovación para él- Javier Botet, inconmensurable como criatura del desagüe) completan el complicado conjuro mágico con el que gozarán dos horas con todos sus minutos.

De la Iglesia deja unos cuantos guiños a clásicos de la aventura y el terror. Personal devoción para los paralelismos con ‘Los Goonies’ –el bar, los Fratelli, Sloth–. Además, si una película mezcla todo esto y encima funciona como una extraña parábola en pro de la custodia compartida, ¿no les llama la atención?

Actualización: imperdonable no haber mencionado a Jaime Ordóñez, actor que hasta la fecha casi conocíamos solo por ‘La hora de José Mota’ y que construye un personaje me-mo-ra-ble.

brujas

Extraterrestre

Expectativas y extraterrestres. He aquí la cuestión. Corría el año 1997 y mi amigo Antonio se había llevado el chasco de la temporada: “¿una película sobre alienígenas en la que no se ve ni un puñetero bicho? ¡Qué invento es este! ¡Menuda estafa!”, gritaba dolido. Salíamos de ver ‘Contact’, película protagonizada por Jodie Foster que habla de ovnis, del espacio exterior y de la vida más allá del ser humano. Pero sin mostrar ni un solo engendro verde. Ni un marciano, critter o peligroso invasor con ansias de destruir la Casa Blanca. Ya me entienden. Yo, sin embargo, salí encantado con la idea. Me pareció una genialidad, un ejercicio fascinante de imaginación.

La cara de Antonio tras ver ‘Contact’. Ése fue mi primer pensamiento al terminar de ver ‘Extraterrestre’ de Nacho Vigalondo. Llevaba mucho tiempo dejando que la película del director de ‘Cronocrímenes’ -recomendable antes, ahora y después; tengan o no un Delorean en el garaje- durmiera el sueño de los justos. ¿Por qué? Malas críticas, comentarios de parientes, amigos indignados, chistes hirientes… Simplemente, el tiempo pasó y nadie me recomendó ver ‘Extraterrestre’. Con los títulos de crédito en pantalla, imaginé el gesto de Antonio en la cara de todos esos que me dijeron “no la veas que es muy mala”. Y me encantó la idea de poder escribir esta línea:

‘Extraterrestre’ es un genial y sencillo derroche de imaginación. Se la recomiendo.

Julio (Julián Villagrán) despierta tras una noche de juerga en el piso de Julia (Michelle Jenner). Es tarde, tienen resaca y no recuerdan ni sus nombres. Pese a ser domingo, les extraña que no se oiga ni un alfiler en la céntrica calle de Madrid. Un pesado y pegajoso vecino (Carlos Areces) les abre los ojos: “anoche nos invadieron los extraterrestres y se han llevado a toda la gente a unos refugios”. A partir de ahí, nada ni nadie será lo que parece. O, mejor dicho, lo que dicen ser. Incluido el entrañable Carlos (Raúl Cimas).

Vigalondo trata la maravillosa complejidad del ser humano con una sencilla comedia repleta de mentiras, manipulaciones, traiciones y chantajes. Casi una pequeña obra de teatro en la que los actores no salen del piso, como en ‘Un dios salvaje’ pero con tintes de ciencia ficción. Supongo que no saciar las expectativas convierte el resultado en algo insuficiente. Pero conmigo, este ‘Extraterrestre’, las superó.

Balada triste de trompeta

He visto ‘Balada triste de trompeta’ y me ha gustado. O no. No lo sé. Es que lo mismo, si lo pienso mejor, decido que es una basura incomprensible. En serio, menudo cacao: por un lado tiene escenas brutales, con un ritmo endiablado, imágenes poderosísimas, dobles lecturas disfrazadas de acción burlesca, guiños históricos y críticas social. Por otro, hay una sarta de chalauras, pamplinas varias y líneas inconexas de aúpa; un guión tan esquizofrénico que hará que más de uno se levante de la butaca para arengar al público en una guerra santa en pos de la cabeza de Álex de la Iglesia (“¿Por qué se le ocurren a un ser humano estas cosas?”, preguntó una chica al terminar).

Dos payasos centran el mundo freak del director de ‘El día de la bestia’, el triste (Carlos Areces) y el alegre (Antonio de la Torre). Una pareja cómica que luchará, hasta las últimas consecuencias, por el amor de una misma mujer, Natalia (Carolina Bang). Este enrevesado cuento es una metáfora de los dos bandos que luchan por España, dos partes que, a ojos de de la Iglesia, son igualmente ridículas: todos somos parte de un circo, de una broma pesada que no tiene ni pies ni cabeza; visceral, irracional y lamentable.

Si diseccionamos ‘Balada triste de trompeta’ por escenas, la media, posiblemente, fuera de sobresaliente. En conjunto, sin embargo, hay algo que definitivamente falla. Así, el prólogo de la historia es tan salvaje como talentoso: Santiago Segura, disfrazado de payaso, corre por mitad de una sanguinaria refriega, por las calles de Madrid, devanando cuellos y sesgando vidas con un minúsculo cuchillo de cocina. Una suerte de ‘Malditos Bastardos’ a la española que se repetirá a lo largo de la cinta en momentos puntuales: la cacería, la persecución final o la paliza en el parque de atracciones. Sin embargo, entre genialidad y genialidad hay huecos que disipan demasiado los objetivos de la narración, provocando, como hemos dicho, la rebelión de la sala.

El caso es que cuanto más pienso en ella, mejor sabor de boca tengo. Precisamente por eso, porque hay escenas rematadamente buenas. Por supuesto, no es la película que le recomendaría a ninguna madre. Pero sí lo haría, encarecidamente, a los amantes de ‘Acción Mutante’, ‘El día de la bestia’ y los clásicos del cine de terror y monstruos de serie b.