En China no hay Deloreans

No se extrañen si nos sorprenden a Pepe y a mí hablando de lo genial que sería viajar en el tiempo. Es fascinante hacer cábalas sobre lo que sucedería al llegar a los 140 kilómetros en un Delorean -o cualquier otro método instaurado: máquinas, rayos cósmicos, agujeros negros, marmotas- y desembarcar en la última cena o armados con una espada en la Edad Media o volando en un futuro en el que hay un presidente negro -oh, wait-. El caso es que llegado cierto punto de la conversación, la cosa se torna trascendental. Y siempre, uno de los dos, termina así: “Si yo pudiera viajar al pasado, me buscaría y cambiaría ciertas cosas para no cometer aquellos errores, para ser mejor, para que tales asuntos hubieran sido éxitos”.

Pues resulta que a China, lo de viajar en el tiempo, le parece una perversión. O al menos a su gobierno. Los amigos del todo a cien han optado por prohibir la proyección y la realización de nuevas películas que traten el tema. Según parece, opinan que dichas historias dan una visión sesgada de la historia y que suelen manipular ciertos elementos que merecen un respeto supremo: personajes, lugares, acontecimientos.

Así que ya se pueden llamar John Locke o Marty McFly, que en China no hay Deloreans. Bien es cierto que si hacemos caso a la máxima periodística “no te creas nada”, podríamos pensar que esta es una elaborada estrategia de márketing de los productores de ‘Código Fuente’, cinta que se estrenó este fin de semana y que reflexiona sobre la idea de cambiar el pasado.

No sé si ustedes son dados a este tipo de charlas o meditaciones frikis. Yo las recomiendo. Son muy divertidas. Y me van a permitir que les deje mi última conclusión, para que piensen un rato: la ciencia ficción insiste en que si fueran posibles los viajes en el tiempo, lo sabríamos porque ya habríamos visto al ‘yo futuro’, creando un ciclo que destruiría el continuo espacio tiempo. Pero, ¿y si realmente aprendimos a viajar sin contaminarnos? ¿Y si, en vez de pensar en lo que haría si pudiera viajar al pasado para evitar ciertos errores, piensa que ya lo hizo, que esta es su mejor versión de la historia? A mí me parece una idea esperanzadora. Optimista.

Ciudad de vida y muerte

Es un regalo repleto de miseria, dolor, pobreza, dramatismo y repugnancia. Pero un regalo a fin de cuentas. ‘Ciudad de vida y muerte’ es una película con mayúsculas, una de esas joyas cinematográficas de la que eres consciente desde el primer minuto. Una oda al cine bélico más transgresor en el que el papel del héroe y el villano se desdibuja en pos de una verdad aterradora: morir en un combate no es la peor forma de sufrir una guerra.

Con un blanco y negro tan colorido como ‘La Cinta Blanca’, la obra de Lu Chuan le planta cara a cualquier superproducción americana. Y eso, viniendo de China, es un exitazo. Muchos comparan el trabajo de Chuan con el de Spielberg. Muy de acuerdo: la fotografía de la película es una absoluta gozada, con unos movimientos de cámara tan habilidosos que es muy fácil sentirse en medio de la refriega. La desgracia, siempre fotogénica, pasa de una sombra a otra, de un rostro a otro, como si fueran pinceladas costumbristas. Este preciosismo visual viene acompañado de una sabia utilización del sonido, con largas escenas subrayadas con el traqueteo del tanque que se acerca a la posición, o las balas que silban a lo lejos mientras una niña llora desconsolada.

‘Ciudad de vida y muerte’ describe la ocupación japonesa de la ciudad china de Nankin. Está prácticamente dividida en dos capítulos. En el primero, el más cercano a la aventura bélica como tal, nos situamos del lado de la resistencia china y de su líder, un soldado que, ayudado por un niño -otro elemento muy Spielberg-, consigue frenar, por momentos, el avance nipón. En el segundo, más largo, Lu Chuan cambia al clásico héroe por las víctimas: mujeres, niños y ancianos. Para demostrar que morir con el fusil en las manos puede ser más misericordioso que vivir esclavizado por un soldado dictador que viola a tu mujer y a tu hija.

Pocas películas consiguen transmitir con tanta sensibilidad la inmundicia humana. ‘Ciudad de vida y muerte’ revuelve las tripas y desorienta el alma. Pero lo hace con tanto detallismo, con tanta carga sensitiva, que la lastima sería dejarla pasar. Porque, además, el mensaje final, pese al oscurantismo que predomina, es alentador: la vida se abre paso.

Imprescindible.

Acantilado Rojo

La literatura china cuenta con dos obras mastodónticas –tanto en páginas, como en relevancia- de la que beben cientos y cientos de historias posteriores escritas por todo el mundo: ‘El Romance de los Tres Reinos’ y ‘Los Forajidos del Pantano’ (traducción libre de ‘Outlaws of the Marsh’, título de la versión inglesa; aquí nunca llegó). Cumplen el mismo papel que el Quijote de Cervantes en España o Musashi en Japón: se leen en el colegio, se entienden en las Universidades y se muere abrazado a ellas. Irónicamente, estas dos leyendas, emblemas de una cultura milenaria, sólo son conocidas en occidente en el gueto de los videojuegos con las sagas ‘Dinasty Warriors’ y ‘Suikoden’. Si combinan la épica, el romanticismo y la filosofía oriental de ambas, obtendrán la gran película de John Woo, ‘Acantilado Rojo’.

Las casi dos horas y media de aventuras que nos regala Woo son un montaje realizado especialmente para los cines europeos y americanos, ya que, en su origen, estaba dividida en dos partes. De hecho, en China se estrenó en dos películas (2008 y 2009) que han cosechado un éxito sin precedentes en sus salas. Este trato casi demoníaco fue la única estrategia viable para conseguir un impacto mundial, ya que las distribuidoras no se atrevían con una cinta en la que no había ningún actor reconocible en el póster promocional. Habrá que esperar a los extras del dvd para verla completa.

El guión, de corte clásico, cuenta cómo varias naciones del sur de China forman una rebelión para enfrentarse a un tirano que, en nombre del emperador, ansía dominar todo el mundo conocido. Situada en el año 220, el film fluye gracias a valores como el honor, la amistad, la justicia y la ambición, hilvanados por los estrategas de los distintos frentes y por un puñado de héroes carismáticos que lideran la causa. Por supuesto, las batallas, preciosistas, seducen al espectador gracias a un cuidado montaje y una fotografía tan brillante como una novela gráfica.

No hay titanes ni furias en tres dimensiones, pero esta aventura sí merece el tan denostado adjetivo de épica.

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