Blue Jasmine

Ella lo tenía todo. Las joyas de su cuello brillaban con la prepotencia del que se sabe ganador. Su risa, parte de una horrible y aguda coreografía de hienas. El dinero en el banco brotaba como palomitas de maíz; y el glamour, las fiestas y los martinis con florituras de limón eran las horas extra de un trabajo fresco en verano y cálido en invierno: el placer. A su alrededor, el mundo sacaba músculo para sobrevivir mientras ella gastaba miles de euros en bolsos extravagantes y casas lujosas. Su arte era la mentira, la apariencia y la cuchillada. El lastre del resto. La rémora de todos. Un negocio por encima de nuestras posibilidades. Ella lo tenía todo y lo perdió todo. Cate Blanchet (‘El aviador’) la interpreta y ella es la crisis. Ella es ‘Blue Jasmine’.

La última película de Woody Allen es un regalo. Una maravilla narrativa sin artificios: cine por el cine y para el cine. El director de ‘A Roma con amor’ glorifica el arte del diálogo y los recursos de una vida para esculpir un personaje que es fiel reflejo de una sociedad contradictoria. ‘Blue Jasmine’ funciona como una catarsis para todos los que vimos recortadas nuestras ambiciones por una crisis financiera e inmobiliaria que ni siquiera entendimos.

‘Blue Jasmine’ tiene que definirse como drama. Un drama entretenido y con facilidad para la risa, pero drama, sin duda. La película es, a su manera, un viaje en el tiempo como el de Owen Wilson en ‘Medianoche en París’. Dos líneas temporales brillantemente mezcladas en las que una quijotesca Jasmine sufre el antes y el después de un momento crucial en su vida (¿cuál? ¡vayan a verla!). A su lado, su fiel escudera y hermana adoptiva, Ginger (Sally Hawkins, ‘An Education’), hace lo posible por arreglar su mundo y, de paso, el de todos los demás.

La extraordinaria repelencia de Jasmine solo es comparable al talento inapelable de Blanchet, candidata directa a todos los premios de actuación que existan. Es divertida, extrema, entrañable y odiosa. Todo al mismo tiempo. Y, aunque a su lado quede empequeñecida, Hawkins hace la réplica a las mil maravillas. Ambas sostienen una de las mejores películas sobre la crisis y uno de los grandes éxitos cinematográficos del año.

‘Blue Jasmine’, sin duda, lo tiene todo.

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Hanna

Rousseau estaba convencido de que la bondad del ser humano no depende de la corrupción que le rodea. El filósofo sostenía que la educación es el arma básica para sobrevivir a la manipulación, al delito y a la tentación de la baraja trucada. No convertirnos en tahures es cuestión de haber leído, de haber tratado, de haber sentido. Incluso, Rousseau creía en la redención del hombre a través de la empatía: la espada más afilada convertida en el escudo más recio.

Atrapada en un páramo helado, Hanna (Saoirse Ronan) desconoce qué hay más allá del invierno. Su padre (Eric Bana) le enseñó a leer, escribir y cazar. Pero también artes marciales, idiomas y balística. La adolescente es, sin saberlo, una espía perfecta. Cuando llega el momento de abandonar, por fin, el nido, ambos separan sus caminos. Él le da una única clave: “en cuanto salgamos, van a ir a por ti”. A partir de entonces comienza un peregrinaje, casi una huida permanente, hacia la verdad que esconde la pregunta: ¿Quién es Hanna?

‘Hanna’ es un cuento adulto. Un ensayo sobre la inutilidad de una educación perfecta -sobrehumana, incluso- si no va acompañada de un abrazo, de una caricia, una tarde de risas, un beso sisado o un atardecer transformando nubes en dragones. Y de libros que te hagan llorar, películas que ericen el vello, pinturas que eleven el alma, templos que empequeñezcan la figura o canciones que embelesen la lluvia. Amor y Arte, al fin.

Joe Wright cambia el drama de época y la reflexión (‘El Solista’, ‘Expiación’, ‘Orgullo y Prejuicio’), para dirigir un filme de acción al ritmo de los chicos de Chemical Brothers. Un experimento que le da muy buen resultado, convirtiendo a la película en una de las sorpresas de la temporada. Especial atención para ella, Saoirse, que se está granjeando una carrera magistral.